La conciencia de la pérdida

Por Pedsocial @Pedsocial

Hace tres años (En https://pedsocial.wordpress.com/2011/07/10/el-peso-social-de-la-perdida-de-conciencia/ ) al hablar del peso social de la pérdida de conciencia prometíamos ocuparnos de “la conciencia de la pérdida”…Ya va siendo hora de hacerlo.

No somos lo que tenemos, sea eso bienes materiales, relaciones sociales, poder o querer. Somos otra cosa. Pero los niños, en su natural simpleza de ordenamiento mental, pueden muy bien entender que ellos son lo que son por lo que tienen. Es luego la madurez que lleva a la conciencia del yo la unicidad desnuda, la identidad personal, y la integridad de ese yo.

A menudo uno tiene conciencia de los que tiene sólo cuando lo pierde. Y en el egoísta mundo del niño pequeño las pérdidas no son bien recibidas. Eso es válido tanto para las grandes pérdidas como las más pequeñas o insignificantes. Enseñar a los niños la fugacidad de las cosas materiales puede ayudar a la maduración.

Vivimos en una sociedad extremadamente complaciente y consumista que ofrece a los niños toda clase de ofertas y materiales lo más común fruto de un consumismo desaforado. Mientras que una porción de la población infantil vive por debajo del considerado índice de pobreza, el resto se regala con bienes y servicios no siempre necesarios.

Hay que enseñar (y aprender) que nada es para siempre y que todo lo que tenemos lo podemos perder y, eso sí, para siempre. De los objetos infantiles que muchísimos niños pequeños consideran de su absoluta y completa propiedad es, por ejemplo, el chupete. Donde yo vivo, para ayudar a los niños a desprenderse del adminiculo a partir de cierta ( y aún corta) edad, han ideado un ritual consistente en ofrecerle el chupete a una de las figuras totémicas que sacan en un cortejo o  procesión en la fiesta mayor, un dragón de cartón piedra. El dragón lo engulle y lo hace desaparecer para siempre. Esto es una simpleza, evidentemente. Pero aún así, algo parecido puede acontecer alrededor de una pérdida de las consideradas “irreparables”, como pueda ser la pérdida de un progenitor o, más concretamente de la madre. El tremendo impacto de la pérdida de la madre puede tener efectos devastadores en la conciencia de un niño pequeño. Pero ambas son, esencialmente, eso: pérdidas.
La vida es una sucesión de pérdidas: los dientes de leche, la virginidad, o la vergüenza. Y pueden ser acontecimientos vividos con una profunda sensación de que nada será ya igual nunca más.

Convertir la conciencia de la pérdida en una oportunidad de entender que son pasos en la carrera de la maduración, es una obligación de padres y educadores para la que no siempre se está preparado. Puede resultar inevitable un sentimiento de lástima, de compasión o de simpatía, pero que no debe alejarnos de la explicación racional y el apoyo moral.

Las pérdidas abundan. Sortearlas y asumirlas es necesario. La reparación de la conciencia de la pérdida merece atención, para contribuir al proceso de la maduración de los niños. Y no olvidar que una de las pérdidas más comunes, recurrente y de escaso reparo, es la pérdida de tiempo…

X. Allué (Editor)