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Hace ahora más de un año (quién lo diría) la inauguración del parque de las Campa de los Ingleses daba por finiquitado el master plan de Abandoibarra a falta de la venta inminente de dos parcelas (una en Mazarredo, y otra en Lehendakari Leizaola) que, sean cuales sean sus intervenciones protagonistas, ya poco pueden distorsionar el resultado final. Abandoibarra, otrora símbolo de la industrialización del Gran Bilbao, y más tarde, con el Guggenheim de Gehry, de su conversión en una ciudad de servicios, empezaba su verde y moderna andadura en 1998, cuando el master plan de César Pelli era aprobado tras unos cuantos años de divagaciones. Es también Pelli el firmante de la Torre Iberdrola, a la que supongo que los bilbaínos ya han bautizado a su manera con algún mote.
Abandoibarra, 1968
Todo empieza con el Guggenheim. Es sencillo a día de hoy, y no especialmente valiente, juzgar la intervención de Gehry, un proyecto discutidísimo en su momento, con pocos apoyos entre la ciudadanía y a la postre primer culpable de la extravagancia formalista de la que es víctima la arquitectura de poder actualmente. Y a mí me gusta, sí. (a otros como mi querido W. Curtis, ya no) Al igual que el Palacio Euskalduna, creo que hace una correcta interpretación del pasado industrial de la ciudad, de su estrecho lazo con la actividad naval, de su materialidad, de su tímido pero evidente abrazo al Nervión. Si bien intervenciones de esta magnitud ni pueden ni deben verse libres de crítica, observar otras obras de calado como por ejemplo el palacio de congresos de Oviedo, debería aliviar de una vez por todas de la sospecha en cuanto a su relación con el contexto. Otra cosa es que a Gehry se le haya metido entre ceja y ceja estrangular a su gallina de los huevos de oro. Ser un star es lo que tiene, que acabas fabricando en serie.
Calatrava dialogando con el entorno
Sin embargo, no es tan sencillo. Hace unos meses disfruté de un interesante documental cuya visualización recomiendo encarecidamente, sobre los Astilleros Euskalduna, emitido por la EITB. Un fantástico relato sobre el drama de su cierre, sobre la agonía de unos trabajadores abocados al paro. Una agonía que era la de una ciudad que veía como su identidad, su más profunda idiosincrasia peligraba. Una ciudad como Glasgow o Manchester, víctima de la traumática desindustrialización. Uno de los protagonistas, al ser preguntado por el aspecto verde y aséptico del Bilbao actual, respondía de forma tajante “No me gusta. Es bonito, pero no me gusta. Que me devuelvan el Bilbao gris, que producía, que daba de comer a miles de familias. Es el Bilbao que amaba” Aunque sean declaraciones fruto de una experiencia muy personal y escasamente extrapolable al presente y sus ciudadanos, dan que pensar. Ahora a Abandoibarra lo llaman “el nuevo pulmón de la ciudad”, si bien es cierto que el proyecto de la paisajista y mujer de Pelli, Diana Balmori ,ha sufrido recortes presupuestarios de antología. El superalcaldeIñaki Azcuna lo defiende. (protagonista de una interesante entrevista en JotDown) Está claro que por recortar en la novísima Plaza Euskadi tampoco pasaba nada, al fin y al cabo se trata más de un espacio de transición entre el ensanche y Abandoibarra, que de encuentro social. (otra cosa es el WTF de los bancos, mirando hacia el exterior de la rotonda) pero en la Campa de los Ingleses se nota sin duda.
A pesar de todo, es un hecho indiscutible, (y lo es aún más por culpa de todos esos que han defendido el aparente inmovilismo de la arquitectura actual) que el master Plan de Abandoibarra sería muy distinto al actual de haberse firmado un día como hoy. Tan sólo hay que fijarse en otros de carácter tan intrusivos en la malla urbanística, y de tanto calado, como son el Parc Central en Valencia, o el de Zorrotzaurre, también en Bilbao. A pesar de las críticas, éste último, todo un ejemplo de diálogo entre la ciudadanía y el ayuntamiento.
Clic para ampliar. Mucho.
Me gusta Bilbao, es una ciudad que me conquistó casi desde el mismo instante en que la pisé. Pero fue su pasado, más allá de las afortunadas intervenciones, ese pasado que flota en el ambiente, en la luz reflejada sobre las aguas del Nervión, lo que en última instancia enamora y la hace única. Y mientras veía levantarse la torre Iberdrola, me sentía como un espectador de excepción del coitus interruptus del que era protagonista mi recién estrenado enamoramiento urbanístico. Es una afirmación gratuita, lo sé, pero el Bilbao de 1980 creo que me habría fascinado igualmente. En fin. Será por el óxido. Citando a Blas de Otero:
Llegamos a Bilbao.Tras dos años y siete mesesregreso a tí, ciudad maldita y metida enlo máshondo de mi pecho.Bordeamosla peña de Orduña,rozamoslos aledaños de Orozco.Al fondo, al fondo, cada vez más próxima,más adusta y oxidada,másentrañableBilbao.
-Blas de Otero22 de junio de 1968