La felicidad en el trabajo

Por Jlmon


Hay ciertas palabras que apenas pronunciamos, como si quisiéramos evitar ser juzgados de forma por nuestro interlocutor como idealistas, trasnochados, irreverentemente cursis o simplemente atontados. Desde hace muchos años, cuando comienzo a trabajar con un colectivo profesional, irremediablemente comienzo siempre con la misma frase: estoy aquí para ayudaros a ser un poco más felices. Es fácil suponer las caras de incredulidad y asombro que siguen a la formulación de intenciones. No me preocupa. En mi trabajo hay que comenzar por ser un showman monologuista durante un breve momento para pasar a ser un mediador cercano de forma indefinida. Y además, siempre que llega el momento de despedirse, formulo la misma pregunta: ¿hemos conseguido aprender a ser un poco más felices?. El asombro y la incredulidad se trasforman en comprensión y sonrisas y sólo con eso ya es suficiente. Felicidad, esa es la extraña palabra que pronunciamos casi siempre sin demasiado convencimiento fruto del carácter polisémico que encierra. Apenas la utilizamos en nuestra vida social, pero está prácticamente desterrada de nuestro entorno profesional. ¿Ser feliz en el trabajo? No ser capaz de responder afirmativamente a esta cuestión, entendiéndola como reto constante, es lo mismo que aceptar que te pasas cuarenta o cincuenta años de tu vida siendo un completo gilipuertas. Así que todo consiste en deslomarse dos tercios de tu existencia para conseguir satisfacer tus necesidades básicas antes de que te den la palmadita y pases al estatus de jubilado desencantado. ¡Apaga y vámonos! Personalmente soy de los que creo que venimos a este mundo a ser felices aunque la felicidad de los demás siempre sea un ligero obstáculo. No puede haber otro objetivo a no ser que padezcamos fobias conspiratorias y creamos firmemente en planes diabólicos del más allá. ¿Ser feliz en el trabajo? Ese debe ser nuestro objetivo primario. El para qué ya está asegurado en la formula contractual. Nuestro problema reside en la capacidad de formularnos adecuadamente el POR QUÉ así como plantearnos una búsqueda constante de su respuesta. Dicen que la felicidad consiste en autorrealizarse, pero en términos más simples consiste en ese estado de ánimo indefinible que se alcanza al conseguir la meta propuesta, realizar una tarea, conseguir unos objetivos. Desde esta perspectiva, quienes se incorporan a una tarea profesional cuentan con un breve periodo de tiempo en el que la felicidad está prácticamente asegurada como consecuencia de las tareas asignadas que, sin embargo, acostumbran con frecuencia a convertirse en rutinas al poco tiempo. En otras palabras, el hecho de contar con un trabajo, incluso en estos tiempos que corren, no es un seguro para la felicidad. Las metas propuestas en términos de rutinas diarias no aseguran un estado de ánimo positivo a medio plazo. Desde una perspectiva estrictamente cínica, podríamos decir que ese es el problema de cada uno y, en consecuencia, que cada cual se lo solucione como buenamente pueda, siempre que sus rendimiento sea el esperado dentro de la empresa. Sin embargo, ese cinismo corre el peligro de convertirse en cretinismo cuando no estupidez en la gestión. Si el objetivo es conseguir que los trabajadores sean eficaces y eficientes en la ejecución de las rutinas asignadas, ese es el mejor pasaporte para la mediocridad de la empresa. Si ésta y no otra es la perspectiva estratégica a medio y largo plazo, contaremos con una legión de infelices que trabajan prácticamente por un sueldo y poco más. Personas ligadas a la empresa siempre que los vientos sean favorables, pero carentes de cohesión como grupo que se plantea retos y desafíos, inocuas a los posibles problemas que surjan en el horizonte y con una identificación ridícula con los principios, valores y misión que se pregonan en unos papeles condenados a quedar olvidados en algún remoto cajón. La felicidad en el trabajo no depende tanto de un buen sueldo y la cómoda asignación de  una serie de rutinas repetitivas cuanto de la posibilidad de plantearse de forma continua nuevos retos en forma de oportunidades y problemas que no sólo conseguirán alcanzar un estado emocional colectivo positivo, sino que desembocarán indefectiblemente en el incremento de valor y de excelencia de la organización. Pero estas oportunidades y problemas residen tanto en un sesudo análisis de mercados estratégicos de futuro como de la posibilidad de mejorar el ajuste de una pieza o la eficacia de los recuentos rotativos. No hay oportunidades grandes o pequeñas, tan sólo personas que reconocen la posibilidad de alcanzar ese estado de ánimo positivo o cretinos que se obcecan en trabajar exclusivamente por dinero y obligación. La mejora continua, la innovación, la reingeniería o el emprendimiento interno no son otra cosa que oportunidades para alcanzar la felicidad personal y la prosperidad de la empresa. No son aventuras arriesgadas, ni modas pasajeras. Simplemente son la expresión más natural de la inteligencia.