La tarde el jueves 3 de abril de 1817, una extraña joven hizo su aparición en la casa de un zapatero de un pueblo cercano a Bristol, Inglaterra. A la muchacha se le notaba confusa y perdida, además de que estaba ataviada de una extraña manera y llevaba un exótico turbante negro en la cabeza. La primera persona que la vio fue la esposa del zapatero, quien al preguntarle qué es lo que deseaba, se dio cuenta de que la joven hablaba en un extraño idioma que nunca antes había escuchado. Atónita la señora y sin poder entender lo que la joven le decía, pensó que se trataba de una mendiga extranjera. Cabe señalar que en aquella época en Inglaterra la mendicidad era castigada con prisión, y en casos de reincidencia con el destierro a Australia.
Tratando de hacer una obra de caridad la esposa del zapatero llevó a la chica a la Comisaría, pero igual, las autoridades policiales no supieron qué hacer con ella. Además estaba claro que aquella agraciada joven no era una mendiga, puesto que sus manos eran finas y delicadas, y sus uñas se encontraban muy bien cuidadas y limpias, lo que denotaba que no había estado acostumbrada a realizar trabajos duros. No se les ocurrió otra idea que llevarla a la casa del señor Worral, que era el magistrado del condado.
El magistrado Worral y su esposa tenían en su casa un criado griego que hablaba varios idiomas y lo hicieron llamar enseguida para ver si podía entender a la misteriosa joven, pero fue en vano, ya que tampoco conocía aquel raro idioma, que además no se parecía a ninguno de los idiomas europeos. Mientras pensaban a donde podían llevarla, la muchacha vio un cuadro donde estaba dibujada una piña, y enseguida exclamó: Ananás! y la señalaba con el dedo con entusiasmo, como queriendo explicar que era una fruta de su patria. El criado enseguida comentó que Ananás es el nombre con el que se conoce a las piñas en Grecia, y en algunos lugares de Europa. Bueno, por lo menos ya tenían alguna pista.
Viendo aquel entusiasmo de la muchacha, la esposa del magistrado Worral se ofreció a prepararle la cena, pero ella mediante señas se hizo entender que sólo prefería tomar un té, y también mediante señas entendieron que la joven se llamaba “Caraboo”. Le sirvieron una taza de té y la muchacha empezó un extraño ritual antes de beberlo, repitiendo una extraña oración mientras se cubría los dos ojos con una mano. Más tarde por la noche, cuando le mostraron la habitación donde iba a dormir, ella se acostó en el suelo, demostrando así que no sabía lo que era una cama, hasta que le explicaron lo cómodo que era dormir en ella y aceptó acostarse, no sin antes arrodillarse para rezar sus oraciones a un dios que ella llamaba Allah Tallah.
En la casa del magistrado la joven se mostraba especialmente impresionada cuando miraba unas piezas de cerámica china y sus caracteres, por lo que llegaron a pensar que era probable que la muchacha había llegado desde el Asia, pero esto los confundía aún mas, puesto que la joven tenía unos atractivos rasgos europeos, una larga cabellera negra, ojos oscuros y piel clara. Su comportamiento seguía llamando la atención, pero la esposa del magistrado estaba feliz de tenerla como huésped en casa. Cuando iban a la mesa la joven siempre rechazó comer carne, de hecho mantenía una dieta estrictamente vegetariana y sólo bebía agua potable o té.
El magistrado se dio cuenta que tenía en su casa a una perfecta desconocida que sabrá Dios de donde era, por lo que en contra de su esposa llevó a la muchacha a donde el alcalde de Bristol para que él tomase alguna decisión al respecto. El verdadero temor de las autoridades era de que la muchacha sea una fugitiva de algún extraño país y por ende un peligro para la comunidad, pero el alcalde de Bristol, John Haythorne, no tenía pruebas de nada, ni podía imputársele ningún cargo, ya que a duras penas lo único que sabían era que se llamaba “Caraboo”, entonces decidieron cumplir con lo que estipulaba la ley y fue enviada al Hospital St. Peter hasta que aparezca alguien que aportase alguna otra prueba.
En aquel sucio hospital para indigentes, Caraboo se negó a probar cualquier tipo de alimento, e incluso se negó a dormir en aquellas viejas camas y pasaba las noches sentada en el suelo. Como ya se había corrido la historia de la muchacha mucha gente de la ciudad empezó a visitarla, y le llevaban extranjeros y políglotas para tratar de descifrar su idioma, pero ninguno tuvo éxito.
Cuando la esposa del magistrado se enteró de que Caraboo se negaba a comer, fue en su ayuda y la sacó de aquel lugar y se la llevó hasta las oficinas de su marido, donde le adecuaron una habitación en donde pasó los siguientes diez días al cuidado de su ama de llaves. Aún en ese lugar seguían visitándola muchas personas que llevaban gentes de otros lugares para ver si alguien le atinaba con su lenguaje, hasta que por fin sucedió lo impensable. Entre toda esa gente que llegó, hizo su aparición un viajero portugués llamado Manuel Eynesso, quien después de hablar con ella dijo haber resuelto el misterio.
Caraboo era una princesa de un reino llamado Javasu, en una isla lejana del Océano Indico, de donde había sido secuestrada por piratas, y que después de un largo recorrido por el océano, ella logró escapar de sus captores saltando por la borda del barco cerca al Canal de Bristol, desde donde había nadado hasta la orilla. La traducción del portugués fue prueba suficiente para que el magistrado y su esposa estén convencidos de que estaban alojando y protegiendo a una “princesa extranjera”, por lo que decidieron inmediatamente llevarla hasta su residencia y darle el trato que tan ilustre huésped merecía.
Residencia de los Worral donde la Princesa estuvo algunas semanas
Durante su estancia en la residencia de los Worral, la princesa encantada recibió muchísimas visitas de las amistades de la pareja, a quienes siempre deleitó con sus finos modales y extraño “pero encantador” comportamiento. Le gustaba utilizar un arco y flecha que adornaba la pared del salón principal, bailaba danzas exóticas y nadaba desnuda en el lago cercano a la mansión cuando se encontraba a solas. Nunca se olvidaba de sus oraciones a su ser supremo ‘Allah Tallah’, y claro, todo esto era acompañado de sus inusuales costumbres vegetarianas y su extraño dialecto.
La esposa del magistrado pensaba que como todo aristócrata que se respete, la princesa Caraboo también debía tener un retrato suyo pintado, para lo cual le hizo confeccionar un exótico vestido con las mejores telas, que fueron escogidas en conjunto con la princesa. Luego llamaron a un artista de retratos y la hicieron posar.
Cada semana más y más personas acudieron a visitar a la exótica Princesa Caraboo, quien respondía con su natural gracia y comportamiento a las atenciones que le dispensaban los aristócratas de Bristol. En una de esas tantas tertulias aceptó escribir algunos símbolos y gráficos de su idioma, los cuales algún invitado curioso, envió a Oxford para su análisis. Poco después llegó la lacónica respuesta de los expertos, sugiriendo que aquellos pictogramas no pertenecían a ningún idioma ni dialecto conocido, y que no eran más que una farsa.
Los pictogramas que fueron enviados y analizados en Oxford
De todas formas, la noticia de que una exótica princesa de tierras lejanas habitaba en Bristol se había regado como pólvora, en poco tiempo los periódicos ingleses se hicieron eco, y la joven pasó de ser una extraviada desconocida a convertirse en una celebridad en la época. Realmente el asunto de la fama se había salido de las manos, y en poco tiempo ésta fue su perdición.
Una señora de apellido Neale, tenía una pequeña posada en las afueras de Bristol, y un buen día leyó en la prensa la descripción de la princesa Caraboo, y se le hizo familiar, luego al seguir leyendo el artículo y su descripción, la reconoció inmediatamente. Hace algunas semanas aquella muchacha había sido huésped en su posada y se había hecho muy amiga de sus hijas, a quienes entretenía hablándoles en un gracioso lenguaje que ella misma había inventado. Cuando se despidió y se fue de su posada, la señora recordó que la joven se había puesto un curioso turbante en la cabeza.
Los medios en seguida se hicieron eco de las declaraciones de la posadera, y la noticia nuevamente fue un reguero de pólvora, hasta que llegó a oídos de los Worral, quienes ahora se habían convertido en el hazmerreír de toda Inglaterra. Casi en shock la esposa del magistrado confrontó y pidió explicaciones a Caraboo, quien no tuvo más remedio que aceptar la mentira y confesarle en perfecto inglés que su nombre verdadero era Mary Baker, y que era hija de un zapatero del pueblo de Witheridge, que tenía 25 años y que era la hija de quien supuestamente la había encontrado. Que después de haberse divorciado y no tener un lugar estable donde vivir, había inventado esta historia junto a sus padres.
Después de ese balde de agua fría, y especialmente por haber abusado de la amabilidad de la señora Worral y hacerlos quedar en ridículo ante toda la sociedad, el magistrado se puso a pensar en qué hacer con la muchacha. Si la botaban de la mansión y la chica se quedaba en Bristol, sería una vergüenza aún mayor para la familia, porque cada vez que fuera vista por las calles la gente recordaría la ingenuidad de los Worral, así que pronto decidieron sacarla de Inglaterra y enviarla hacia los Estados Unidos.
Princesa Caraboo por Thomas Barker (1817)
El 28 de junio de 1817, embarcaron a Mary Baker rumbo a Filadelfia bajo la tutela de tres monjas amigas de la señora Worral, a quienes a pesar de todo, les había recomendado que cuidasen de la muchacha. A los pocos días de haber llegado se separó de las monjas y no se supo de su paradero durante algunos años, salvo una carta de agradecimiento que fue recibida en noviembre de 1817 por la señora Worral.
Obviamente, la prensa intrigada buscó a los padres de la muchacha para escuchar su versión, y ellos lo único que alegaron es que su hija estaba mal de la cabeza desde que sufrió una fiebre reumática a los 15 años, y que desde ahí había tenido todo un historial de recaídas y desequilibrios mentales que alguna vez hasta la pusieron al borde del suicidio. Luego había salido a Londres a mendigar, y con un poco de suerte pudo encontrar trabajo en la casa de una familia judía, donde aprendió el alfabeto hebreo que tanto le serviría después en su papel de princesa. Luego por alguna razón que sus padres no tenían muy clara, se enteraron que se encontraba internada en el hospicio de Santa María de Londres, y poco tiempo después apareció de repente en casa. Su madre le había conseguido trabajo en una pescadería, donde conoció a un señor de apellido Baker con quien se casó y juntos se fueron nuevamente a Londres, pero poco tiempo después él la había dejado abandonada en la gran ciudad. Fruto de esta relación Mary tuvo un hijo que no dudó en entregarlo a un orfanato para su adopción.
Mary Baker regresó a Inglaterra en 1824, y ya en Londres quiso vivir de la fama que le había dado la prensa años atrás con el asunto de la princesa Caraboo, pero no tuvo éxito, y prefirió irse buscar la vida a Francia y España. Cinco años después regresó para establecerse y ganarse honestamente la vida vendiendo sanguijuelas en el Hospital de Bristol, ciudad en la que tuvo una hija y vivió el resto de su vida, y en la que fue enterrada a los 75 años en una tumba sin nombre.
Lo que continúa siendo un misterio hasta la fecha, es la verdadera identidad de aquel falso navegante portugués que supuestamente pudo entender su idioma. Quizás era un cómplice, un amante o el padre de su hijo, pero Mary Baker, siempre evitó hablar de él.