El filme es una inmersión sin complejos en el mundo ideal de la adolescencia; pero no en la adolescencia de cualquier época, sino en los años sesenta en un archipiélago de islas sobre las que se cierne --nos lo avisa el sosias de Cousteau (un reaparecido Bob Balaban) que hace las veces de narrador-- el mayor temporal conocido hasta entonces. Todos los aspectos que tienen relevancia en la historia --personajes y situaciones-- están convenientemente exagerados hasta rozar la distorsión y la autoparodia: el policía (Bruce Willis), los padres de la chica protagonista (Bill Murray y Frances McDormand), la asistente social (Tilda Swinton), los gerifaltes scouts en sus diversos rangos (Edward Norton, Jason Schwartzman, Harvey Keitel)... Pero especialmente la pareja protagonista Suzy (Kara Hayward) y Sam (Jared Gilman) muy bien escogidos por su rostro y mejor aún en su caracterización. En este microcosmos perfectamente delimitado de rostros habituales en el cine de Anderson se desarrolla una huida que, como en cada adolescente llegado el momento, está basada en el convencimiento íntimo de que los sentimientos absolutos que experimentan sus protaginistas son definitivos, inalterables e inéditos en la historia; y que no ha habido nadie antes ni nadie después capaz de encontrar el equivalente exacto en pasión y pureza.
El argumento se despliega en forma de enredo en el que cada parte interviniente aporta un punto más de locura a la situación, permitiendo que el sentido del absurdo característico del director se sitúe en primer plano. Los que ya lo conocen comprenden que se encuentran ante un producto cien por cien Anderson; los que lo descubren por primera vez se enfrentan a la clásica disyuntiva entre decidir si les hace gracia o les provoca rechazo un humor tan sutil y unos personajes difícilmente empáticos. La ventaja (para la impresión global de la película) es que el mismo Anderson sabe que exagera y es precisamente en el exceso donde se hace más creíble la increíble historia de Sam y Suzy,una pareja de adolescentes que no encajan en su ambiente, que se enfrentan a todos y huyen para acabar recreando, en una recóndita cala, que bautizarán con el nombre que da título a la película, el ideal del primer amor platónico (que pronto dejará de serlo).
Precisamente porque es una película de Wes Anderson y porque sabemos que trata sobre un tema especialmente sensible y universal que acepta cualquier clase de irrealidad, podemos perdonar que se tome tantas licencias --al fin y al cabo su estilo encaja bastante bien-- y darlas por buenas. Moonrise Kingdom es un filme que encantará a los fans muy fans del director, a los que simplemente somos fans y fiamos el resto al guión, nos deja más bien indiferentes. Al resto, directamente, les defraudará.