La inmediatez es un fenómeno que se ha instaurado en nuestra actual cultura. Se trata la necesidad imperiosa de tener todo ahora, sin esperas.
La cultura de la inmediatez, uno de los males de la sociedad occidental
Vivimos inmersos en una subcultura de lúdica y zafia distracción del raciocinio, instalada en la sociedad a través de unas tramadas maniobras del poder.
Estas maniobras van encaminadas a anestesiar la sensibilidad de la colectividad, y evitar así que ciertos valores éticos se asienten en el intelecto de las masas y les permitan cuestionar a quienes ostentan la supremacía y rigen nuestro destino.
Básicamente, todo apunta a que el objetivo de las clases dirigentes es mantener entretenida a la ciudadanía (por ejemplo, a través de programas basura televisivos o tertulias donde los berridos y la falta de respeto al otro brillan por su ausencia), y otorgar una entidad de valor positivo a lo grosero e irrespetuoso, propiciando que desaparezca de las neuronas de quienes sucumben al aborregamiento, cualquier atisbo de conciencia crítica de la realidad.
De este modo, cada vez más cotizan a la baja valores como la solidaridad y el apoyo al débil; se promueve un individualismo egocentrista y asocial; y el resultado final acaba siendo un adocenamiento acatado por el individuo sin ser consciente de que está siendo manipulado y anulado, aunque eso no le importe cuando lo que le hace sentirse bien es conseguir con carácter inmediato aquello que cree necesitar (o le hacen creer que necesita).
Llegamos así a la adocenada felicidad de quienes acceden a ser manipulados desde la idiotez en la que acaban sumiéndose. Tanto que, si en algún momento atisban un ápice de lucidez y son conscientes de la manipulación a la que están sometidos, la asumen sin más, convencidos de que nada pueden hacer para evitarlo porque el mundo es tal cual lo imponen los poderosos y sería inútil cualquier cambio.
Inmediatez en los deseos y satisfacciones
Se entiende así la tendencia que se observa como consecuencia de la inmediatez, o lo que es lo mismo, de la necesidad de tener todo ahora, sin esperas, así como la obsesión por actuar en todos los ámbitos (laboral, social, lúdico…) a una velocidad innecesaria y agotadora.
Esto es debido a que la inercia induce a las masas a solventar todo de inmediato, aunque la resolución que con ello se obtenga no sea tal sino solo un parche que les permita tachar un asunto de la lista.
Obviamente, esto excluye una metodología aconsejable en la que la reflexión, el análisis, el diseño de estrategias y las conclusiones consensuadas sean cruciales. O sea, justo lo contrario al estrés que la cultura de la inmediatez genera, con el consiguiente desgaste del intelecto y la inestabilidad psíquica. No obstante, al establishment le conviene que las masas sucumban a la inmediatez, y conforme avance el artículo lo iremos comprobando.
Por el culto que se rinde al presente y a la inmediata satisfacción de los deseos, tal parece como si no importara —o incluso no existiera— nuestra propia historia, ni tampoco el legado de las generaciones que nos precedieron. Incluso como si tampoco existiera —o importara— el futuro.
Todo se desea con mucha rapidez en la cultura de la inmediatez. Desde la obtención de soluciones ante un trámite administrativo hasta la acuciante atención que se exige cuando surge un problema de salud —aunque muchas veces lo verdaderamente urgente no sea la enfermedad sino la perentoriedad de obtener una atención inmediata y sin esperas—.
Incluimos en el mismo paquete de exigencias la dependencia que se ha creado ante las nuevas tecnologías por parte de una civilización —la nuestra— deteriorada hasta el extremo de considerar una grave pérdida de libertad quedarse sin batería o sin señal en el teléfono móvil, cuando la realidad es justo lo contrario y es el móvil quien nos priva de la libertad al convertirnos en dependientes de su disponibilidad.
Inmediatez en la información, en la comunicación
Vivimos dependientes de una comunicación instantánea y multidireccional, y lo mismo sucede con la información con la que se nos documenta de lo que acaece en todo el orbe. Sin embargo, esto no significa que estemos bien comunicados o bien informados —que lo estamos—, sino que todo aquello que compartimos a través de las nuevas tecnologías difícilmente supera los mínimos de privacidad, del mismo modo que todo aquello que nos llega a través de los medios dudosamente es imparcial y objetivo.
El entretenimiento superfluo y vacío de contenido fomentado por las consignas que penetran en cada casa o en cada sede social a través de las pantallas de televisión, es un cúmulo de información (entretenimiento, películas, informativos…) en el que nada es casual y todo está ajustado a un guion y a un objetivo previo que no es otro más que embotar las mentes introyectándoles los valores que definen a cada sistema establecido.
Un ingrediente más de este cóctel es la escalada de violencia que caracteriza a la sociedad global, y que penetra en nuestros hogares a través de las pantallas televisivas. Con esto se está consiguiendo una desensibilización ante el dolor ajeno —que es mayor proporcionalmente, a la distancia geográfica que separa el confort propio de las miserias ajenas— hasta el extremo de que los episodios de violencia bélica que acaece en países lejanos, llega a nuestro raciocinio como un entretenimiento más incrustado en los informativos. Todo ello sucediendo a una gran velocidad, casi siempre a tiempo real como exige la cultura de la inmediatez.
De este modo, aunque los avances tecnológicos sean una manifestación del progreso, también son utilizados para manipular a la colectividad y hacerla retroceder a una sumisión, un dominio y un control por parte del poder establecido como sucedía hace muchas centurias.
Pero a esta situación, que hasta ahora hemos contemplado desde una perspectiva sociológica, deberemos sumar la distorsión que los poderes fácticos propician en otros valores más vinculados a lo inmaterial y en concreto al humanismo, el altruismo y lo que tradicionalmente es conocido como el amor a los semejantes que proclama un misticismo religioso clásico que, equivocadamente —también intencionadamente— es proclamado por muchos como una exaltación a la pobreza material y una condena al acopio de riquezas.
Se trata de un extremismo que, llevado a posturas sectarias, llega a propugnar una renuncia a si mismo del individuo, algo que en una primera lectura podría parecer inofensivo pero que conducido a extremos radicales, pueden ser destructivo.
Este mal entendido amor a los semejantes, fomenta —sobre todo en los jóvenes— la renuncia al propio ser a cambio de una supuesta entrega al prójimo que podría anular la voluntad e infligir un daño irreparable por autoaniquilación.
En Man for Himslef. An Inquiry into the Psychology of Ethic, Erich Fromm advierte:
«El fallo de la moderna cultura no radica en el principio del individualismo ni en que la gente esté demasiado preocupada por su beneficio personal, sino en el insuficiente interés en su yo»
Inmediatez en la sociedad occidental
Concluyendo, comprobamos como las sociedades occidentales están cada vez más inmersas en una concatenación de cambios que repercuten en muchos aspectos de nuestras vidas; cambios que muchas veces suponen avances que nos facilitan la vida, pero que acontecen a una velocidad superior a nuestra capacidad para adaptarnos a ellos, por más que nuestra exigencia de inmediatez en los resultados sea cada vez mayor. Esto condiciona que todo cambio en nuestra vida exigirá un proceso de adaptación que a su vez requerirá su tiempo.
No ralentizar los cambios al ritmo al que seamos capaces de adaptarnos a ellos, podría traer como consecuencia unos efectos no deseados y arrastrarnos a un descontrol con efectos que irían desde el rechazo absoluto (quienes los sufren) hasta la aceptación absoluta (por parte de quienes no los detectan, pero igualmente los sufren).
Nos encontramos así ante dos extremos que exigen un término medio que establezca el límite que nos permita distinguir de entre todas las situaciones novedosas, cuales beneficiarán nuestras vidas, algo que además de no ser fácil dependerá de cada persona.
A modo de ayuda, unas directrices que convendría tener en cuenta
- La primera sería no considerar lo novedoso como necesariamente mejor a lo conocido.
- La segunda, considerar que la estabilidad de nuestra existencia se asienta sobre unas bases menos complejas de lo que a veces presuponemos, de tal modo que no es necesario disponer de tantas cosas para disfrutar de la vida.
- En tercer lugar, es conveniente hacer un análisis de ventajas e inconvenientes previo a la toma de cada decisión, evitando que el factor novedad influya en la que tomemos.
- Y ya por último, es imperativo mantener una mente abierta ante las novedades, aprender a ser pacientes y no precipitarse por las prisas que impone la inmediatez, dándonos un tiempo para decidir y considerando que todas las novedades requieren un esfuerzo y un tiempo de adaptación.
Teniendo en cuenta todo esto, y no dejándose arrastrar por la manipulación que impone elestablishment, resultará más fácil no caer en el catetismo sumiso que resta energía al individuo para combatir la manipulación opresiva que muchas veces ni si quiera es percibida.
Hay que evitar caer en la trampa de una sociedad que nos premia con la zanahoria del acceso a supuestos beneficios que colman nuestras ansias de inmediatez (televisores de plasma y teléfonos móviles cada vez más asequibles para cualquier economía; redes sociales donde dejamos al descubierto nuestra privacidad y nuestra vulnerabilidad; ofertas de fácil acceso a bienes que hipotecan nuestra economía convirtiéndonos en esclavos del sistema por el riesgo de perderlos por impago).
En la misma medida que sucumbamos al irracional entretenimiento fútil, superficial y vacuo de contenido con que el establishment nos tienta, nuestras vidas serán manipuladas y siempre que no perdamos la conciencia de ser quienes somos, nuestro triste final será reprocharnos no haber luchado por defender nuestra libertad.
Clotilde Sarrió – Terapia Gestalt Valencia
Imagen: Pexels