Siempre me pregunté por qué algunos empresarios se vuelven desconfiados frente a personas que no conocen de nada (recién contratados) pero que a la hora de elegirlos entre un montón, les merecieron la confianza. Había dos alternativas a elegir: o confiar o desconfiar, ambas igual de válidas. Muchas empresas optan por la segunda, lo cual me parece una incongruencia “patológica” (“te contraté porque te ganaste ni confianza en el proceso de selección pero una vez que estás en la empresa te controlo milimétricamente”) y un mal principio para una relación que, se supone, debe durar bastante tiempo.
La desconfianza genera infinitos problemas económicos a las empresas: obliga a extremar las medidas de control, esto es, más burocracia, más tiempo perdido innecesariamente, más personal dedicado al control de datos, etc. Siendo esto un gran perjuicio ya de por sí, lo peor es que la desconfianza llama a la desconfianza. Si la empresa no se fía de los trabajadores y dedica parte de sus recursos a controlarlos, los empleados también se vuelven reticentes y desconfiados hacia la organización. ¡¡Y ya la tenemos liada!!
¿Se preguntaron alguna vez por qué nacieron las normas? Muy fácil: para evitar los abusos. Si entre las dos partes se establecieran relaciones basadas en el aporte de valor recíproco (win-win), en la confianza, no sería necesario regular tantas cosas como se regulan. Hay empresas que están plagadas de normas de obligado cumplimiento.
Recuerdo una vez que se murió un ser muy querido para mí (mi madrina) pero que no tenía relación co-sanguínea directa, por lo que -según las normas- no me correspondía el día libre para acudir al entierro. Mi jefe hizo la pertinente consulta con la Central y desde allí le dijeron que había que ceñirse a la normativa laboral. Perfecto, nada que objetar. A sufrir en silencio, como en el anuncio de las hemorroides.
Actitudes de este tipo se pagan con la misma moneda, ¿no creen? ¿Que pasará cuando la empresa requiera de sus empleados que acudan un sábado a un congreso, por ejemplo? Pues que el empleado también acudirá al “librito de las normas” y exigirá que esas horas extra se paguen o se compensen durante la semana. Las normas son las normas.
Finalizo con la frase del título; en cuestiones de confianza no hay matices. Si una empresa desconfía de sus empleados y los controla hasta el máximo extremo llegando a aplicar las normas estrictamente sin atender a otras “sensibilidades”, ¿qué esperan recibir a cambio? ¿Cómo va a acabar la cosa? O blanco o negro.
Buen fin de semana
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