“Crimen y castigo”, de Fiodor Dostoievski, es una de las novelas más aclamadas en la historia de la literatura universal. Algunos autores sugieren que dicha obra ha servido de inspiración en la creación de otras obras literarias, algunas igualmente famosas. Es posible que parte de la razón por la que algunas obras literarias nos llamen más la atención sea porque lidian –magistralmente- con dilemas sociales fundamentales. Los conflictos de interés dentro de una comunidad son a menudo debidos al nivel de cooperación de los miembros de dicha comunidad; en algunos casos la falta de cooperación puede desembocar en un castigo ya sea en mayor o en menor medida. En consecuencia, los individuos podrían verse involucrados en una dinámica en el que uno busca información respecto al nivel de cooperación de otro mientras que este otro esconde dicha información. El mejor medio para obtener información respecto a la conducta de alguien es, por supuesto, la observación directa. El chisme puede funcionar bastante bien, pero no hay como observar al egoísta con las manos en la masa. De hecho, en estudios recientes sobre cooperación en humanos se han incrementado los análisis en los que se toma en cuenta la interacción entre las variables “observar” y “ser observado”.Recientemente, Bettina Rockenbach y Manfred Milinski del Instituto Max Planck en Alemania, montaron un experimento sobre cooperación en el que tomaron en cuenta varios ingredientes presentes en las interacciones sociales reales.
Para su estudio, utilizaron un “juego de bienes públicos” (public goods game) que es un experimento muy socorrido en estudios económicos. En dicho juego los participantes tienen una cantidad inicial de fichas (que equivalen a recursos) y en cada ronda deciden -de forma generalmente secreta- con cuántas fichas contribuir a un concentrado grupal de fichas. Este concentrado puede después ser multiplicado y luego repartido de forma equitativa entre los miembros del grupo. En una variante del juego los que contribuyen poco al bien común pueden ser “castigados”, por ejemplo, dándoles menos que al resto en la repartición final de bienes.Jugadores de cartas. Pintura original deTheodoor Rombouts. Imagen tomada de Wikimedia Commons.
En el experimento de Bettina y Manfred los participantes podían tener dos roles: el de jugador y el de observador. En la primera ronda los observadores analizaban las estrategias de los jugadores y, en la segunda ronda, se integraban como jugadores después de haber escogido a los jugadores. Para dicha decisión tomaban en cuenta lo observado durante la primera ronda. Los jugadores podían “pagar” para ocultar su contribución de los observadores, así como los castigos que sugerían para otros individuos. Los observadores también podían pagar por ocultar su papel de observadores. Dado que el objetivo del juego era maximizar el beneficio final, los observadores deberían estar interesados en seleccionar a aquellos jugadores que contribuyeran con más fichas al concentrado común.Hubo una tendencia a que los jugadores ocultaran los castigos severos y sus contribuciones cuando eran bajas, pero exhibieran sus contribuciones altas. Los observadores tendieron a seleccionar a los jugadores que hicieron contribuciones altas, pero también a pagar por no ser vistos cuando observaban las contribuciones de dichos jugadores. Es decir, los observadores dirigían sus observaciones ocultas a los contribuidores generosos; como para cerciorarse de la frecuencia de sus contribuciones altas.Como era de esperarse, la probabilidad de que un observador escogiera a un jugador dependió de la contribución de éste último al concentrado común. También, los castigos fueron dirigidos a aquellos jugadores que se caracterizaron por su tacañería. En otras palabras, los castigos fueron usados principalmente para “disciplinar” a los egoístas. Es interesante, sin embargo, que el uso de castigos no influyó en la selección de jugadores. Es decir, las actividades relacionadas con la aplicación de castigos no fueron decisivas para ser seleccionados en rondas posteriores.Los resultados que desconcertaron a los autores fueron precisamente estos últimos: los relacionados con el castigo, ya que mientras los jugadores prefirieron ocultar cuando castigaban a otros jugadores de forma severa, los observadores parecieron no tomar en cuenta el nivel de los castigos en la selección de compañeros de juego. En experimentos semejantes los castigadores podían incluso adquirir una buena reputación, lo que podía deberse a que los castigos, y/o la exhortación a cooperar lograda mediante los mismos, beneficiaban al bien común. Por lo que el hecho de que los castigadores fueran ignorados en el formato del estudio de Bettina y Manfred sugiere que los castigos y la reputación de los castigadores pueden ser percibidos de forma diferente dependiendo de las diferencias –incluso sutiles- entre los contextos sociales considerados.No debemos olvidar que ya en “Crimen y castigo” Dostoievski, a través de sus personajes y la historia, hacía notar las diferencias en la percepción social de aquellos que merecían un castigo. Desde el punto de vista científico, estas diferencias de percepción señalan una dinámica bastante sofisticada en materia de cooperación y castigo.
Artículo de referencia:Rockenbach, B., & Milinski, M. (2011). To qualify as a social partner, humans hide severe punishment, although their observed cooperativeness is decisive Proceedings of the National Academy of Sciences, 108 (45), 18307-18312 DOI: 10.1073/pnas.1108996108