¿Cómo evitar la lucha entre la parte irracional, pasional y visceral de los seres humanos y su parte racional, sosegada e inteligente? Disponemos de las dos condiciones en la misma medida casi. Para caer en la irracional frente a la otra no se precisa mucho a pesar de lo inteligentes, racionales o sensatos que seamos. ¿Qué cosa entonces lo procura? Nuestra materialidad física, lo único que tenemos de modo tangible y que hemos heredado genética y biológicamente. ¿Podemos entendernos los seres humanos sin un mínimo de racionalidad? Es imposible. Si no existe racionalidad, es decir, si no existe capacidad de entendimiento, de distinción de las cosas o de separar aquellas cosas que son beneficiosas de las que no lo son, es algo muy complicado. Pero, claro, ¿beneficiosas para quién? Ahí estará la cuestión. El beneficio, ¿qué es realmente? Su definición va ligada siempre a un objetivo. Si todos cuidamos de nuestro propio beneficio, ¿conseguiremos una sociedad mejor? En principio, sí. El problema es saber qué es el propio beneficio. Por ejemplo, cuando un ser humano se deja llevar por una pasión visceral beneficiosa ante una situación de angustia o ansiedad extrema o propia vanidad no conseguirá nunca alcanzar a descubrir ningún beneficio, ni el suyo ni el de los demás. ¿Qué nos llevará a la irracionalidad desde una supuesta racionalidad? Pues el enfrentamiento ante lo que sea auspiciado desde la emoción del falso beneficio. Los sabios filósofos griegos de la antigüedad procuraron enseñar los auténticos beneficios. Distinguirlos, entonces, es una forma de sabiduría providencial. Cuando un ser humano se aprovecha de otro ser humano para obtener un beneficio (que por definición es la consecuencia de alejarse o sustraerse de un maleficio, y que un maleficio es lo que queda si resto la parte de beneficio que, sustancialmente, corresponde al otro), ¿de dónde obtiene ese beneficio si no es en parte del otro? Hay que comprender que el beneficio es como la energía, no se destruye ni se crea, se utiliza, se dispone, se almacena o se pierde. Por eso cierto beneficio que obtengo yo es parte de lo que le quito a otro, aunque este otro no lo disponga tampoco. El beneficio es algo virtual además de real. Yo puede robar un cuadro de gran valor a otro, estoy desalojando un beneficio de otro y me lo estoy incorporando a mí. Pero también puedo robarlo a un museo, entonces estoy desalojando ese beneficio de todos no de uno solo. Pero, también puedo invertir para construir viviendas o residencias, obtener un beneficio y repercutir además así, sin embargo, un beneficio a la comunidad.
Si la irracionalidad es transmitida por lo material que disponemos de nuestra herencia biológica primitiva, algo que es exclusivamente físico, ¿de dónde proviene entonces la racionalidad? También, al parecer, de componentes físicos, de elementos que, agrupados en un cerebro físico o material, consiguen elaborar luego pensamientos y conceptos. ¿Eso sólo? Pero si el pensamiento fue luego algo transmisible en palabras inventadas por el acervo cultural de siglos de historia, ¿qué consiguen ellos verdaderamente transmitir, meros impulsos o un resultado aún mayor? Y, sobre todo, ¿de dónde proviene el sentido del beneficio final, no ya los pensamientos que se puedan suponer? Hay una inmaterialidad resultante de siglos de evolución en el mundo del ser humano, aunque ésta solo sea del pensamiento transmisible, del hecho intelectual y no físico de querer enlazar una idea con otra y de poder comprender además toda aquella aritmética del beneficio... Por supuesto la evolución del pensamiento, de las ideas y de los conceptos que los seres humanos han conseguido contrastar a lo largo de la historia, han sido la causa de poder disponer de las dimensiones intelectuales donde ubicar el sentido racional del mundo. ¿Qué lo ha llevado finalmente a ser lo que hoy disponemos como civilización global inteligente? Las victorias de la civilización europea a lo largo de toda la historia han sido las que más han influido. Con sus errores o con sus aciertos. Pero así ha sido, nos guste o no. Luego están las civilizaciones asiáticas, China y Japón fundamentalmente. Pero ya está. El resto se adecúa a la norma heredada de sus colonizadores, nos guste o no. Otra cosa es la cultura, que son las costumbres locales, pero no la norma general. Sin la norma general es imposible el comercio, el intercambio económico y la prosperidad física. Porque la prosperidad intelectual o espiritual es otra cosa. La racionalidad no es exactamente intelectualidad ni espiritualidad. Con la racionalidad conseguimos paz, economía y sosiego, pero no felicidad. En esto se equivocaron algunos ilustrados del siglo XVIII, cuando pensaron que el beneficio solo eran cosas físicas a conseguir. Pero es que lo contrario, la espiritualidad inteligente, había sido ya malinterpretada y mal usada por todas las religiones interesadas del orbe. Cuando los filósofos idealistas de Europa quisieron sustituir la actitud religiosa del pensamiento inteligente ya fue demasiado tarde. Ganaría la materialidad, entre otras cosas porque el beneficio nunca fue comprendido muy bien y se utilizaría, además, como un arma arrojadiza de enfrentamiento.
Cuando el pintor español desconocido Rafael Tegeo Díaz (1798-1856) quisiera hacerse un nombre en el difícil olimpo de las Artes, compuso en el año 1835 su obra Batalla de lápitas y centauros. Pero no sirvió de nada. Nadie entendió aquella escena de lucha antigua tan clásica en un ambiente por entonces tan romántico. Este fue su conflicto, enfrentar el Neoclasicismo que el pintor tanto homenajeaba con el Romanticismo apasionado que el mundo tanto propiciaba. ¿Es que el Clasicismo representaba la racionalidad y el Romanticismo, a cambio, la pasión desbordada? Probablemente no lo hizo con esa intención metafórica social, pero pienso que fue afortunado realizar una obra así en aquel año para hacer pensar un poco sobre la estupidez de enfrentar una tendencia con otra. ¿Había un beneficio en enfrentar el Neoclasicismo con el Romanticismo? Para el pintor no, todo lo contrario, Tegeo fue un ecléctico que supo manejar ambas tendencias artísticas. El motivo de la leyenda mitológica nos sirve ahora para volver al tema iniciado antes. Si la desmedida actitud pasional provenía de nuestra herencia material, visceral o animal de nuestro primitivo pasado, ¿de dónde proviene entonces lo contrario, la racionalidad? Cuando algún pensamiento surgido de esa materialidad primitiva llevase a preguntarse por el beneficio o el maleficio de las cosas, comenzaría a querer transmitir a otras generaciones el sentido especulativo de esa reflexión. Entonces, luego de contrastarla otros seres, de revisarla o utilizarla después para alcanzar con ella así un avance, comprendería cualquier mente inteligente que esa idea inferida por aquel pensamiento analizado llevaba la esencia de un hecho menos material que de aquello de donde ese pensamiento provenía. Con la especificidad del sentido de lo que no es solo materia sino un pensamiento elaborado por siglos de reflexión inmaterial, llegaremos al convencimiento de que el avance desde la irracionalidad a la racionalidad es la única morada ante el sufrimiento. Y éste, el sufrimiento, no es sino la sustracción del beneficio de otro por el mío propio. Para seguir disponiendo mi beneficio llegaré a dejar que mis pasiones desatadas consigan vencer al otro. Aunque si el otro sólo quiere ahora lo justo, no el maleficio originado por su opuesto, luchará también así por defenderlo. Así sucedió en la mitología de aquel enfrentamiento entre los lápitas y los centauros.
Los centauros representaban aquella parte irracional, egoísta, maliciosa y pérfida de los seres humanos, aquella parte primitiva que no evolucionó inmaterialmente. Porque la que lo hizo fue la parte racional (pero no solo ya racional, sino también evolucionada luego con más cosas inteligentes), y que sólo se obtiene desde la reflexión heredada o adquirida o bendecida por aquel pensamiento transmisible. El Arte es un gran medio de transmisión pero en sentido figurado. Puede hacernos pensar en lo que vemos, pero no siempre llegará a hacernos enfrentar con el dilema que su imagen representa. En este caso podría ser el sentido de beneficio-maleficio. ¿Quien obtiene un beneficio provoca un maleficio siempre al mismo tiempo? Esta es la cuestión. Para los lápitas, pueblo inteligente que avanzaría sosegado por la senda de la civilización, el mundo sólo podía justificarse desde la racionalidad de obtener un beneficio sin mediar un maleficio luego como resultado. Para los centauros, a cambio, el beneficio era en sentido único y el maleficio que supusiera era un desecho que para nada cuestionaba su satisfacción ante un hecho. ¿Habían los centauros tenido antes algún gesto de beneficio mutuo en el mundo que formaban con los lápitas? Sí, por eso fueron invitados a la boda de un lápita. Éstos no tuvieron el prejuicio de juzgarlos antes de tiempo. Los invitaron y dejaron que estuvieran con ellos sin problema. Fue luego que, cuando ebrios por su condición tan dejada ante la pasión desbordada de su irracionalidad visceral, trataron de forzar a las mujeres de los lápitas y se enfrentaron sin reparos en una violencia feroz. La condición material primitiva alejada de aquella transmisión del pensamiento elaborado y reflexivo había conseguido vencer a los centauros ante la condición de un dilema terrible. ¿Qué dilema era ese? Pues, ¿cómo conseguir un beneficio sin ocasionar un maleficio al otro? Cuando vieron los centauros las hermosas mujeres de los lápitas no pensaron en eso y solo se dejaron llevar por su beneficio. El beneficio o el maleficio va ligado a la condición material primitiva e irracional de los humanos. Esa condición que hay que vencer pero que es imposible hacerlo si se desprecia el pensamiento transmisible que la evolución sosegada y reflexiva lleva urdida en el bagaje de la civilización. A veces lo social se confunde con lo civilizado. Lo civilizado es la obtención fundamental de cualquier historia humana. Lo social es una característica humana, una cualidad más, no la única. El beneficio debe ser para todos, no solo para unos. Por esto la civilización garantiza mejor que nada ese beneficio. Las cualidades diversas pueden derivar en parcialidades, en grupos, en intereses, en sectas. En el mito de ese enfrentamiento vemos un hecho curioso además: los centauros podrían haber tenido alguna disensión entre ellos, alguno de ellos podría haber resistido a esa afrenta visceral tan infame. Pero no. Todos actuaron juntos desbordando así una condición violenta. Por eso la racionalidad equilibrada debe ser protegida por todos, debe haber consenso en esto ya que lo contrario es siempre un enfrentamiento. Conseguir aplacar la parte visceral del ser humano y fomentar la racional es una cosa que solo es posible realizar con éxito si seguimos la senda equilibrada de aquellos sabios pensamientos, esos mismos pensamientos que fueran ya transmisibles por un sentido estético y ético y que de su sensación inmaterial pudieran luego, en su evolución inteligente, servir a todos los hombres.
(Óleo neoclásico Batalla de lápitas y centauros, 1835, del pintor español Rafael Tegeo Díaz, Museo del Prado, Madrid.)