La “burbuja científica”

Por Miguel @MiguelJaraBlog

Un lector del blog ha enviado unos comentarios que me parece oportuno destacarlos. Lo que estamos viviendo con las enfermedades ambientales no es ni más ni menos que lo que ya se preveía desde hace mucho tiempo. Algún día tendría que llegar. Lo mismo ocurre con los medicamentos que resultan peligrosos, nocivos hasta causar graves daños en la salud de las personas cuando no su muerte. Lo que ocurre es que se creía que ese día no llegaría nunca (como las burbujas inmobiliarias, esta es una “burbuja científica“, que consiste en sacar cosas al mercado sin testarlas correctamente y mantener su comercio utilizando todos los vacíos legales posibles y ganar con ellas todo el dinero que se pueda hasta que se manifiesten sus resultados negativos. Todo ello apoyado en una ciencia “de alquiler”, una ciencia con resultados escogidos de antemano.

Después hay que cerrar las empresas o estas sufren pérdidas, con las consecuencias económicas que tiene para un sector de la población que vivía de ello, como ocurrió con la industria del amianto. Por hacerlo todo mal, por ser las prisas y la codicia el motor, luego viene el sufrimiento humano y las lamentaciones empresariales. Esto debería perseguirse. Debería acuñarse el término “burbuja científica” para referirnos a este tipo de situaciones y deberían ser estudiadas internacionalmente por científicos, economistas, abogados, gobiernos y universidades, para detectarlas e impedir que se repitan.

Con seguridad, este problema de la contaminación y su efecto en nuestros organismos es de los más graves, uno de los que ponen hoy en jaque nuestra civilización.

Mientras nuestra propia basura (contaminación de múltiples tipos) producto de nuestro desarrollo científico o progreso técnico, ha afectado a la naturaleza preocupaba a la sociedad, que tomaba ciertas medidas, pero cuando nos ha empezado a afectar a nosotros mismos, a los humanos (algo que solo era cuestión de tiempo), la cosa cambia dramáticamente.

La contaminación nos envenena, ataca a nuestros genes y a nuestros cuerpos. No entiende de clases sociales ni de razas o géneros. La respiramos, pisamos, bebemos, comemos, está en nuestra ropa, en nuestras casas, en las ciudades, mares y campos y cada vez hay más y mas variada. Esto se está materializando en fibromialgia, electrohipersensibilidad, Síndrome de Fatiga Crónica (SFC), Sensibilidad Química Múltiple (SQM), cánceres, infertilidad, hiperactividad, alergias y asma, principalmente y todo lo que queda por venir. No hay que ser catastrofistas pero hay que tomar medidas para evitarlo, porque si no irá todo a peor.

Los poderes financieros comienzan a preocuparse de todo esto pues ven en peligro su dinero. Tratan de negarlo en nombre de la ciencia y la sociedad, cuando realmente de lo que tratamos es de dinero privado. Tienen miedo a que la población se una, salga en los medios de comunicación, vote de manera “equivocada”, cosas que la naturaleza contaminada no puede hacer pero la ciudadanía sí. Negar estos problemas es imposible pues la cantidad de datos científicos que lo documentan es abrumadora.

Esa es una estrategia sin futuro ya que los grandes poderes económicos también están compuestos por personas y ellos y sus familias están sometidos a esa misma contaminación que también les afecta. No tienen dónde esconderse por lo que todo tendrá que cambiar. Hemos tratado de conseguir mediante el progreso técnico un mundo más confortable, con menos enfermedades, más sencillo y seguro y hemos hecho muchísimo de eso pero si ahora parte de esos logros se vuelven contra la naturaleza y contra nosotros mismos, deberemos corregir el rumbo.

No se trata como dicen algunos de estar contra el “progreso”. No. Estamos contra la parte negativa, sucia e inhumana de ese progreso; no contra todo lo bueno que tiene que aportarnos.