Puesto porJCP on Nov 10, 2012 in Autores
El pasado martes día 6 de noviembre, como ocurre cada cuatro años, se celebraron elecciones presidenciales en los Estados Unidos de América del Norte. Bueno, no sólo se elegía quién iba a ser el inquilino de la Casa Blanca durante los próximos cuatro años, sino que también se renovaba un tercio de la Cámara de Representantes y del Senado, a la vez que algunos estados elegían sus gobernadores. El resultado de la contienda presidencial ha sido favorable al candidato demócrata Barack Hussein Obama, quien afrontará su último mandato presidencial tras vencer al republicano Willard Mitt Romney por una diferencia mayor de la augurada por las encuestas, pero escasa si tenemos en cuenta el número de sufragios emitidos: 60.799.433 personas (que representan el 50,44% de los votos emitidos) confiaron en el actual mandatario mientras que 57.786.925 (el 47,94%) optaron por el candidato republicano. La diferencia en el Colegio Electoral es aún más amplia, pues esos escasos tres puntos y medio porcentuales se traducen en una abismal sima de más de cien votos, pues otorgan 332 votos compromisarios al demócrata por tan sólo 206 al republicano. Y es que el peculiar sistema que los founding fathers idearon para evitar la democracia directa (a la que cordialmente aborrecían) crea estas disfunciones o diferencias entre el voto real y el voto compromisario. El caso quizá mas ilustrativo sea el acaecido en 1960, cuando el demócrata John Fitzgerald Kennedy obtuvo 34.220.984 votos (que representaban el 49,72%) frente a los 34.108.157 (el 49,55%) de su contrincante el republicano Richard Nixon, una diferencia de menos de 110.000 votos y 0,17% (en lo que virtualmente era un empate técnico, dejando de lado el hecho de que en Chicago el partido demócrata robó literalmente las elecciones) que sin embargo en voto compromisario se tradujo en 303 votos para Kennedy y 219 para Nixon. Han sido muchas voces las que han abogado por suprimir o reformar el Electoral College, pero esta creación dieciochesca aún sigue en pie y ha de reconocerse que en poquísimas ocasiones ha dado conflictos. De hecho, en tan sólo cuatro ocasiones (años 1800, 1824, 1876 y 2000) lo ha dado. Sea como fuere algo es evidente: existe una división consolidada de la sociedad americana en dos bloques homogéneos.
Pero si hay algo profundamente arraigado en la política norteamericana y que por desgracia no existe en la europea es la idea de equilibrio y control de los poderes. Son contadas las ocasiones en las que un mismo partido controla la presidencia y las dos cámaras legislativas, pues lo ordinario es que ambas instituciones se encuentren dominadas por tendencias políticas distintas, lo que evita las tentaciones de demagogia populista en uno de los poderes y de tendencia al autoritarismo del otro. El poder judicial federal controla, además, a las otras dos ramas. Pero es que, curiosamente, la división existente en el seno de la sociedad existe actualmente no sólo en el poder legislativo (Cámara de Representantes dominada por los republicanos y Senado por los demócratas) sino en el propio Tribunal Supremo, donde cuatro magistrados sintonizan más con las teorías jurídicas que apoya el partido republicano y otros cuatro por las tesis jurídicas que ampara o defiende el partido demócrata, y con el noveno magistrado que, aún ideológicamente conservador, oscila en determinadas materias hacia posturas liberales. División social, división de poderes. Control social, control de poderes. Ningún poder se extralimita, pues los otros dos reaccionarán. Pero la peculiar estructura norteamericana hace que el presidente Obama tenga virtualmente garantizado el placet a los nombramientos tanto de puestos ejecutivos como judiciales (que necesitan el famoso advise and consent senatorial) dada la mayoría demócrata en el Senado, la cámara más prestigiosa políticamente (a diferencia del homólogo español, una burda y prescindible cámara legislativa de tercera regional que únicamente vale para consumir partidas presupuestarias en gastos inútiles), pero que en materia financiera se vea obligado a pactar con sus rivales, que tienen en sus manos el control de la Cámara de Representantes, es decir, la que tiene en sus manos las competencias financieras. Pero además el peculiar sistema de distritos electorales, donde el cargo responde políticamente ante los electores y cuya relección depende de la cercanía con la propia base electoral hace que la dependencia del partido se aligere para orientarse más hacia el electorado. A años luz de nuestro país…..
Monsieur de Villefort