La fealdad

Por Arquitectamos
Advertencia: Sobre la fealdad se pueden (y se deben) escribir varios tratados muy extensos. Esto es solo el blog de un aficionado, y por lo que me pagáis debéis conformaros con tres o cuatro brochazos rápidos exponiendo un par de ideas (o solo una), y nada más. Seguramente retomaré el tema más de una vez.
INTRODUCCIÓN:
Vincent Van Gogh no consiguió vender un solo cuadro en toda su vida porque todos eran horribles. (Bueno, vendió uno a su hermano, que era marchante, pero eso no cuenta porque su hermano le daba dinero y le intentaba mantener como podía, de manera que esa venta no puede considerarse tal, sino una ayuda fraterna).

No es que los cuadros de Van Gogh no gustaran a casi nadie. No es que solo gustaran a unos pocos. No. Es que no le gustaban a nadie. A nadie. Repito: A nadie. Es decir: en la segunda mitad del siglo XIX lo que pintaba Van Gogh era feísimo.
Y sin embargo hoy esos cuadros nos gustan a todos. A todos. No a la mayoría, no a muchos. A todos. Es decir: en la primera mitad del siglo XXI lo que pintó Van Gogh es bellísimo.
¿Y eso por qué es? ¿Acaso la belleza y la fealdad son una moda? ¿Acaso la belleza y la fealdad van por rachas? Pues sí. Parece obvio.
NUDO. CUERPO. MAMOTRETO:
Me hace ilusión que haya arquitectos jóvenes que quieran saber quién fue Curro Inza, una figura que cuando yo estudié la carrera (finales de los 1970s y principios de los 1980s) estaba olvidada y de la que nunca oí hablar en la escuela. Hay tan poca información sobre Inza que el par de escritos que publiqué en este blog han gozado de mucha más atención de la que pude soñar cuando los escribí, y no porque fueran buenos artículos, sino porque no hay mucho más1.
Curro Inza, casa en Rascafría (Madrid). Alzados.
El otro día con unos amigos volvió a salir el tema Curro Inza y volví a decir que su obra me fascina; que son proyectos feísimos que me entusiasman. En seguida me corrigieron: De feos nada. Y yo me corregí también. No son feos. En mis artículos ya lo dije: Sus proyectos me parecían feos pero me interesaban muchísimo, me llamaban, me animaban a meterme en ellos, a vivirlos. ¿Eso es ser feo? Obviamente no.
La fealdad, si lo pensamos un poco, no consiste en la falta de armonización de las partes con el todo, ni en su mala proporción, ni en su composición descompensada. Esa sería una fealdad académica, por llamarla de alguna manera, y no es esa la que más nos debería preocupar. La fealdad fealdad, la mala mala, es la falta de adecuación no de las formas, sino de las intenciones. La fealdad es el pozo negro de la mentira, la hipocresía y la superchería.
Alguna obra "académicamente fea" puede ser muy cabezona, muy poco o demasiado esbelta, muy desequilibrada... Pero hay obras "académicamente bonitas" que lo son, por ejemplo, por una cuidada simetría y un ritmo impecable que obliga a que un aseo tenga balcón porque lo tiene el salón del ala opuesta y no hay más remedio que armonizar con él. Si eso es la belleza yo no la quiero.
Es decir: Si la belleza se ha de conseguir a base de mentir, a base de constreñir lo que pide un espacio para que no se nos desordene, a base de engañar, a base de ocultar lo que hay y mostrar lo que no hay, a base de darle a una fachada lo que no necesita solo para que "quede bonita", entonces eso ni es belleza ni es nada.
Las obras de Curro Inza no buscan la composición equilibrada, el placer sensual plástico, sino que tienen una gran fuerza expresiva y la quieren sacar, la quieren hacer explotar, y son toscas y brutas, pero nada falsas, nada melifluas. No se andan con componendas ni con apaños maquilladores.
Curro Inza. La choricera de Segovia. Fotografía de Karlos Garmendia
CONCLUSIÓN (una de tantas posibles, y siempre provisional):
Creo que el problema de la belleza (y de su reverso, la fealdad) es el consenso. Ya hemos visto cómo con Van Gogh lo hubo y lo vuelve a haber. En las obras académicas lo había, pero ya no es tan claro. Y en obras de vanguardia, por su propia definición, ni lo hay ni lo puede haber.
¿Es fea la obra de tal autor? Para unos sí y para otros no.
Pues entonces eso no vale. Por eso las palabras "feo" y "bonito" no nos dicen ya nada ni sirven ya para nada.
Con un código aceptado por todos es fácil saber qué es feo: lo que no lo cumpla. Si está claro cuántos diámetros tiene que tener la altura de un fuste, qué altura tiene que tener un frontón respecto a su anchura, cuántos diámetros de separación tiene que haber entre columna y columna, qué proporción tienen que guardar el lado vertical y el horizontal de una ventana, qué separación debe haber entre dos ventanas consecutivas, etcétera, entonces es fácil saber qué edificios son feos y por qué lo son.
También así es facilísimo hacer edificios bellos. No hay más que tener a mano la chuleta y cumplirla.
Sin embargo, con el criterio "ético" todo es más trabajoso. Para juzgar si una obra nos parece hermosa o fea casi tenemos que investigar la biografía de su autor, saber cuáles eran sus intenciones, cuáles sus valores, y todo es subjetivo2.
Olvidemos los afanes de hacer crítica objetiva según criterios claros e inamovibles. Eso ya no es posible. Puedo escribir con toda la sinceridad de la que soy capaz sobre la emoción que me produce la serenidad y el rigor de Piet Mondrian y ponderar la belleza de esta obra:

Y puedo también, con la misma sinceridad, escribir sobre la profunda hermosura de los cuadros de Jackson Pollock:

Claro que ante esto cualquiera de nosotros puede decir: "Me gusta más Mondrian", "me gusta más Pollock" o "no me gusta ninguno", porque al decirlo ya no hablamos de los cuadros sino de nosotros mismos, y todo esto es subjetivo, como digo, y mucho más difícil de explicar. Así que, repito, lo único que les da valor a estas obras es que están hechas "de verdad" y que proyectan esa verdad, y ya no vale que vayamos a verlas distraídamente a ver qué nos dicen, sino que nos obligan a comprender y a interesarnos por esa verdad.
Ya no nos vale que nos parezcan feas o bonitas, que impacten así o asá en nuestra sensibilidad, sino que tenemos que modelar nuestra sensibilidad con criterios de ética, de sinceridad, de trabajo, de estudio, de comprensión, de debate, de historia, de ideología... Y eso cansa. Era más fácil cuando una cosa nos parecía sencillamente muy fea.
ADDENDA:
Todo era más fácil, como digo, cuando había un código único que todos compartían. Para juzgar una obra plástica (o incluso moral) no había más que ver si se adaptaba al código o se desviaba de él. Naturalmente, todas las desviaciones eran malas y feas.
Desde hace ya bastante tiempo cada artista utiliza su propio código, y todos son desviaciones. Para juzgar una obra puedo hacerlo desde mi código (lo que no conduce a nada y se queda en un mero repaso superficial de fealdad) o intentar comprender lo más posible el código del artista (pero eso es muy difícil, porque, como digo, cada artista tiene uno diferente)3.
Si un autor habla en checo y yo solo comprendo el ruso necesito aprender checo o que alguien me explique en ruso lo que ha dicho el autor. Ambas operaciones no solo son difíciles, sino que son sobre todo retorcidas y adulteradoras.
Para una explicación semiótica más completa y fundamentada ved este vídeo:
Lo fácil es, siempre, mantenerme en mis trece, en mis convicciones, en mis principios inalterables y llamar feas cada vez a más cosas que ni entiendo ni me interesan, y bonitas cada vez a menos: las más anodinas y tontas.
1.- El arquitecto Ángel Verdasco hizo su tesis doctoral sobre él en 2013: Curro Inza: Una aproximación crítica y proyectual, que ha dado como hijos los libros El archivo de Curro Inza y Los escritos de Curro Inza

2.- Se trata en todo caso, como sugiero en el último párrafo, de una subjetividad trabajada o de una subjetividad cultivada, educada, puesta constantemente en debate y en solfa.

3.- Esto de que cada uno tenga su código aboca también, por otra parte, a la pérdida de ideales compartidos y de principios éticos. Ya no hay criterios sólidos comunes, sino microcódigos particulares, y eso lleva a la disolución de la sociedad. Así que, una vez más, comparando la estética con la ética y la obra con la ideología, me he metido en un charco que me sobrepasa y del que no sé salir. Maldito pensamiento débil postmoderno.