¿Cuales son las claves para llenar la cesta de la compra de una forma más eco-lógica?
Comprar lo que se come, y comer lo que se compra
Los europeos tiramos al año 89 millones de toneladas de alimentos a la basura (163 kg. por persona en España). Toda la cadena alimentaria es responsable de este derroche, desde la producción hasta la mesa, aunque son los particulares los que más desperdician, un 42% del total. “La falta de conciencia, un mal empaquetado y la confusión con las fechas de caducidad son las causas detrás de este derroche”, apunta Salvatore Caronna, eurodiputado responsable del informe sobre desperdicio alimentario que publicó la Unión Europea a comienzos de 2012.
Muchos alimentos se ponen malos o caducan en nuestra nevera antes de que los consumamos. Lo primero es comprar “con cabeza”. Hacer una lista adecuada a la periodicidad de nuestra compra y ceñirse a ella, para evitar la “compra por impulso”
de cosas innecesarias y el comprar cantidades de más. También es conveniente organizar la nevera y la despensa cuando guardamos la compra, de modo que los alimentos con una fecha de consumo más corta queden en la parte frontal y los consumamos antes, evitando tirar alimentos que han caducado por estar olvidados al fondo del estante.
Otro punto clave es saber interpretar la fecha de caducidad de los envases. Fecha de caducidad y consumo preferente son dos conceptos que no deben confundirse. Mientras la primera advierte sobre el día límite a partir del cual el alimento no es adecuado para su consumo (desde el punto de vista sanitario), el consumo preferente hace referencia al tiempo en el que el producto mantiene intactas sus propiedades, sin que su ingesta suponga un riesgo para la salud.
La “caducidad” se utiliza principalmente en alimentos muy perecederos desde el punto de vista microbiológico: pasteurizados (leche, yogur, cremas), carnes, pescados, o envasados al vacío. Con los productos que han pasado su fecha de consumo preferente, es recomendable “abrir y probar” antes de “tirar”.
Envases: menos es más
En 2011 la venta de alimentación fresca envasada se elevó un 3,5%, incluyendo la carne y el pescado, la charcutería, y las frutas y verduras; alimentos que antes comprábamos al peso y sin envasar. Este hecho genera un doble problema; por un lado una gran cantidad de residuos innecesarios, y por otro el hecho de que, al escoger productos ya envasados y pesados, tendemos a comprar más cantidad de la que necesitamos, con el riesgo de que esa cantidad sobrante acabe poniéndose mala antes de consumirla. Es mucho mejor comprar estos productos a demanda, y en un comercio tradicional (que tiende a utilizar menos embalage para servirlos que las grandes superficies).
Por descontado, llevar bolsas (de tela o recicladas) cuando vamos a las compras. Elegir los productos con menos envoltorio, y asegurarnos de que los envases que nos llevamos a casa son reciclables. No podemos evitar el uso de envases, pero si podemos hacer una adecuada separación de nuestros residuos para favorecer que estos contaminen lo mínimo posible.
Cocinar como la abuela
Por lo general, cocinamos de una forma en la que se desperdicia mucha comida, tanto en el proceso de preparación de la misma, como con “las sobras” que quedan después. Según un informe de Unilever Food Solutions avalado por la Federación Española de Hostelería y restauración (FEHR), desperdiciamos un 30% de lo que compramos durante la preparación de las comidas y un 10% con lo que se deja en el plato. La solución puede estar en cocinar como lo hacían nuestras madres y abuelas; comprando al dia producto de temporada y a buen precio, adaptando el menú a lo que ofrece el mercado y recurriendo a recetas “de aprovechamiento”. Sopas, tortillas, croquetas, curries, guisados y sándwiches son platos que admiten la incorporación de sobras de otras comidas en su preparación. También los alimentos que se pierden durante las preparaciones se podrían aprovechar: los restos de verduras para hacer purés, las espinas de pescado para caldos, y los sobrantes de frutas para mermeladas.
Por otro lado, es importante que al ponernos a cocinar midamos las raciones y evitemos cocinar más de lo necesario. Si sobra comida, que no vaya a parar al fondo del frigo hasta que se ponga mala: mejor consumirla al dia siguiente o congelarla para otro dia. Y también mejor servirse dos veces que llenar el plato y dejar la mitad…
Todos hemos oido de nuestra madre alguna vez la frase : “¿No sabes que hay mucha gente que no tiene para comer mientras tú desperdicias la comida?”. Ahora habría que añadir. “¿No sabes la cantidad de energía que se ha consumido para producir la comida que estás desperdiciando?”.
Cesta de la compra ecológica, de temporada y km 0
¿Como es posible que consumamos diariamente frutas y verduras que han tenido que cruzar el océano en barco para llegar hasta nosotros, cuando en la huerta que hay a 10 km. de nuestra casa se cultivan los mismos productos? No se debe a nuestro gusto por los productos “exóticos”, sino a las leyes comerciales vigentes, cada vez más globalizadas.
En Europa se produce un gran intercambio alimentario, entre sus miembros y con otros paises, que hace que la “huella de carbono” de los productos se multiplique (y que se produzcan situaciones absurdas, como por ejemplo que algunos paises comunitarios exporten e importen a la vez un producto, cuando podrían autoabastecerse). A los recursos y energía que cuesta la producción de alimentos hay que añadirle el coste medio ambiental de su transporte. El comercio a larga distancia debería reservarse para productos alimenticios que no sean básicos y que no se puedan cultivar en el país.
Si escogemos un alimento de producción ecológica certificada, y que se ha producido en un punto geográfico no muy lejano a nosotros, nos aseguramos de que éste ha sido cultivado respetando el medio ambiente, no se ha tratado con sustancias potencialmente peligrosas para nuestra salud, y no ha tenido que ser refrigerado y tratado con conservantes para llegar en buen estado hasta nosotros. Además, el consumir productos cercanos y de temporada nos aporta otros beneficios. Por ejem.: las frutas y verduras cultivadas al aire libre y en su periodo estacional natural tienen mejores valores nutricionales y cualidades organolépticas que las producidas en invernaderos.
También dónde hacemos la compra influye en nuestra huella de carbono. Si compramos en una gran superficie y utilizamos el coche para desplazarnos añadimos más gasto energético a nuestra compra. Sería más sostenible aprovechar los desplazamientos diarios, por ejemplo
al trabajo, para hacer la compra “del día” en comercios más cercanos. Esta opción nos permite reducir nuestro consumo, ya que vamos comprando según lo necesitamos, y consumir productos más frescos, a la vez que ayudamos a mantener la actividad de los comercios tradicionales, que generan puestos de trabajo y dinamizan las zonas urbanas.
Si vamos a hacer una compra de gran volumen, podemos hacerlo a través de internet, o utilizar el servicio de reparto del supermercado. Así, nuestra compra “compartirá transporte” con otros pedidos de la zona, ahorrando el gasto y la contaminación que supone la ida y vuelta de nuestro vehículo privado al centro comercial.
Consumir productos “km 0” ayuda además a mantener la estructura agrícola y agraria, evitando la pérdida de población rural que sufren todos los paises industrializados, y favoreciendo la conservación de la biodiversidad propia de cada zona geográfica.