El cementerio de las estrellas, novela escrita por el contable e informático madrileño Manuel Nonídez, es una novela juvenil de 284 páginas tras la que hay un trabajo de edición, como bien señala el título de esta sección, muy singular. Empecemos con la cubierta, la cara del libro, esa de tapa dura donde los rostros de dos jóvenes se funden entre copos de nieve, símbolos de la Edad Media y palabras casi ilegibles en latín. Ella, de mirada altiva, y él, a quien bien podríamos confundir con el hermano gemelo del protagonista de la portada de The Giver (serie publicada por la misma editorial). La imagen es rara y bonita a la vez; y dentro del conjunto destaca la cruz escarlata que también se aprecia en el lomo.
Cuando abrimos el libro nos encontramos con una ilustración que reina en la primera página: un recorte de periódico sobre una noticia que habla de un robo en un Monasterio. La ilustración parece pegada con celo al papel de la página y no le falta detalle tanto en la tipografía como en la estructura de la noticia, porque cuenta con titular, cuerpo y leyenda. Además, la cruz de la que hablábamos hace escasas líneas reaparece esta vez sobre el dibujo de una concha situada a la izquierda de la frase que corona el recorte, “Ultre ia Et Sus eia!”, a la que sigue, una línea por debajo y en letra diminuta, otra que reza “la prensa decana del camino”. ¿Que qué significa tanto latín? Se trata de un antiguo saludo entre los peregrinos que caminaban hacia Santiago y los que volvían de allí y se dirigían a los Pirineos: “Ultre ia!” quería decir “¡Vamos hacia allá!” (a Santiago), mientras que “Sus eia!” significaba “¡Vamos más arriba!” (hacia las montañas).
La historia de Nonídez da saltos en el tiempo, es decir, paralelamente a la trama que sucede en la actualidad se van narrando otros acontecimientos sucedidos siglos atrás. En la novela estos hechos del pasado vienen destacados gracias a una tipografía diferente al resto, con un estilo antiguo; sin olvidarnos de las letras capitales, también con sabor a viejo.
Según avanzamos en la lectura seguimos la investigación que llevan a cabo Kenia y Roberto, los protagonistas, y para complementar la aventura lectora nos encontramos con un montón de detalles de lujo, como mapas, juegos y puzzles. También se nos obsequia con cuadros de tema religioso, como la Virgen de la Leche, de Pedro Brunete, o una pintura de Rubens que representa la formación de la Vía Láctea. Fotografías de frisos, Cristos de Iglesias y otros símbolos tallados en piedra completan la amplia galería de elementos que adornan la trama; todas ellas aparecen en el libro en blanco y negro, y a una resolución lo bastante amplia para apreciar cada detalle con claridad, pero lo suficientemente pequeña como para no restarle protagonismo al texto. También encontramos croquis y apuntes que parecen trazados con bolígrafo.