Hace tres años.
-Hola. ¿Medicina Interna?
-Sí.
-Soy el R1 de Otorrino.
-Dígame.
-Verá, le llamo porque acabo de ingresar a un paciente diabético. Le estoy ajustando la insulina, pero al hacer las cuentas me salen que le corresponden 70 unidades diarias. ¿Eso es posible? ¿Esta dosis no es una barbaridad demasiado alta?
-Bueno, no tiene por qué. Cuéntame los datos del paciente.
Yo era el que llamaba y mi duda era bastante idiota. Sin embargo, me la resolvieron amablemente.
Hace tres meses.
-Hola. ¿Otorrino de guardia?
-Sí, soy el R4.
-Le llamo de puerta.
-Dígame.
-Verá le llamo porque tengo un paciente que creo que tiene una otitis externa. Le ha entrado agua de la piscina y ahora le duele el trago. ¿Cómo se trata esto?
-Pues, si no es alérgico, le puedes poner gotas de antibiótico. Ciprofloxacino, por ejemplo.
Ahora soy yo al que llaman y el que responde las dudas básicas. Inevitablemente, cada vez pienso más que cómo es posible que alguien no se sepa el tratamiento de una otitis externa, si viene en el tema 1 de cualquier libro de Otorrinolaringología.
Dudar es una de las actitudes más sanas que puede adoptar un médico. Una de mis profesoras de la carrera no consentía que memorizáramos las dosis de los fármacos. Ella decía: "Prefiero que tengan que consultarla en el Vademecum cada vez que prescriban a que se lleven años recetando una dosis errónea porque la aprendieron mal cuando eran estudiantes".
Si, dudar es sano. Entonces, ¿por qué día tras día, al resolver en mi busca las mismas dudas, cada vez me enfada más la ignorancia de mis colegas, cuando yo mismo no lo sé todo? ¿Por qué cada día mi intolerancia al desconocimiento es mayor? ¿Por qué he cambiado así? ¿Por qué no lo puedo controlar?
Continuará...
Foto: Museo judío de Berlín, otro edificio que te hace cambiar.