Mi bufete de abogados está muy seguro ante la próxima vista oral de mi juicio. En conjunto todo se presume favorable, ya que no hay testigos y no hay pruebas. Sólo me unen al cadáver una antigua amistad y las huellas de mi mano derecha que, entre otras muchas, aparecen en una de las ventanillas del coche donde él ha aparecido asesinado. Entonces, ¿qué me preocupa? Cuando era boxeador profesional me conformaba con chupar los restos de sangre de la esponja que mi ayudante me pasaba por la cara para secarme las marcas de la pelea. Pero de ahí, pasé a besar a jovencitos en busca de fama que me permitían succionarles pequeñas dosis de sangre. Y ahora tengo miedo, porque mi ansia ya no tiene límites y me veo confesando mi vampirismo ante el juez, cuando me muestre la esponja sin una gota de sangre que encontrarán dentro del salpicadero.Microrrelato de Ángel Silvelo Gabriel