Al elegir un tema para mi proyecto de fin de carrera siendo alumna de cuarto año en el curso 2008-09 del Grado Superior de Danza en el Instituto Superior de Danza “Alicia Alonso” (Universidad Rey Juan Carlos) tuve desde el primer momento el deseo de tratar la aplicación de la danza a fines sociales, educativos y terapéuticos. El arte y los artistas no son entes separados de la sociedad, de ella nacen y a ella deben revertir.
Justamente cuando estaba iniciando el proceso de búsqueda de información, se encontraba de gira por España la Compañía de Danza de Tahen (de la provincia de Battambang, en Camboya) formada por niños y jóvenes de comunidades rurales duramente castigadas por la guerra, varios de los cuales pertenecen al Centro Arrupe para Discapacitados. Tahen es un pueblo de unos dos mil habitantes cercano a la ciudad de Battambang, capital de la provincia que lleva el mismo nombre. Sus habitantes fundamentalmente viven de la producción del arroz.
El Centro Arrupe es una casa de acogida para niños y chicos que sufren discapacidad física. La gran mayoría sufren mutilaciones por accidentes de minas o de bombas de racimo, y también por causa de la poliomielitis. El centro se sitúa en el recinto de la Iglesia Católica, en las dependencias de la Oficina de la Prefectura Apostólica de Battambang de la que es obispo el español Monseñor Enrique Figaredo, quien ha incluido las danzas tradicionales como parte de la liturgia católica en la diócesis. Allí viven más de 50 jóvenes con sus educadores. Conviven y tienen acceso a la educación en los colegios nacionales de la ciudad.
Los chicos camboyanos pertenecientes a este grupo carecen de seguridad en sí mismos por distintas circunstancias de la vida (pobreza, familias desestructuradas, orfandad…) Un niño o un chico en Camboya no son precisamente parte de un grupo privilegiado. Son socialmente fuerza de trabajo, el “pan bajo el brazo” de las familias.
A través de estos bailes, dan un sentido muy fuerte a su vida y se sienten capaces de compartir con los espectadores españoles toda su riqueza cultural. Bopha, una de las profesoras de danza del centro Arrupe a las que tuve ocasión de conocer comentaba: “cuando ensayábamos en casa nunca pensamos que bailaríamos en el extranjero en teatros tan grandes, con tantos aplausos y tanto reconocimiento…” Y añadía “ahora estos niños son embajadores de nuestro país y portadores de la belleza, la vida y la cultura camboyana. ¡Esto es un sueño!”.
Todos estos niños y jóvenes se levantan cada día muy temprano para trabajar en los arrozales. Después, de lunes a viernes, de 7 a 9 de la mañana reciben clases de música y danza clásica y tradicional camboyana. Luego continúan con los estudios generales, dándose casos de chicos y chicas que ya están realizando estudios profesionales, como es el caso de Tola (bailarina, maestra de danza e hija de maestro de danza) que estudia Turismo, o de Sophie, que va a iniciar estudios de Derecho, como ella dice “para defender los derechos de la mujer en Camboya”. Otros estudian aún el bachillerato, como Channeng, que perdió las dos piernas al estallar una mina antipersona cuando buscaba leña que llevar a su casa, pero no perdió su alegría ni las ganas de vivir que le impulsan a prepararse para ser informático y ayudar económicamente a su familia.
Espero suscitar en los lectores el deseo de conocer y saber más acerca de este arte y del pueblo que lo crease, artífice de una de la grandes civilizaciones de la Historia de la Humanidad: el Imperio de Angkor.
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