Ahora que una nueva promoción de médicos residentes de psiquiatría ingresa a los hospitales de nuestro país, es pertinente, más allá del enrarecido clima que se vive en alguna sede, evocar al Padre de la Psiquiatría Peruana y la grandeza de su ministerio en una situación análoga: cuando acontece la apertura de la experiencia académica, cuando se convoca al mérito y la vocación al crisol.
Obviamente, los médicos residentes no se forman en el vacío ni emergen por generación espontánea. Es compromiso de cada sede proveer los espacios adecuados que garanticen la actividad académica. No puede enjuiciarse la calidad de nuestros médicos residentes desligada de la calidad de aquellos que participamos en su formación y de las sedes donde se suscita la actividad docente-asistencial.
Se ha afirmado que el nivel de los médicos residentes ha descendido a lo largo del tiempo. Sin detenernos a examinar si existen las pruebas de tal aserto, a priori es imposible no preguntarse qué ha hecho la contraparte formativa y docente para evitar este supuesto acontecimiento y cuál es su participación y responsabilidad.
Qué mejor motivación para los colegas en agraz, antes que aquella lamentable frase escuchada en su bienvenida y que los tentaba especulando el -pequeño o grande- monto feble que un psiquiatra puede ganar en un mes, que la lectura de la docta y conceptuosa clase inaugural de Valdizán en la primera cátedra de Psiquiatría del Perú -era la primera ocasión que Psiquiatría conformaba una asignatura independiente en el currículum médico en nuestra patria-. Casi un siglo después, su lectura nos sigue llamando al esfuerzo y al compromiso, a la entrega plena y la denodada lucha.
Clase inaugural del Curso de Psiquiatría, 1917 - Hermilio Valdizán
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