Comparadas con ella, las figuras de tres caballos, a lo lejos, aparecen empequeñecidas. Todo contribuye a reforzar el protagonismo de la niña soñolienta: desde el color rojo-naranja del vestido que vibra sobre el plano verde del fondo, al arabesco de la hamaca que enmarca su figura redondeada. Sólo el diminuto detalle del caballo blanco en el fondo logra desplazar, acaso por un segundo, la atención que concita esta pequeña mujercita de formas generosas.
Soldi realizó este cuadro en 1932, cuando recién volvía a su país y aún tenía fresca las marcas de su experiencia en Milán, sus estudios en la Academia de Baviera y el impacto que le habían producido las obras de Giovanni Bellini, pero sobre todo la de Bernardino Luini, un artista con menor presencia en los libros de historia del arte, que perteneció al círculo de Leonardo Da Vinci. En su ensayo sobre Soldi de 1980, Jorge Zerda ha recordado que las exposiciones del autor en Italia interesaron a Mario Sironi y a Carlos Carrá. Cabe destacar que estos artistas, vinculados al futurismo, pasaban en ese momento por una aproximación al espíritu más conservador del movimiento Novecento. Así, podría decirse que fue el cruce entre estos contactos contemporáneos y los maestros que conoció en la Pinacoteca de Brera, lo que contribuyó a definir el estilo de Soldi, al menos en esta etapa temprana de su producción.
En cuanto a la niña de “La hamaca”, no podría afirmarse que represente a una en particular; más bien se diría que el sujeto de este cuadro es la adolescencia femenina. Varias obras relacionadas con pinturas de la misma serie refieren a esta cuestión y muchas de ellas fueron tratadas como figuras alegóricas.