En las relaciones humanas se emplea coloquialmente el término relaciones tóxicas como un modo disfuncional de interrelación con otras personas (bien sea padre, madre, hermano/a, hijo/a, pareja o amigo/a) a las que se consideran tóxicas.
NO elegimos la familia dónde nacemos, SÍ la familia dónde ser feliz
La eventualidad de nacer, dónde hacerlo y quienes constituirán nuestra familia de origen es algo que se escapa de la voluntariedad y obedece sólo al azar. Nadie elige a sus padres, a sus hermanos, a su hogar, a su país, el idioma que primero aprenderá, ni tampoco las circunstancias de confort o disconfort inherentes a lo que será el entorno familiar de su crecimiento y desarrollo.
Con frecuencia, un elevado porcentaje de los pacientes que acuden a una consulta psicoterapéutica, independientemente del cual sea el motivo que les impulse a hacerlo (ansiedad, depresión, fobias, autoconfianza…), son personas que han tenido o tienen problemas cuyo origen parte directa o indirectamente de su familia de origen y, en ocasiones, es el principal factor etiológico de aquello que les preocupa.
Es también frecuente que algunos pacientes muestren reticencias a explorar y darse cuenta de los introyectos que han incorporado de su familia de origen, circunstancia que les dificulta construir una identidad adecuada y saludable. La psicobiografía de la persona que acude a terapia es importante en la medida en que puede interferir y obstaculizar en el presente. Un presente (aquí y ahora) puede estar conectado con experiencias pasadas o anticipar miedos futuros.
La familia es un sistema vivo y abierto compuesto no sólo por los miembros de la familia sino también por las interrelaciones que entre ellos se establecen. Si bien lo saludable sería que cada cual mantuviera una relación sana con su familia de origen y que la interacción con sus componentes beneficiara a ambas partes, en la práctica esta situación es más idílica que real.
Además, consideremos que tampoco suele ser posible —al menos no a cualquier precio— ya que suelen entrar en escena las infravaloraciones, faltas de respeto, vejaciones y unos maltratos, tanto psicológicos como psíquicos, que aunque bien intencionados, repercuten en la autoestima, la seguridad y la aceptación de si mismo de quienes los sufren.
Surgen así desequilibrios emocionales (sobre todo en las personalidades más vulnerables) que contribuyen a desarrollar —ya desde la infancia— unos mecanismos de defensa que permitan al afectado adaptarse para sobrevivir a un ambiente hostil, y encajar (las más de las veces pasando desapercibidos) en la familia que el destino le ha deparado, cuyas prioridades y valores son diferentes a los suyos.
Una de las situaciones más arduas y más difíciles de soportar es el caso del niño a quien atendemos en consulta siendo ya adulto, y que tuvo que convivir con un progenitor que maltrataba físicamente a su familia (cónyuge, hijos) o que simplemente se comportaba de un modo autoritario, manipulador, machista u homófobo.
Tal vez la primera de las consecuencias que repercuten en el niño (además de desarrollar una personalidad patológica que influirá negativamente en su desarrollo) consistirá en sentirse distinto a los demás, una especie de bicho raro que además de sufrir el mal ambiente de su familia, siente vergüenza, e incluso asume una culpa que no le corresponde. Es frecuente que el perjudicado contemple como una normalidad ese modo de relacionarse con los miembros de su familia, siendo que no conoce otras formas de relación.
Esto explica que la génesis de muchos problemas de salud mental se encuentren en la familia de origen, pues el entorno familiar es el ambiente donde se moldea la propia identidad del individuo. Es importante constatar que, con frecuencia, un conflicto individual en cualquiera de los miembros de la familia es el indicador que pone en evidencia un conflicto familiar.
Por ello, si la relaciones familiares son tóxicas condicionando la infancia y la adolescencia, es muy probable que repercuta en la vida adulta a través de reticencias para formar una propia familia por temor a repetir el modelo disfuncional de origen. Otra posibilidad es, obviamente, reproducir sin mas (en la nueva familia que se forme) ese patrón de relación vivido en la familia de origen.
“Los padres amorosamente bien intencionados y resentidos convierten a sus hijos en una vocación hasta que, finalmente, pueden depositarlos, y es algo que se ha incrementado ya desde la primera infancia, en las guarderías o en las escuelas”
Paul Goodman
¿Qué son las relaciones tóxicas?
En las relaciones humanas se emplea coloquialmente el término relaciones tóxicas como un modo disfuncional de interrelación con otras personas (bien sea padre, madre, hermano/a, hijo/a, pareja o amigo/a) a las que se consideran tóxicas.
Así, podríamos definir las relaciones tóxicas como aquellas que debilitan al humano mermando su autoestima, dificultando un crecimiento sano y repercutiendo negativamente en su independencia emocional.
Cuando las relaciones tóxicas se producen dentro de la familia de origen (con el padre, la madre, o un hermano/a que desempeña el rol parental), resulta muy difícil de sobrellevar ya que al elemento tóxico se le considera como un ser poderoso que dicta las reglas que rigen en la educación y marcan la convivencia.
Consecuentemente, la persona afectada asume como normal un modo sumiso de relacionarse, muy a pesar del sufrimiento que soportan, casi siempre con la esperanza de hacer cambiar a quien le hace daño, a fin de obtener aquello que se tiene idealizado. Pero, por lo general, esto nunca sucede por ser falsas expectativas que nacen de la baja autoestima que se va generando en base a la palabra que conceptualiza, califica y define a quien va dirigida.
Los padres son los primeros en emitir palabras que desencadenan consecuencias en el moldeado de la personalidad del niño (eres bueno, malo, guapo, feo, listo, tonto…), y luego el resto de familiares, maestros, amigos, etc.
Este entorno del niño va configurando un concepto de lo que supuestamente él es en base a las opiniones conceptuales que recibe acerca de si mismo. Y mientras esto acaece, el niño podrá vivir en la idea que los demás se hacen de él, en tanto que no se detenga a analizar unas creencias impuestas e introyectadas que más le costarán de validar cuanto más limitantes le sean.
Cuando se ponderen, cuestionen y acepten —o no— esos introyectos, será cuando llegue el momento de negociar, y hacerlo en función del malestar que origine todo aquello que peor sea aceptado y más recurrentemente acaezca.
La mayor equivocación que un padre (o una madre) puede cometer, es no darse cuenta de cómo es en verdad su hijo; no detectar y asumir sus virtudes y defectos, sus características, sus fortalezas y debilidades y, sobre todo, carecer de habilidades para ofrecer un trato individualizado y no discriminatorio a cada uno de sus hijos, pues no hay una fórmula polivalente y mágica donde encajar a todos los hijos siendo que cada cual posee su idiosincrasia
“Los sentimientos de la infancia son importantes no porque constituyan un pasado que sea necesario deshacer, sino porque constituyen algunos de los más maravillosos poderes de la vida adulta que deberíamos recuperar: la espontaneidad, la imaginación, el carácter directo de la consciencia y de la manipulación”
Paul Goodman
Relaciones tóxicas en la familia. Relación con los trastornos mentales de sus integrantes
Podríamos definir a las familias tóxicas como aquellas en la que sus miembros se interrrelacionan mediante patrones disfuncionales en los que destacan el abuso—tanto físico como emocional— y la falta de respeto. En cierto modo, la prevalencia de un conflicto familiar interrelacional sería el factor preponderante de las familias tóxicas.
El crecimiento, desarrollo y convivencia en familias tóxicas suele dar lugar a consecuencias psicopatológicas consecuentes al estrés y a estar sometidos a un continua presión e incluso sufrir malos tratos.
Destacan cuatro aspectos que pueden actuar como factor contaminante y mecanismo desencadenante de alteraciones conductuales e incluso trastornos mentales.
1-La influencia negativa de poner etiquetas a los hijos
Es frecuente en los progenitores poner etiquetas que atribuyan una forma de ser del hijo («es vergonzoso», «es tímido» «se enfada por nada»). Son unas sentencias en apariencia inofensivas, cariñosas, pero que pueden marcar a los niños por su impactante carga emocional.
El efecto acumulativo de estas frases tiene una perniciosidad que guarda relación directa con la frecuencia con que se empleen, pues repercuten en cómo se percibe, cómo se calificay cómo se valora el niño a si mismo.
Un ejemplo típico lo encontramos en esos niños no vergonzosos que, de tanto escuchar a sus seres queridos decir que lo son, se sienten avergonzados, se comportan como tal y acabansiéndolo por una profecía autoincumplida conocida como efecto Pigmalión.
Así, una etiqueta o un rol impuesto en el seno familiar, se va propagando como un virus en otros entornos (resto de la familia, colegio, amigos…) donde se inculca al niño el patrón en el que debe convertirse.
2-Sobreproteción
Si perjudicial es que algunos padres desatiendan en ciertos aspectos a sus hijos, tanto o más lo es que haya una sobreprotección que muchas veces son proyecciones de miedos no resueltos por parte de los padres. Esto impide al niño enfrentarse a las situaciones sociales normales o a aquellas de riesgo controlado que le ayudarán a configurar su independencia autoresolutiva y su maduración.
Un exceso de sobreprotección fomenta la inseguridad y la inacción de unos niños que lo que necesitan es explorar su entorno aunque, eso sí, siempre contando con el apoyo de una figura de apego (como el padre o la madre) que sirva de soporte y ayuda al niño pero sin aportar un excesivo control.
3-Proyectar en el hijo ciertas ansias incumplidas de los padres
No es recomendable planificar la llegada de un hijo a partir de unas premisas que vayan más allá de la convicción y el deseo de tenerlo.
Es un error pensar en un hijo como alguien que solucionará un problema conyugal. O considerar a los hijos como ornamentos que confieran respeto y consistencia a la unidad familiar. Y puede que sea aun peor —aunque es relativamente frecuente— que se invista al niño como el objeto donde proyectar —casi siempre inconscientemente— ciertas frustraciones o deseos no realizados de los progenitores.
Presionar a un hijo para que destaque en una actividad en la que un padre o una madre fracasó, es cargarlo con la presión de unos deseos que sólo son frustraciones ajenas. Esto crea en el niño una vulnerabilidad emocional que atenta contra su autoestima e interfiere en el sano desarrollo de su personalidad.
4-Amores mal entendidos
Muchas veces, algunos padres magnifican algo tan obvio como el amor a sus hijos con frases al estilo de «nunca nadie te querrá como nosotros». Son sentencias que pueden hacer daño, sobre todo si van asociadas a una falta de respeto del adulto hacia el menor.
De entrada, el niño que recibe reiterativamente este mensaje, puede acabar convencido de que no tienen ningún derecho a sentirse mal, pues la consigna dominante introyectada es que todo lo que haya podido hacerle su familia ha sido «por su bien», circunstancia que en casos extremos puede ir asociada a malos tratos o abusos que nunca se denuncian. Desarrollar este apartado implicaría apartarse del objetivo principal de este artículo, por ello considero oportuno dejarlo sólo como una mención y en espera para abordarlo ampliamente en otra ocasión.
Quedémonos tan sólo con la idea de que, muy a pesar de la obviedad del amor que un padre o una madre (o cualquier otro familiar conviviente) pueda sentir por el niño, es sólo él quien con el tiempo madurará y configurará su personalidad estableciendo los vínculos afectivos con quienes pueda hacerlo y decidir qué familiares le aman y además les respetan en su individualidad e independencia.
“Cuidar bien a un niño es: dejarle solo y estar cerca. En donde ‘estar cerca’ significa proporcionarle seguridad, audiencia para las proezas, consuelo para las heridas, sugerencias y equipamiento material para el paso siguiente, y respuestas cuando pregunta”
Paul Goodman
Clotilde Sarrió – Terapia Gestalt Valencia
Bibliografia:
– I. Alberdi. (1999). La Nueva Familia. Madrid. Ed. Taurus.
– Bateson. G. Ruesch. J. (1984) Comunicación: La matriz social de la psiquiatría. Barcelona. Ed. Paidós
– J. L. Framo. (1996) Familia de origen y psicoterapia. Un enfoque intergeneracional. Ed. Paidós
– S Minuchin. (1986) El Caleidoscopio Familiar: Imágenes de violación y curación. Barcelona. Ed. Paidós.
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