El ombligo de los delfines, la estrella, la marca, el norte magnético, la fuerza de la gravedad, la atracción inevitable. Ese ombligo casi humano insertado en su abdomen de pez, ese ombligo que recordará a su dueño, para siempre, su origen mamífero, su permanente estar fuera de lugar, su origen terreno, su devenir marino, la marca abdominal que le obligará por siempre a comportarse como un mamífero en el mar y como pez entre los mamíferos. Como la fuerza impulsora de los nómadas, ajenos a la quietud, permanentemente incluida en su anatomía. Y de pronto, estoy convencida de que muchos llevamos esa marca que tira de nosotros hacia entornos nunca soñados, ni en nuestros mejores sueños, la estrella que nos guía solo cuando estamos dormidos, o ausentes, o borrachos, que nos obliga a vivir en la frontera, en esa línea donde no se es ni lo uno ni lo otro, con la permanente desazón de estar siempre en el lado de la raya equivocado.
El ombligo de los delfines, la estrella, la marca, el norte magnético, la fuerza de la gravedad, la atracción inevitable. Ese ombligo casi humano insertado en su abdomen de pez, ese ombligo que recordará a su dueño, para siempre, su origen mamífero, su permanente estar fuera de lugar, su origen terreno, su devenir marino, la marca abdominal que le obligará por siempre a comportarse como un mamífero en el mar y como pez entre los mamíferos. Como la fuerza impulsora de los nómadas, ajenos a la quietud, permanentemente incluida en su anatomía. Y de pronto, estoy convencida de que muchos llevamos esa marca que tira de nosotros hacia entornos nunca soñados, ni en nuestros mejores sueños, la estrella que nos guía solo cuando estamos dormidos, o ausentes, o borrachos, que nos obliga a vivir en la frontera, en esa línea donde no se es ni lo uno ni lo otro, con la permanente desazón de estar siempre en el lado de la raya equivocado.