La evolución del cerebro límbico creó, hace un centenar de millones de años, animales con poderes luminiscentes de emotividad y capacidad de relación, con unos sistemas nerviosos diseñados para entretejer y apoyarse entre sí como sutiles ramas de una parra. Pero en la vida, como en el teatro griego, cada atributo confiere una vulnerabilidad equiparable; cada punto fuerte del héroe tiene su imagen reflejada en un defecto trágico. Lo mismo sucede con las habilidades neurales que constituyen la vida emocional.
El cerebro límbico otorga riquezas experimentales negadas a animales más simples, pero también aboca a los mamíferos al tormento y a la destrucción. Un cocodrilo nunca siente el dolor de la pérdida, y una serpiente de cascabel nunca se pone enferma o se muere porque la separen de sus padres o sus crías. Los mamíferos sí pueden, y les sucede.
Las estructuras neurales responsables de la vida emocional no son indefinidamente adaptables. Igual que el cuerpo del dinosaurio estaba constuido para vivir en unas temperaturas concretas, el cerebro límbico encadena a los mamíferos a cierto clima emocional. Los reptiles gigantes desaparecieron cuando los cielos se oscurecieron y bajó la temperatura. Nuestra decadencia está igualmente asegurada si llevamos nuestras condiciones de vida más allá de los límites de los grados emocionales que hemos heredado.
Como nuestras mentes se buscan entre sí mediante la resonancia límbica, como nuestros ritmos fisiológicos responden a la llamada regulación límbica, como nos cambiamos los unos a los otros mediante la revisión límbica, lo que hacemos dentro de las relaciones importa más que ningún otro aspecto de la vida humana. Podemos contraer matrimonio, tener hijos y organizar la sociedad de la forma que decidamos.
Cada elección (en grados distintos) se ajusta o incumple las necesidades inamovibles del corazón. Unas acciones aparentemente directas y bien compensadas pueden derivar en problemas emocionales que nadie eligiría deliberadamente. La conciencia de los imperativos emocionales de las personas varía. Los que los captan viven mejor; lo que no, sufren consecuencias inexorables.
Lo mismo es cierto para sociedades más amplias. Las culturas se transforman en pocas décadas o siglos, mientras que la naturaleza humana no puede cambiar en absoluto. La probabilidad de enfrentamiento entre dictados culturales y exigencias emocionales es significativa. Algunas culturas fomentan la salud emocional, otras, no. Algunas, favorecen actividades y actitudes directamente antitéticas para el logro de dicha salud.
En lugar de protegernos de las fragilidades del cerebro límbico, la cultura occidental (estado unidense) las magnifica oscureciendo la esencia y la necesidad del amor. El precio de este fracaso es alto. Cualquier objeto sólido proyecta una sombra, y la arquitectura de la mente emocional no es una excepción. El corazón humano es una avenida a primera hora de la mañana, la mitad es un paseo soleado donde los enamorados pasean y los niños juegan y la otra mitad está envuelta en una sombra aterciopelada. Flores de tristeza y tragedia, y a veces el mal, crecen en su lado más oscuro.
Fuente: LA MENTE ENAMORADA, Una perspectiva científica sobre el cerebro y los vínculos afectivos.