LA COMBI MILAGROSA, parte 2.

Por Vanessa Vanessa Guízar Marín @PortalEspejo

Bianca esperó a la hora convenida, pero no aparecía Silvia, la mujer que la contactó a través del blog, y luego por un mensaje privado, y que aseguraba que ella era la propietaria de la combi azul. Sólo había una indigente sentada a la orilla de la calle, un tianguis ruidoso en la calle siguiente, y unos cuantos transeúntes que pasaban a Bianca de largo. 
Cuando transcurrió media hora, la indigente, fibrosa y llena de cicatrices, se levantó con parsimonia, se sacudió, y se acercó a Bianca para revelarle que ella era Silvia. 
--¿Por qué no me interceptó antes?
--Nunca me preguntaste si yo era Silvia. Ese es más o menos el motivo por el cual usaba esa combi, porque nadie le da importancia a lo que está tirado en la calle, se trate de un objeto, basura o una persona.
Bianca no supo qué contestarle, así que Silvia procedió a contar su historia: 
--La palabra "privilegio" es la clave. El momento en que su significado cambió para mí es lo que determina el propósito de mi existencia. Yo crecí en una familia de tradición en la abogacía. Durante muchas generaciones, todos los varones fueron jueces o fiscales, y muchos ocuparon grandes puestos en la Corte Suprema. El ambiente en mi casa era casi de una dinastía monárquica. A muchas niñas comunes y corrientes sus padres les dicen "princesa", por amor. A mí los míos apenas me dirigían la palabra, pero yo vivía como una princesa de verdad. Teníamos una propiedad de 120 hectáreas, rodeado de jardines, y yo no tenía un pony, sino tres, además de perros, tortugas, cisnes y hasta un cerdo. Por supuesto, no es necesario aclarar que más de la mitad de nuestras riquezas no eran lícitas. La mayoría de la extensión de aquellas tierras se las había regalado un político a mi abuelo para que no lo condenara por una masacre de campesinos, que había ocurrido allí mismo, puesto que precisamente esos campesinos eran los verdaderos dueños de los lotes. Como no se dejaban despojar, simplemente los mataron. Yo eso no lo sabía en la infancia. Escuchaba a la niñera hablar con otra empleada sobre los fantasmas de los ejidatarios en los pasillos de la planta baja, pero no podía entender cómo afectaba eso el patrimonio que yo iba a heredar. Me consideraba afortunada por haber nacido en esa familia. Pensaba que privilegio era tener todo aquello, y cada noche le agradecía a Dios por haberme permitido ser quien era. En la adolescencia cambié de perspectiva, y empecé a sentirme superior que los demás, fui rebelde, disfruté hacer llorar a mi madre y me volví tan mala estudiante que ni un soborno me salvó de repetir tercero de secundaria. Cuando a duras penas terminé la prepa, más docta en el uso ritual de LSD que en cualquier otra materia, llegó el momento de estudiar leyes, y ser la primera mujer de la familia en ejercer la profesión familiar, pero, como era hija única, y heredaría una vasta fortuna para pasar el resto de mis días con comodidad, decidí que no iba a estudiar. Mis padres se enojaron, pero no demasiado. Después de todo, quedaba la opción de que me casara bien, con algún juez, por ejemplo. Les hice creer que esa era mi intención, y no desaproveché ocasión para insinuármele a los vejetes que nos visitaban, pero de una forma vulgar, con un sarcasmo obvio. En esa misma época mi madre enfermó de cáncer de huesos, y ya no había nada que hacer por ella. Su dolor le hacía retorcerse y gritar de una forma inenarrable, por lo que le inyectaban grandes dosis de morfina. Yo también empecé a usar más drogas, para evadir la situación. A veces, con todos los medicamentos que tenía encima, mi madre alucinaba. Yo también estaba muy pasada aquella noche en que murió. Mi padre no tuvo el valor de observarla agonizar y se fue a fumar su puro a la oficina. Nos quedamos solas, y ella comenzó a apuntar con los ojos congelados hacia donde estaba su tocador "Míralos, vinieron por mí para que vague por la casa con ellos". Yo no miré hacia allá, más bien me acerqué a ella y traté de confortarla, pero insistió "¡Míralos! ¡Y diles que cuando esté con ellos no sean crueles conmigo, yo no los maté!" Entonces me volví, y no sé si fue porque yo también estaba hasta las chanclas y tuvimos una alucinación compartida, pero los ví. Eran como diez mujeres y hombres, y algunos niños. Llevaban overoles, o ropa de manta, huaraches o botas de trabajo. Sus rostros desencajados no tenían expresión, pero los orificios de bala se veían negros y sin fondo a través de sus camisas pobres y su piel gris.Cuando pude recuperarme del impacto, mi madre estaba muerta, y cuando dejé de abrazar su cuerpo inerte, los ejidatarios habían desaparecido. Mi padre cayó en una gran depresión, y yo le dije que quería irme de esa casa. Me dijo que esperara un poco, sólo un par de meses, para hacer lo que yo quisiera.  Al cabo de ese par de meses, se suicidó, y yo quedé inmensamente rica. Me mude a un penthouse y me gasté algo de aquel dinero en mis vicios durante un año. Como tuve miedo de que se me acabara, porque no hacía nada de provecho, a veces intercambiaba las drogas por favores sexuales. Eso dañaba mucho a Willie, el tipo con el que yo vivía, un estadounidense que llegó a México en su combi azul, a la cual llamaba Missie. Los padres de Willie lo corrieron de la casa por su simpatía con el comunismo, pero era la persona mas dulce y sensible que jamás conocí, y creo que realmente me amaba. Un día le conté lo de los espectros en la casa, y expresó que a él le parecía que ellos venían a hablarme a mí, y no a arrastrar el alma de mi madre a vagar con las suyas por la eternidad. "Esa gente es invisible, aun cuando están vivos. Sólo querían que los notaras". Empecé a considerar que Willie y yo deberíamos rehabilitarnos, casarnos, y hacer una vida normal con dos lindos hijitos, empleos, un auto compacto, y todas esas cosas, pero él amaneció muerto de una sobredosis. Fue allí cuando empecé a cuestionarme si una vida como la mía, donde todos los que amaba murieron de forma prematura y yo tenía que idiotizarme para no sentirme tan mal, realmente era privilegiada. Durante meses estuve encerrada, repleta de mis propias miasmas y mi propia miseria humana, hasta que, de tanto repasar el pasado, cobró coherencia para mí, y decidí que no iba a repetir las decisiones de mi padre y dejarme morir por haber perdido a mi pareja, y que iba a tratar de compensar todo el daño que mi abuelo ocultó bajo las comodides en que crecí. Subí a la combi azul y tracé un itinerario por todo el país. En cada lugar que llegara, haría algo bueno por los demás de forma anónima. De repente, al ver las sonrisas de padres que antes estaban desolados, o de un chico brillante que ahora podría ir a la escuela, mi tarea dejó de ser un acto para curar la culpa de mi linaje, y comencé a hacerlo por gusto. Allí fue donde entendí que el verdadero privilegio de una vida es ser causa de la felicidad de otros. No obstante, para continuar necesité ocultarme, ya que al principio la borracha de la combi azul (los estragos de mi drogadicción eran evidentes) llamaba la atención. Entonces conducía de madrugada hasta una calle desierta y procedía a disfrazar a  Missie. Cambiaba los neumáticos buenos por unos viejos y ponchados, y quitaba el asiento del conductor, el único que quedaba, para ocultarlo bajo una pila de porquería. Luego yo misma me ocultaba para dormir allí atrás y al día siguiente salía por allí, daba un nombre falso, hacía buenas migas con los lugareños, investigaba sobre alguna persona en problemas, le ayudaba y me iba. Después de quince años, en Tijuana, conocí a Carlitos. Era un hombre gigantesco repleto de tatuajes que vendía relojes robados y que había "visto la luz" igual que yo, y ya no quería otra cosa más que dedicarse a hacer actos de caridad. Trabajaba para el dispensario de una iglesia, pero no se sentía satisfecho con los servicios que daba. Fue cuando se convirtió en el Robin para mi Batman, por así decirlo. Me descubrió llenando la caja de limosnas del dispensario con billetes y medicinas, y no me quedó más que contarle todo esto mismo que te cuento a ti, y quiso ayudarme. Al principio dudé, porque no lo conocía y podría matarme de un golpe, pero luego el instinto me dijo que debía llevar a Carlitos conmigo, y no me equivoqué. Los maleantes que atábamos, los sometía él, como en una película. Bueno, y yo le ayudaba algo. No siempre nos iba bien, a veces nos madreaban, me han violado dos veces, pero bueno, ya sabía que esto no sería fácil. Así duramos largos años, pero nunca contamos con que habría una persona tan extravagante como tú, que iba por allí tomando fotos de trastos destartalados como nuestra Missie, que nos descubriría. Desde que empezaste el blog, conseguimos otro auto viejo y nos despedimos de la querida Missie, que de todas formas ya no andaba muy bien. Este año cumplo treinta años de errar por todo el país, y sólo vine aquí a revelarte quién soy porque he leído tu blog y creo que eres una excelente mujer, una enfermera piadosa y una madre ejemplar, y porque quisiera pedirte que Missie volviera al anonimato. 
Bianca le pidió encarecidamente a Silvia que le permitiera publicar su vida, como última entrada del blog antes de dejarlo allí sin actualizar, porque más gente tenía que entender el verdadero significado de una vida privilegiada. 
--¡Si quieres!--le gritó la justiciera anónima mientras ya desaparecía entre la multitud de un tianguis aledaño-- ¡De todas formas ni yo, ni Missie, ni Carlitos nos llamamos como te dije!