La Cataluña naciente, financiada por la Córdoba califal

Por Lasnuevemusas @semanario9musas

En efecto, fueron los cordobeses quienes, a su pesar, financiaron lo que vendría a ser el germen de Cataluña.

Durante el reinado de Hixem II, hijo de al-Haqem II, el Califato de Córdoba inicia su descomposición, debido en gran medida a los abusos cometidos por Sanchuelo (segundo hijo de ). En consecuencia, se genera contra el débil soberano un levantamiento en Córdoba, que eleva al trono a otro príncipe omeya, al-Mahdi, a quien ya dedicamos un artículo en exclusiva el 2 de octubre de 2016.

Pero los beréberes, grupo étnico de enorme peso entonces en la vida política y militar de al-Ándalus pero odiados por los cordobeses, disconformes, eligieron a su propio califa, Suleymán, un omeya débil que se dejase manejar por ellos. Ambos partidos enfrentáronse para disputarse el trono, y al-Mahdi resultó vencido por los berberiscos en la batalla de Qantich (Alcolea- Córdoba), viéndose forzado a huir[1].

Al-Mahdi fue recibido en Toledo con grandes manifestaciones de júbilo y aclamado como su único califa. Mientras el monarca elegido por los beréberes sólo había sido reconocido por las provincias más meridionales, todas las del Norte y las fronteras, desde Tortosa hasta Lisboa, permanecían fieles a al-Mahdi. Los beréberes determinaron ir contra Toledo, pero el walí de las fronteras medias, el eslavo Wadhid declaró una vez más su lealtad a al-Mahdi, poniendo todo su ejército y el de los eslavos al servicio de la causa de este.

Los beréberes decidieron concertar alianza con el Conde de Castilla y le enviaron su embajada. Cuál no sería su sorpresa cuando en la antesala del conde se toparon con los emisarios de al-Mahdi y Wadhid, que se les habían adelantado y traían al conde Sancho caballos, mulas y muy ricos presentes, además de prometerle gran copia de ciudades y plazas fuertes fronterizas. Mas el Conde de Castilla prefirió tomar partido por los beréberes y les otorgó su ayuda si igualaban la oferta de al-Mahdi y le entregaban las mismas ciudades y plazas que éste le había brindado. Así lo hicieron y se avinieron. Pero Wadhid y su califa lograron concertarse con los condes catalanes Ramón Borrell III de Barcelona y Armengol de Urgel, estableciendo con ellos la alianza que no consiguieron en Castilla. Para ello hubieron de prometer todo lo que les pidieron: cien dinares al día para cada conde y dos para cada soldado, todos los víveres y el vino que fueran menester para tan gran multitud, además del botín que se lograra de los beréberes y que no habrían de compartir[2]. Con un gran ejército catalán (barceloneses, urgelenses y besaluneses), unido a cordobeses y eslavos amiríes (los leales al difunto Almanzor y sus hijos), las tropas de al-Mahdi se dirigieron hacia Córdoba, resueltas a recuperarla.

No tardaron en saber los beréberes que su enemigo se aproximaba a la capital al mando de un poderoso ejército, integrado por treinta mil muslimes y nueve mil cristianos. Los beréberes saliéronles al encuentro, y ambas huestes se avistaron en un lugar llamado Aqabat al- Baqar o Cuesta de los Bueyes (El Vacar), a menos de cuatro leguas al norte de Córdoba.

En un claro día de primeros de junio de 1010 d. C, el jeque Zawĩ ben Ziri y su califa de paja, Suleymán, cargaron con tal ímpetu contra las fuerzas de su rival que acabaron con numerosos combatientes de este; allí, cordobeses, eslavos y hasta setenta caudillos catalanes vertieron su sangre y, entre estos, el conde de Urgel, Armengol, y los obispos Odón de Gerona y Arnulfo de Vic. Pese a todo, el ejército berberisco erró en su estrategia, y los que ya se creían vencedores se desbandaron con gran desorden, regresando a Medina al-Zahãra, donde tenían su cuartel general.

El ejército del califa al-Mahdi alzose con la victoria, quedó dueño del campo y se hizo con rico botín, entrando poco después victorioso en la capital califal. Los desventurados cordobeses, que ya habían sufrido antes el saqueo de beréberes y castellanos, hubieron de padecer ahora los excesos de los catalanes. Estaba el pueblo hastiado de los males de aquella guerra que tan sin fruto hacían, pues, siendo la mayoría de sus lances en el interior de la misma ciudad, eran por ello más graves y sensibles los horrores que soportaban. Cuando la población supo que los vencidos berberiscos evacuaban Medina al-Zahãra con sus familias, corrieron hacia allá y destrozaron sus casas, arrebatando cuanto a su paso hallaron: tapices, lámparas, muebles y hasta ejemplares del Corán.

Tras la entrada triunfal de al-Mahdi en Córdoba, nombró al eslavo Wadhid su hay le ordenó gravar a la población con un impuesto extraordinario para poder pagar la soldada convenida a sus refuerzos catalanes. Entre tanto, los beréberes, con sus miras puestas en Algeciras, avanzaban hacia el Sur saqueando, despechados, todo cuanto hallaban en su camino. Pero al-Mahdi, sabiéndolos vencidos y "apremiado por los catalanes" [4], decretó que su ejército los siguiera para exterminarlos y asegurar la victoria.

Como supieran los beréberes -protegidos ya en la Serranía de Ronda- que el enemigo los venía buscando, volvieron atrás y se reagruparon junto al río Guadiaro (otros dicen que el Guadaíra[5]). Exasperados por la reciente derrota y con afán de venganza, arremetieron contra el ejército que integraban cordobeses, eslavos y catalanes, batiéndose con gran saña. Los aliados de al-Mahdi comenzaron la lid defendiéndose con brío, mas, al punto, quienes estaban en la vanguardia no se sabe qué vieron o qué temieron, pero lo cierto es que tornaron bridas y, desordenados, huyeron a rienda suelta atropellando a las líneas que los seguían y quedando el campo desbaratado. Tras recejar, fueron vencidos con cruel matanza y muchos perecieron arrastrados por la corriente del río. Gran número de eslavos y cordobeses fueron despedazados en aquellos campos; pareja suerte corrieron más de tres mil catalanes, además de ser despojados del botín de su victoria anterior y de los cinturones que llevaban repletos de dinares de oro y dirhems de plata. Culpándose unos a otros de la mala ventura de la guerra, retornaron a Córdoba las reliquias del vencido ejército para protegerse tras sus recias murallas.

Los catalanes, enfurecidos por su derrota y a falta de tener a mano al enemigo bereber, se desquitaron con los desventurados cordobeses, entregándose ciegos de ira al pillaje y otras violencias. Tan injusta e imprevista crueldad de parte de sus aliados anonadó a la población, pues no solo saquearon comercios, zocos, casas, palacios, harenes, sino hasta las mezquitas. Y, pese a todo, Córdoba lloró la marcha de los catalanes y, echando al olvido tanto desmán, mostraron los vecinos gran pesadumbre cuando los vieron partir hacia sus remotas tierras; y, cuando se encontraban en las calles, los cordobeses dábanse unos a otros el pésame, como se hace cuando se muere algún familiar, porque los berberiscos no se retrasarían en llegar y les procuraban harto más terror que aquellos cristianos norteños [6]. Sabían que con su marcha los dejaban inermes y a merced de los aborrecidos beréberes, que no tardarían en caer sobre la capital.

Los moradores de Córdoba eran desde siglos atrás una población muy civil, sin experiencia alguna en batallas, ya que, como la ciudad era sede central del ejército del Estado, había gran copia de cuarteles, además de las fuerzas eslavas del Alcázar, la Guardia Real negra, la numerosa y muy disciplinada policía urbana a las órdenes del zabalsurta y hasta el cuerpo de serenos, razón por la que los cordobeses nunca se habían visto en la necesidad de recurrir a formar milicias ciudadanas y siempre habíanse sentido bien protegidos.

Como el califa al-Mahdi viera que tras la partida de los catalanes los beréberes afilaban ya sus armas para caer sobre la ciudad, ordenó mejorar sus defensas, reparando y fortificando aún más sus muros altos y bien torreados, y mandó cercar las murallas por el exterior con un profundo y ancho foso. Pero el califa delegó demasiado y con total confianza en su haŷĩb, el eslavo Wadhid, y éste procedía con absoluto poder en todo; los cargos más principales los dio a eslavos y amiríes, lo que suscitó hondo disgusto entre la nobleza y entre sabios y religiosos. Atraídos por la imperante bienandanza de los eslavos, acudieron muchos de ellos desde otras coras de al-Ándalus, que odiaban a al-Mahdi por forzar la abdicación de Hixem II y por la muerte de Sanchuelo (hijo de Almanzor).

Los eslavos más notables y poderosos, encabezados por Wadhid, comenzaron a tramar la pérdida de al-Mahdi. Arteramente, el haŷĩb promovía el descontento de los cordobeses, haciendo correr bulos denigrantes sobre la vida del califa, que acabaron con el escaso crédito que le quedaba. Sobre todo, supo manejar hábilmente aquel impopular tributo extraordinario con que poco antes los ciudadanos fueran gravados para poder pagar lo convenido a los aliados catalanes. El golpe de gracia de sus maquinaciones fue liberar a Hixem II de su encierro, vestirlo con regio atavío, pasearlo por toda la ciudad con nutrido séquito y volver a sentarlo luego en el trono, donde recibió el homenaje de eslavos, nobles y eunucos.

Al-Mahdi fue avisado de estos aconteceres cuando se hallaba en el baño, y allí fueron a buscarlo sus enemigos, de donde lo sacaron sin contemplaciones y, maniatado, fue llevado a presencia de Hixem, ante el cual, uno de los más poderosos eslavos lo decapitó, tras diecisiete meses de reinado. Clavada en una pica, fue luego paseada su testa por toda la ciudad. - No hay mejor manera de derribar a alguien que apedrearlo con su propia piedra -se dice que exclamó el haŷĩb Wadhid, porque de una conspiración se valió para ascender al trono, y otra conspiración lo apeó de él. Estos aciagos sucesos acaecieron el 23 de julio de 1010.

¿Qué pasaba, entretanto, en los diversos condados catalanes? Que sus mesnadas regresaron sin gloria, pero inmensamente ricas tras saquear a sus aliados y recobrar sus desproporcionadas soldadas. Aquel ingente tesoro que portaban consigo contribuyó a mejorar la situación que hasta entonces vivieran, influyendo en su devenir político y social: Los condados catalanes llevaban algunos años procurando conseguir la unidad de sus diferentes feudos, cuya división lastraba su progreso económico, su avance social y hasta su defensa frente al enemigo. Los anteriores intentos por lograr esa unidad, llevados a cabo por los condes y otros seniores de natura o de rango baronial junto con los obispos -sobre todo los de Vic y Ripoll- habían fracasado siempre por falta de recursos. Pero la situación iba a cambiar mucho tras el saqueo de Córdoba.

Cómo debió de ser aquel saqueo que el precio del oro bajó no solo en el noreste peninsular, sino también en el sur y sureste de Francia. Y en aquel mismo año, convocados en Vic, lograron al fin la unidad de feudos y condados a que aspiraban y que antes se les resistiera -los condados de Barcelona, Gerona y Ausona conformaron un núcleo político que se hizo con el liderazgo unificador e influyente en el resto-,[7] al mismo tiempo que por iniciativa de Oliba, nieto de Wifredo el Velloso, además de abad de Ripoll y obispo de Vic, pudieron repoblarse amplias extensiones de tierras catalanas, como Calaf, el Bages y la Segarra, Anoia, la Conca de Barberá y el Campo de Tarragona, logrando así delimitar y asegurar sus fronteras, sobre todo en Tarragona y Tortosa[8]. Sobraron, además, recursos para engrandecer su incipiente flota con nuevos encargos de navíos a los astilleros de Génova y Venecia; aquel botín les había proporcionado el caudal necesario para lanzar también su desarrollo mercantil.

Es hecho muy probado que los cordobeses financiaron la Cataluña naciente.

[1] - Otras fuentes arábigas la llaman batalla de Quintos (arrabal cordobés), "Historia de la dominación de los árabes en España, sacada de varios manuscritos y memorias arábigas", traducción y compilación de José Antonio Conde.

[2] - El historiador francés Lévi-Provençal, haciéndose eco de "Al-muqtabis" del cronista ben Hayyãn.

[3] - Gran Visir, primer ministro.

[4] -Lévi-Provençal y el holandés Reinhart P. Dozy ( Historia de los musulmanes de España).

[5] - "Historia de España", tomo 2, del marqués de Lozoya, edit. Salvat- Barcelona, 1979.

[6] - "Historia de la dominación de los árabes sacada de varios manuscritos y memorias arábigas" de José Antonio Conde, "Historia de los musulmanes de España" de Reinhart P. Dozy y "El Collar de Aljófar" de Carmen Panadero.

[7] -"Historia de España: Los reinos medievales" tomo 8, John Lynch y varios autores, ed. El País (2007).

[8] - "Historia de España.- 2ª Parte: El Proyecto de Reconquista cristiana" tomo 5, V.A. Álvarez Palenzuela y Luis Suárez Fernández. Edit. Gredos, 1991.