En cinco años el pintor Matthew Willey ha dibujado más de 50.000 abejas, el número de individuos que debe tener una colmena para considerarse sana. Lo ha hecho en murales repartidos por Estados Unidos. Esta iniciativa, 'The Good of a HIve' ('La bondad de una colmena') es una llamada de atención sobre el declive mundial de las abejas.
Con los murales, Willey también quiere rendir homenaje a la manera de proceder de las abejas. Mueren lejos de la colonia en solidaridad con sus compañeras: cuando saben que están enfermas y van a morir, abandonan la colmena para no contagiarlas y no darles trabajo con la limpieza del cadáver. Su altruismo es admirable.
El artista cree que deberíamos aprender de estos himenópteros. Cree que la salud de cada uno de los miembros de un colectivo, ya sea un grupo de skaters, mujeres con cáncer o gays, depende del bienestar general del grupo. De igual manera, la salud de esos grupos depende de la buena relación entre los distintos colectivos. Si actuáramos como abejas pensando en el bien común la humanidad estaría en paz y el planeta sería un lugar mucho mejor.
Desde finales del siglo pasado las poblaciones de abejas merman ante los ojos resignados y espantados de los apicultores y agricultores. Un mundo sin abejas sería un desastre. Son responsables de la polinización de la inmensa mayoría de los cultivos del planeta. Según la FAO, casi dos terceras partes de las plantas cultivadas destinadas a consumo humano dependen de la polinización por abejas. Son cruciales para la obtención de nada menos que el 9,5% de la producción mundial de alimentos. En Europa, el 84% de las más 250 especies de cosechas se polinizan con abejas.
Una familia de pesticidas ha sido identificada como una de las causas que está contribuyendo al fatal declive. Los pesticidas perjudiciales para las abejas son tres de una familia de neurotóxicos relacionados con la nicotina llamados neonicotinoides. Se empezaron a usar a principios de los años 90 y se convirtieron los más típicos en cultivos de todo el mundo. En Europa se usaban en unos 8 millones de hectáreas, hasta que en marzo de 2012 se confirmó que eran malos para la salud de estos invertebrados. Hoy en día su uso está paralizado en Europa hasta 2017. En Estados Unidos continúan usándose.