Muchos analistas sociales, pretendidamente investidos de poderes proféticos, nos anuncian que ya nada volverá a ser igual, que, tras la plaga del coronavirus, es preciso que enterremos cuanto antes el pasado.
La historia contemporánea de España, desde las Cortes de Cádiz hasta al actualidad, muestra sin embargo que perviven en nuestro país al menos tres cuestiones claves que aún no están resueltas: la cuestión religiosa, la cuestión nacional, y la cuestión social. Analizar y debatir sobre estas tres cuestiones, que están imbricadas entre sí, es un imperativo social si de verdad queremos avanzar hacia una sociedad más democrática. Para construir entre todos el futuro conviene recordar los esfuerzos desarrollados hasta ahora, tener presentes los éxitos, explicar los fracasos, en fin, no renunciar a la historia.
La pandemia del coronavirus, que ha segado hasta ahora miles de vidas humanas, ha obligado al gobierno a declarar el estado de alarma y a establecer el confinamiento obligatorio de los ciudadanos en sus hogares, pero, en contrapartida, nos ha dejado un tiempo precioso para disfrutar con la lectura de libros que permanecían olvidados en los estantes de las bibliotecas. En mi caso he descubierto dos libros del profesor asturiano Adolfo Posada, uno de los más destacados representantes del reformismo social en la época de la Restauración. Son dos libros se complementan entre si: Breve historia del krausismo español y Fragmentos de mis memorias.
Adolfo González-Posada y Biesca fue durante más de veinte años profesor de derecho político en la Universidad de Oviedo, y también fue catedrático durante más de veinte años en la Universidad Central de Madrid, pero fue sobre todo uno de los más activos representantes de la llamada Escuela de Oviedo. Nació en 1860 en la Vetusta de Clarín, su íntimo amigo, muy cerca de El Fontán, y murió en Madrid en 1944, tras haber permanecido durante la Guerra Civil Española exiliado en el país vasco francés.
En los últimos años de su vida, ya octogenario, y cuando el mundo occidental estaba sumido en una honda y desconcertante crisis, escribió a mano sus recuerdos que dos de sus nietas, Amalia y Sofía Martín-Gamero, compilaron para ser editados en 1983 por la Universidad de Oviedo.
Las Memorias nos retrotraen a la España de la Restauración, pero a la vez ponen de manifiesto un importante conjunto de actuaciones y proyectos sociales que Posada desarrolló en colaboración con otros universitarios, esfuerzos que podrían servir de inspiración para las políticas de los tiempos que se avecinan tras la pandemia sanitaria, cuando se hace cada vez más necesario, tanto a escala nacional como internacional, una planificación consensuada de cambios sociales progresistas.
Los Fragmentos de mis memorias y sobre todo la Breve historia del krausismo español reflejan bien la admiración sin fisuras que el profesor ovetense sentía desde sus años de formación por Francisco Giner de los Ríos y por Gumersindo Azcárate, pero sería un error considerar a la llamada Escuela de Oviedo una simple prolongación del proyecto pedagógico e intelectual de los institucionistas. Es indudable que los catedráticos que formaron parte de la Escuela de Oviedo (Leopoldo Alas - Clarín-, Félix de Aramburu, Adolfo A. Buylla, Adolfo Posada, Aniceto Sela, Rafael Altamira...) simpatizaron con el krausismo y se socializaron en lo que en las Memorias se denomina el influjo ginerista, pero, a mi juicio, lo que les otorga una especificidad propia en el campo intelectual es el vínculo singular que establecieron entre la Universidad pública, la sociología y la cuestión social. Mientras que la Institución Libre de Enseñanza fue ante todo un proyecto de modernización intelectual, que se sirvió como palanca del cambio educativo, la Escuela de Oviedo avanzó un proyecto republicano de cohesión social que, sin renunciar a la importancia de la cuestión escolar, se enfrentó con determinación a los conflictos que existían entre las clases sociales y apuntó alternativas para resolverlos. No identificaron la cuestión social simplemente con la cuestión obrera, para ellos la cuestión social era algo más, era el reto de avanzar hacia una sociedad socialmente integrada formada por semejantes. Para alcanzar ese ideal diseñaron al mismo tiempo que en otros países europeos un primer esbozo del Estado social que fue, y continúa siendo, el principal pilar de la identidad europea.
La Escuela de Oviedo, estudiada con rigor por historiadores como Jorge Uría, Carmen García, Aida Terrón y Juan Crespo Carbonero, entre otros, surgió estrechamente vinculada con la Institución Libre de Enseñanza, a cuya sombra se formó, pero trató de democratizar el país mediante una activa política de extensión universitaria, mediante el desarrollo de la legislación social para reducir los enfrentamientos entre las clases, en fin, mediante la apuesta por un gran impulso cultural que se reflejó especialmente en la prensa, el teatro, las revistas, la literatura. La finalidad global de este movimiento a la vez cultural y político era allanar el camino a un gran cambio social progresista demandado por buena parte de la población española, una demanda de modernización y democratización que aún permanece viva en nuestro país.
A lo largo de casi cuatrocientas páginas Posada nos habla en Fragmentos de mis memorias de cómo un grupo de profesores universitarios encabezaron desde la Facultad de Derecho de la Universidad asturiana la lucha contra el caciquismo del ultramontano Alejandro Pidal y Mon - el Zar de Asturias, como lo denominaba Clarín -; de cómo crearon, siguiendo el modelo inglés, la extensión universitaria, una nueva política educativa que abría la docencia universitaria, hasta entonces monopolizada por una elite de familias privilegiadas, a las clases trabajadoras. La Universidad se convertía en una fuerza viva de la sociedad con capacidad para combatir la ignorancia a través de clases nocturnas, cursos y seminarios libres, publicaciones populares, adquisición de libros para la biblioteca y la creación de la Escuela de Estudios Jurídicos y Sociales.
Buylla, Sela, Posada, y Altamira llegaron a editar en Asturias, por iniciativa de Sela, un diario, La República, que no duró mucho, y que fue combatido con especial saña por los conservadores, especialmente por los editores de La Cruz y El Carbayón -este último subtitulado periódico católico independiente- que los tildaban de sectarios y anticlericales; pedagogos sin educación; sociólogos que saben de sociología como de siriaco; literatos que escriben como sargentos... y otras lindezas. Sin embargo, a principios del siglo XX, cuando arreciaban estas descalificaciones, los miembros de la Escuela de Oviedo colaboraban en revistas internacionales, realizaban traducciones de libros, publicaban sin cesar, y también escribían columnas en la prensa diaria. Por ejemplo en 1903 Adolfo Posada escribía con frecuencia en periódicos como El Heraldo, El Imparcial, El Globo, La Publicidad, El Noroeste de Gijón, a la vez que mantenía una estrecha relación con las universidades francesas, belgas, inglesas..., europeas, y de América Latina. En 1904 Segismundo Moret invitó a Buylla, catedrático de Economía política, y a Posada, catedrático de Derecho político, a incorporarse en Madrid al recién creado Instituto de Reformas Sociales.
Los profesores de la Escuela de Oviedo, y muy especialmente Buylla y Posada, los dos Adolfos, habían llegado previamente a la práctica de las reformas sociales de la mano del político gallego y regeneracionista José Canalejas, promotor del Instituto del Trabajo que, pese a que se quedó congelado en un proyecto de ley, resultó ser un impulso decisivo para las reformas sociales y la búsqueda de soluciones a la cuestión social. Canalejas, dos años antes de sufrir en la Puerta del Sol el atentado que acabó con su vida, aprobó la Ley del candado, que regulaba y limitaba la aprobación de nuevas órdenes religiosas, lo que le valió críticas muy duras lanzadas desde El Debate por Ángel Herrera Oria. Canalejas fue también el impulsor, junto con el catalanista Enric Prat de la Riba, de la creación de la Mancomunidad catalana de modo que, en colaboración con los profesores universitarios de la Escuela de Oviedo, intentó encontrar soluciones a los tres grandes retos sociales y políticos que obstaculizaban la modernización del país. Todos ellos asumieron desde el laicismo, el solidarismo, el regeneracionismo, el republicanismo, el socialismo sin lucha de clases, el europeísmo, que gobernar no sólo obliga a ponerse al servicio de los ciudadanos, sino también a ampliar el perímetro de la libertad y de la justicia para todos.
En los Fragmentos de mis memorias se echan en falta las referencias a la dictadura de Primo de Rivera, al advenimiento de la IIª República, a la revolución del 34, la llamada Comuna asturiana, al golpe militar del 18 de julio contra la República, a la Guerra Civil Española, a la Gran Guerra Europea, en fin, a la instauración del nacional-catolicismo durante los primeros años del franquismo. Sin duda para el viejo profesor todo esa saga de horrores y de violencia representaba el fracaso del reformismo social, de la armonía entre las clases, del republicanismo moderado. Los esfuerzos de toda una generación por las reformas legítimas quedaban hechos añicos. El proyecto de una España convertida en un estado de derecho, un país respetuoso con la Constitución y con capacidad de avanzar en el camino de la ciencia, la modernización y la justicia social se había frustrado. Y sin embargo fue un fracaso relativo pues, tras la muerte del dictador, durante el proceso de transición democrática, se puso una vez más de manifiesto la necesidad de prolongar y actualizar ese espíritu reformista basado en el consenso, una necesidad que aún sigue pendiente en nuestro panorama político empantanado en fuegos fatuos y en la crispación.
Si como por arte de magia, como ocurre por ejemplo en la serie El Ministerio del Tiempo, los profesores reformadores de la Universidad de Oviedo estuviesen ahora entre nosotros no entenderían que el Estado financiase con fondos públicos centros escolares en los que no existe la coeducación, ni tampoco que la mezquita de Córdoba, y otros bienes del patrimonio cultural común, permaneciesen en propiedad en manos de la Iglesia católica; se alarmarían por las elevadas cifras de desempleo y por la precarización laboral; calificarían de despilfarro y de abandono la llamada España vacía; considerarían injustas las enormes desigualdades sociales que han crecido a escala global bajo el manto protector de las políticas neoliberales; condenarían sin paliativos los crímenes de ETA contra los más elementales derechos humanos perpetrados en nombre del pueblo vasco, y, salvadas la distancias, no sólo se alarmarían por el cúmulo de ilegalidades vinculadas a la Declaración unilateral de independencia patrocinada por gobernantes independentistas de la Generalidad de Cataluña, sino que considerarían además, desde una ética laica, un acto de bajeza moral el hecho de servirse del marco legal que los dotó de autoridad política para dinamitarlo desde dentro.
En tanto que simpatizantes del Partido Liberal Progresista de Melquiades Álvarez, del Partido Republicano Radical Socialista de Leopoldo Alas, el hijo de Clarín asesinado por los franquistas durante la guerra, del partido Izquierda republicana de Manuel Azaña, en tanto que intelectuales comprometidos con el cosmopolitismo cívico se alegrarían enormemente de la incorporación de España a Europa, de los avances del proyecto europeo, de la moneda única, de la práctica abolición de las fronteras con la creación espacio Schengen. Percibirían con mayor claridad que nosotros que la institucionalización de los Estados Unidos de Europa se encuentra cada vez más cerca. La Comisión europea acaba de aprobar un presupuesto de 750.000 millones de euros para hacer frente a los efectos de la pandemia desencadenada por el coronavirus, del que se van a beneficiar sobre todo Italia y España, las economías más golpeadas de la Unión. Estos fondos apuntan de hecho hacia la creación de un Tesoro europeo con capacidad para poner en marcha políticas comunes de solidaridad. Como señalaba recientemente un editorial del diario Le Monde (29-V-2020) nos encontramos ante un salto histórico en la integración europea.
Ha llegado por tanto la hora de que ciudadanos e instituciones tomemos el relevo heredado de las viejas generaciones para comprometernos una vez más en proporcionar un nuevo impulso reformista al modelo europeo del Estado social.
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* Adolfo POSADA, Breve historia del krausismo español. Prólogo de Luis G. De Valdeavellano, Servicio de publicaciones de la Universidad de Oviedo, Oviedo, 1981.
Adolfo POSADA, Fragmentos de mis memorias. Prólogo de Alarcos Llorach, Servicio de publicaciones de la Universidad de Oviedo, Oviedo, 1983.