Durante el cautiverio de Israel en tierras de Babilonia, vino el rey Nabucodonosor y se apoderó de Jerusalén y los utensilios sagrados del templo. Entre el grupo de cautivos, se encontraba Daniel, muchacho de linaje de príncipes, inteligente y de buen parecer. Él, junto con Sadrac, Mesac y Abednego, iban a ser preparados para servir en la corte del rey y comer del banquete real. Pero Daniel no quería contaminarse con dicha comida y pidió alimentarse con verduras, frutas y agua. Pasado el tiempo de preparación para servir al rey, los encontraron diez veces más inteligentes que todos los magos y astrólogos del reino.
Un día, el rey Nabucodonosor tuvo un sueño y quiso que los magos lo adivinaran y les explicara su significado. De no ser así, mandaría matar a todos los sabios del reino. Y así fue...pero Daniel fue fiel al Señor desde el principio y Dios le rebeló el sueño y el significado. Había soñado con una gran estatua con la cabeza de oro, el pecho y brazos de plata, el vientre y los muslos de bronce, las piernas de hierro y los pies mitad de hierro y mitad de barro. Después una roca cayó, destrozó la estatua y sus restos desaparecieron con el viento. La roca se convirtió en un gran monte que ocupó toda la tierra. Esta fue la interpretación que Daniel le dio: cada parte de la estatua representa un reino: la cabeza de oro es el reino de Nabucodonosor y los demás son reinos más débiles, donde el último (los pies) es un reino dividido. La roca representa a Dios y su reino venidero que destruye los demás reinos. Ante esta interpretación, el rey se postró rostro en tierra ante Daniel y reconoció que su Dios es el más importante y poderoso. Por ello, el rey nombró a Daniel jefe de la provincia de Babilonia y de los sabios.
Pero el rey Nabucodonosor tenía un corazón orgulloso y mandó construir una gran estatua de 30 metros de altura. Emitió un decreto en el que todo el pueblo debía adorar a la estatua y mandó echar al horno de fuego a quien no lo hiciera. Pero Sadrac, Mesac y Abednego se negaron. Estos fueron arrojados a un horno siete veces más caliente de lo normal y apareció un ángel junto a ellos que los salvó. Entonces el rey bendijo al Dios de ellos y los ascendió de sus cargos.
Mas tarde, el rey tuvo otro sueño donde aparecía un gran árbol que llegaba al cielo cargado de frutos que alimentaban a todos. Los animales se refugiaban en su sombra y la aves se posaban en sus ramas. De repente un ángel que bajó del cielo mandó cortar sus ramas y esparcir sus frutos, menos el tronco y las raíces. Ese gran árbol es el rey, dijo Daniel, que se hizo grande y poderoso. Pero el Dios Altísimo lo había sentenciado a siete años de humillación y hambre, hasta que reconociera que no hay otro Dios. Todo este sueño se cumplió tal y como Daniel lo había interpretado. Después, el reino le fue devuelto a Nabucodonosor.
Durante el reinado del rey Darío, Daniel fue uno de los gobernadores y hombre de confianza del rey, pero los demás ministros le tuvieron envidia y maquinaron la forma de acusarlo ante el rey. Sugerieron al rey un decreto para prohibir la oración y petición a cualquier dios que no sea el rey durante treinta días. Quien no lo cumpliera, sería arrojado al foso de los leones. Daniel, habiéndose enterado del decreto, se fue a casa, abrió las ventanas y le oró a Dios, ya que tenía por costumbre orar tres veces al día. El rey Darío apreciaba mucho a Daniel y tuvo que cumplir con el decreto, pero se encontró con la sorpresa de que los leones no tocaron a Daniel. Al final, los acusadores de Daniel fueron los que cayeron devorados por los leones. Ante lo sucedido, el rey mandó adorar al Dios de Daniel.
Por último, Dios habla a Daniel sobre el tiempo del fin, diciendo que en aquellos días habrá una Gran Tribulación (sufrimiento) como nunca la hubo jamás, que todos los que estén escritos en el Libro de la Vida serán salvos (Arrebatamiento de la Iglesia) y que habrá un Juicio Final donde unos tendrán vida eterna y otros serán objeto de vergüenza. Ver también 1ª Tesalonicenses 4:17, donde habla de la segunda venida de Cristo y el Arrebatamiento de su iglesia.
El Milagro de Sadrac, Mesac y Abednego:
“Entonces Nabucodonosor se llenó de ira, y se demudó el aspecto de su rostro contra Sadrac, Mesac y Abed-nego, y ordenó que el horno se calentase siete veces más de lo acostumbrado. Y mandó a hombres muy vigorosos que tenía en su ejército, que atasen a Sadrac, Mesac y Abed-nego, para echarlos en el horno de fuego ardiendo. Entonces estos varones fueron atados con sus mantos, sus calzas, sus turbantes y sus vestidos, y fueron echados dentro del horno de fuego ardiendo. Y como la orden del rey era apremiante, y lo habían calentado mucho, la llama del fuego mató a aquellos que habían alzado a Sadrac, Mesac y Abed-nego. Y estos tres varones, Sadrac, Mesac y Abed-nego, cayeron atados dentro del horno de fuego ardiendo.
Entonces el rey Nabucodonosor se espantó, y se levantó apresuradamente y dijo a los de su consejo: ¿No echaron a tres varones atados dentro del fuego? Ellos respondieron al rey: Es verdad, oh rey. Y él dijo: He aquí yo veo cuatro varones sueltos, que se pasean en medio del fuego sin sufrir ningún daño; y el aspecto del cuarto es semejante a hijo de los dioses. Entonces Nabucodonosor se acercó a la puerta del horno de fuego ardiendo, y dijo: Sadrac, Mesac y Abed-nego, siervos del Dios Altísimo, salid y venid. Entonces Sadrac, Mesac y Abed-nego salieron de en medio del fuego. Y se juntaron los sátrapas, los gobernadores, los capitanes y los consejeros del rey, para mirar a estos varones, cómo el fuego no había tenido poder alguno sobre sus cuerpos, ni aun el cabello de sus cabezas se había quemado; sus ropas estaban intactas, y ni siquiera olor de fuego tenían”. Daniel 3:19-27
El rey Nabucodonosor reconoce y alaba a Dios:
“Mas al fin del tiempo yo Nabucodonosor alcé mis ojos al cielo, y mi razón me fue devuelta; y bendije al Altísimo, y alabé y glorifiqué al que vive para siempre, cuyo dominio es sempiterno, y su reino por todas las edades. Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada; y él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces? En el mismo tiempo mi razón me fue devuelta, y la majestad de mi reino, mi dignidad y mi grandeza volvieron a mí, y mis gobernadores y mis consejeros me buscaron; y fui restablecido en mi reino, y mayor grandeza me fue añadida. Ahora yo Nabucodonosor alabo, engrandezco y glorifico al Rey del cielo, porque todas sus obras son verdaderas, y sus caminos justos; y él puede humillar a los que andan con soberbia”. Daniel 4:34-37
Daniel se salva del foso de los leones:
”Entonces el rey mandó, y trajeron a Daniel, y le echaron en el foso de los leones. Y el rey dijo a Daniel: El Dios tuyo, a quien tú continuamente sirves, él te libre. Y fue traída una piedra y puesta sobre la puerta del foso, la cual selló el rey con su anillo y con el anillo de sus príncipes, para que el acuerdo acerca de Daniel no se alterase. Luego el rey se fue a su palacio, y se acostó ayuno; ni instrumentos de música fueron traídos delante de él, y se le fue el sueño. El rey, pues, se levantó muy de mañana, y fue apresuradamente al foso de los leones. Y acercándose al foso llamó a voces a Daniel con voz triste, y le dijo: Daniel, siervo del Dios viviente, el Dios tuyo, a quien tú continuamente sirves, ¿te ha podido librar de los leones? Entonces Daniel respondió al rey: Oh rey, vive para siempre. Mi Dios envió su ángel, el cual cerró la boca de los leones, para que no me hiciesen daño, porque ante él fui hallado inocente; y aun delante de ti, oh rey, yo no he hecho nada malo. Entonces se alegró el rey en gran manera a causa de él, y mandó sacar a Daniel del foso; y fue Daniel sacado del foso, y ninguna lesión se halló en él, porque había confiado en su Dios”. Daniel 6:16-23
El rey Darío reconoce a Dios:
“El rey Darío escribió este mensaje para la gente de todas las naciones y lenguas del mundo: «Los saludo a todos y deseo que tengan paz y prosperidad. Ordeno que en todo mi reino, hasta en la más pequeña provincia, todos adoren y respeten al Dios de Daniel. Él es el Dios vivo y existe para siempre. Su reino jamás será destruido; su poder no tiene fin. Él salva y libera; hace prodigios y milagros en la tierra y en el cielo. Él salvó a Daniel de los leones”. Daniel 6:25-27
La profecía del fin de los tiempos:
“En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que está de parte de los hijos de tu pueblo; y será tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces; pero en aquel tiempo será libertado tu pueblo, todos los que se hallen escritos en el libro. Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua. Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad. Pero tú, Daniel, cierra las palabras y sella el libro hasta el tiempo del fin. Muchos correrán de aquí para allá, y la ciencia se aumentará”. Daniel 12:1-4
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