La novela de Miguel Luis Sancho tiene todos los componentes para triunfar entre el público adolescente: realidad mezclada con fantasía, episodios bélicos, intriga, secretos inconfesables, amor y humor. Tal vez por eso, por la cantidad de temas que acumula en pocas páginas, a la obra del escritor madrileño le falte recorrido. El propio autor ha publicado un epílogo del libro en su blog, explicando que sin este añadido el lector puede tener la sensación de que la novela esté sin terminar. Ciertamente, a ésta le falta un hervor y no lo arregla el epílogo post-edición; son muchas las ventanas abiertas y pocas las cerradas. Los protagonistas, chicos normales y reales, están sólo esbozados; los otros principales, Lucía y Piter, son un bosquejo de lo que pudieran llegar a ser; y de los secundarios, el sobrino de Lucía, el abuelo de Gonzalo y la tía de Manuel, mejor no hablar. Podrían dar mucho de sí porque su importancia está bien presentada, pero al final distraen más que ayudan a la trama. Eso sí, capítulo aparte merece la pluma de Miguel L. Sancho cuando se trata de describir paisajes, en concreto la Sierra de Guadarrama. En este apartado parece que el escritor se encuentra cómodo y la novela lo agradece. Menos afortunado es el intento de contentar a unos y otros al hablar de la Guerra Civil: el narrador se esfuerza constantemente por destacar la ruindad y el heroísmo de uno y otro bando, de nacionales y republicanos; se nos quiere hacer llegar de manera demasiado explícita y repetida la idea de la crueldad de las guerras; sin embargo, todo hay que decirlo, no está de más que se recuerde esta sangría a los lectores más jóvenes, acostumbrados a aniquilar online a ejércitos enemigos a los mandos de una consola. En esta línea, véase la polémica que ha suscitado la reciente película de Christian Molina I want to be a soldier, sobre un niño, poco menor que Manuel y Gonzalo, fascinado por las imágenes violentas que tiene a su alrededor. En todo caso, el libro de Sancho no aborda directamente este problema y lo trata tan sólo de pasada.
La espiral de los sueños no es un obra indispensable, ni parece que vaya a pasar a la historia de la literatura juvenil (tampoco lo pretende) o de las buenas novelas que pueblan la colección Astor (me acuerdo ahora de las horas disfrutadas leyendo El Esbirro, de Sergei Kurdakov). Pero a pesar de los problemas antes comentados, creo que gustará a los lectores más jóvenes porque Miguel L. Sancho tiene trazos de buen escritor. De hecho el comienzo del libro, donde se nos relata la fallida excursión de los protagonistas, es prometedor, engancha y deja al lector con ganas de más; se nota que su autor conoce el lugar y saca partido de ello. Termino con la confesión de que me hubiera gustado observar cómo se desenvuelven Manuel y Gonzalo subiendo al Alto de León en la realidad de una buena excursión, olvidándose de sueños y espirales.