Este texto supone un parón en la serie que hasta ahora estaba dedicando a las relaciones entre tecnociencia y literatura en el caso latinoamericano. Merece la pena porque también se trata de analizar un fenómeno tecnológico que puede influir en la lectura y su consumo.
Desde hace unos pocos años, la plataforma Seebook ha intentado comercializar ebooks con soporte físico a partir de tarjetas que conservan la carátula y permiten descargar el fichero digital mediante un código QR o uno alfanumérico. De la misma forma que como está sucediendo con la industria discográfica, Seebook combina lo digital con lo físico en un formato híbrido muy del gusto de quien esto escribe. Ahora, con la misma apuesta por la hibridez, han decidido atreverse con los audiolibros. Esta reseña trata de dialogar con ese formato a partir de la escucha del audiolibro Colección Grandes de la Literatura Universal, que incluye las novelas: Bel Ami, de Guy de Maupassant, David Copperfield de Charles Dickens, Cumbres Borrascosas de Emily Brontë y La dama de blanco de Wilkie Collins. Me alegra además, que esta reseña coincida con la Semana del Audiolibro, para que se incorpore al debate que se va a formar en estos días en torno a este formato.
No hablo en ningún momento de un “nuevo formato” porque, consultándolo con académicos y lectores de mayor edad, más de uno recuerda las casetes con clásicos de la literatura y el pensamiento. En especial, en EEUU, donde este formato sirvió para ilustrar a varias generaciones en los kilométricos atascos que ya tenían lugar en la América de la década de 1970. Hablaré más bien de una reactualización al mundo digital, que puede ser muy positiva en una sociedad con unos modos de vida en donde el tiempo se está convirtiendo en el bien más preciado. Desde esta perspectiva es como he podido disfrutar de la audición de estos clásicos mientras conducía y preparaba la comida. Debo decir que ha resultado una experiencia satisfactoria dada la sensación de aprovechamiento que me invadía. Tiempo hacía que quería leer algunos de los grandes títulos de la literatura victoriana de los que he podido disfrutar y para los que nunca tenía ídem. En ese sentido, el producto cumple las expectativas al cien por cien. Cabe decir, desde un espíritu crítico, que la dramatización que se utiliza a veces resulta repetitiva e impostada, y ese es un aspecto que quizá debería mejorarse. De la misma forma, no tengo claro que la adaptación o reducción de un texto sea buena estrategia. Los potenciales consumidores de estos audiolibros, al menos los que estamos interesados en escuchar los clásicos, vamos a valorar más el producto original traducido que una síntesis. El gran público consumidor, ante la misma tesitura, siempre elegiría un formato visual del texto: la película o la serie, por cuanto no veo la ventaja comercial de reducir el texto. Bien es cierto que la adaptación no se da en todas las novelas sino en alguna.
Dicho esto, mencionar que la experiencia me ha servido, y mucho, para reflexionar sobre la literatura del siglo XIX. Desde hace algún tiempo, me preocupaban las afirmaciones de algunos autores contemporáneos sobre la importancia e influencia de la literatura británica del siglo XIX en su obra. Para mí, por formación, las grandes literaturas del siglo XIX eran, por orden cronológico, la francesa y la rusa, y más de una vez pensé que se estaba cometiendo el error de reescribir la historia de la literatura desde el bando de los vencedores. En este caso, de los vencedores culturales. Tras casi veinte horas de escucha de un audiolibro donde la producción anglosajona era mayoritaria, he comprobado porque muchos de mis colegas están más influidos por la literatura victoriana que por otras. Se trata de una literatura que ha envejecido mejor. Básicamente, a partir de un recurso que se puede encontrar tanto en David Copperfield, como en Cumbres Borrascosas y La dama de blanco: el uso de la primera persona para la narración. En el caso de las dos últimas, además, la utilización del narrador interpuesto, el uso de una voz en primera persona que se contrapone a otras en la misma narración a partir de diarios o declaraciones juradas, hace que estos textos tengan una completa actualidad formal.
En su brillante ensayo publicado en 2003: La conciencia y la novela (Counsciousness and the Novel en inglés), el narrador inglés David Lodge muestra que la literatura en primera persona le ha quitado el protagonismo al narrador omnisciente en la narrativa novelesca en las últimas décadas. Ese hecho se observa ya en la literatura victoriana a través de sus recursos. Siempre se puede analizar esta realidad formal como una victoria de la cultura anglosajona, y no por razones estilísticas. Pero se observa que el uso de un narrador omnisciente, tan común en la novela realista francesa y, por tanto, en Bel Ami, que se me ha antojado un pastiche mal elaborado de El rojo y el negro, ha envejecido mucho. El notable peso de la teoría y el pensamiento de su época en la sociedad europea continental, han ajado su producción cultural de hace dos siglos. Curiosamente, todas estas reflexiones han surgido de la escucha de una serie de clásicos compilados en un audiolibro a través de formato digital. Lo que muestra que las nuevas tecnologías y los modelos híbridos pueden ayudarnos a seguir reflexionando sobre las humanidades y la literatura, más que impedirnos su disfrute.