La filosofía de la felicidad

Por Fabianscabuzzo @fabianscabuzzo

Sin la pretensión de convertirse en un estudio profundo, 42 lectores de “El Periodista en su Laberinto” participaron de la encuesta sobre la felicidad que acompañaba las páginas de la web.

La felicidad es, sin duda, uno de los temas recurrentes de la condición humana. Una meta inalcanzable, ilusoria – a veces -, desconocida e irracional. Personalmente creo que vivimos pequeños fragmentos de felicidad en nuestra vida y que reconocerlos y recrearlos nos hace bien.  Uno construye esos espacios que nos permiten ser felices cuando trabajamos por el bien de los demás, cuando satisfacemos necesidades propias y familiares, y logramos metas razonables de la vida.  

El punto más referido de esta pequeña encuesta nos dice que en más de la mitad de las personas la familia es lo que los hace felices. Y cuando hablamos de esa entidad muchos remiten a la pareja y los hijos, aunque el concepto de familia es diverso y puede incluir amigos y mascotas. Es ese mundo-refugio-compañía que nos da placer, desde ese espacio la vida tiene otro sentido. Sin duda somos felices cuando estamos con  la gente que amamos.

La encuesta reflejó algo de eso, pero también la relación de la felicidad con el dinero, propio de la sociedad capitalista. El dinero no hace la felicidad, decimos como un lugar común, pero sabemos que con él hay metas que se pueden cumplir y,  de alguna manera, ser feliz. La construcción de la felicidad con el dinero es otra utopía ya que el resultado es casi siempre es negativo. El dinero representa un estimulante tan adictivo como la mejor droga, si lo ponemos en un lugar de privilegio en nuestra vida nos hará muy mal.  También la filosofía popular agrega “no hace felicidad pero ayuda”, y eso es cierto.

El tercer punto fue el descanso, la gente es feliz cuando reposa, esa “contemplación” que refiere Aristóteles, pero también el desconectarse de las obligaciones infelices, que muchas veces incluyen el trabajo y  las tareas domésticas. El descanso es el signo más fuerte de la libertad, solo podemos parar y descansar cuando somos dueños de nuestro tiempo, esa sensación nos hace fuertes, nos hace felices.

Para terminar muchos de los aspectos localizados en la encuesta se encuentran en el mundo de la filosofía, y por eso pueden terminar este artículo con estos fragmentos de un extenso estudio sobre la felicidad de la filósofa Angelina Uzín Olleros:

Eugène Delacroix plasmó en su lienzo una escena filosófica muy aristotélica, “La muerte de Sardanápalo” (1827-1828),  no por describir el pensamiento del filósofo griego sino por mostrar aquello que Aristóteles atacaba en su obra: el hedonismo.“Hedonismo” significa la búsqueda de los placeres, la entrega a las pasiones carnales.

Para Aristóteles, la felicidad no consiste en conseguir los placeres, por el contrario, se es feliz cuando nuestro comportamiento se opone al placer dedicándose a la acción política y a la contemplación.

“…La mayoría y la gente más burda ponen la felicidad en el placer; por eso dan a entender su amor a una vida llena de goces. Hay, en efecto, tres géneros de vida que tienen una superioridad marcada: …el que tiene por objeto la vida política activa y el que tiene por objeto la contemplación. La muchedumbre que, evidentemente, no se distingue en nada de los esclavos, escoge una existencia animal en su totalidad y halla una justificación de ello en el ejemplo de los hombres poderosos que llevan una vida a lo Sardanápalo. Los escogidos y los hombres de acción ponen la felicidad en los honores; ese, en efecto, es, poco más o menos, el fin de la vida política…”  (Aristóteles)

La mayoría y la gente más burda ponen la felicidad en el placer; por eso dan a entender su amor a una vida llena de goces ( Aristóteles)

Aristóteles organiza su propuesta ética en torno al problema de la felicidad, su punto de partida es la convicción que para todos los hombres, en todos los oficios y ocupaciones, lo común es perseguir un fin; en el caso especial de la ética, ese fin que se pretende alcanzar es la felicidad.

Pero debe, entonces, dedicar una buena parte de su propuesta moral a la definición de ese fin, de ese bien, que denominamos “felicidad”. El hombre bueno para Aristóteles, el hombre feliz, es un virtuoso; y la virtud es posible si los seres humanos practican hábitos buenos.

En ese camino hacia la felicidad, Aristóteles describe en los términos de “una teoría del equilibrio“, el afán por evaluar con el auxilio del entendimiento la opción más correcta; esto es, el justo medio entre dos extremos.

El hombre feliz, es profundamente racional, prudente, reflexivo; alguien capaz de tomarse el tiempo necesario para medir las consecuencias de su acción. Antes de actuar debe aprender para decidir, para optar, para elegir lo bueno, lo correcto; sus armas son el logos (raciocinio) el ethos (conciencia moral) y el habitus (lo que se adquiere).

Actuar bien, moralmente bien, éticamente bien, es hacerlo teniendo en cuenta el “bien común“, el bien de todos; ya que somos animales racionales, sociales y políticos. Nuestra naturaleza nos provee de la posibilidad de pensar y actuar conforme a esa razón; pero es en la polis donde se adquieren los buenos hábitos de convivencia.

Para Aristóteles sólo se alcanza la felicidad en la polis, en ese espacio “entre” los ciudadanos, esa comunidad o koinônia de amigos. Los amigos (ciudadanos libres) se encuentran en un plano de igualdad, hablan la misma lengua, los dirige un logos común. Como su maestro Platón, él concibe al lenguaje como aquello que posibilita desviar la violencia, neutralizar las agresiones. En el discurso se genera la convivencia pacífica, la armonía; es el lenguaje lo que hace posible la política y evita la guerra.

 

Para Kant sólo es feliz el hombre que actúa con cautela y con prudencia, el que puede tomar el tiempo necesario para “saber hacer“

Para alcanzar la felicidad hay que practicar hábitos buenos, justos, equitativos; esos hábitos están sostenidos por actos voluntarios. Los hombres desean voluntariamente el bien común y por ende, persiguen la felicidad a sabiendas que ésta sólo se logra con esfuerzo, con el ánimo templado, con valor. En ese camino hacia la virtud, los seres humanos se dirigen hacia la felicidad. Nadie en su “sano juicio” puede actuar mal, ni prefiere la injusticia, el descontrol, la violencia.

“Los daños que nosotros podemos causar en la vida de sociedad son de tres clases; los que van acompañados de ignorancia son faltas involuntarias… Cuando el daño se causa de una manera imprevista, se habla de descuido; cuando se ha causado, no de manera imprevista, pero sí sin intención de dañar, hay falta, pues hay falta cuando el principio de nuestra ignorancia reside en nosotros, y descuido, cuando está fuera de nosotros este principio.
Cuando obramos con pleno conocimiento de causa, pero sin reflexión previa, cometemos una injusticia… Hacer daño a alguien con propósito deliberado es cometer una injusticia… (Aristóteles)

Es así que la ética y la política van juntas, ya que cada acción es como una piedra arrojada al agua, las ondas expansivas son los alcances de ese movimiento. El hombre virtuoso debe actuar entre el exceso y la falta, encontrando el justo medio; debe evitar los extremos, para optar entre el vicio y la virtud.

(…)  Sólo es feliz el hombre que actúa con cautela y con prudencia, el que puede tomar el tiempo necesario para “saber hacer“, para obrar en consonancia con su naturaleza racional y evitar los desbordes del deseo, de la búsqueda de los placeres.(..) Para Inmanuel Kant, de ningún modo puede fundarse un pensamiento moral desde la felicidad, concepto ambiguo que no lleva a una definición universal, ya que para cada individuo la felicidad se encuentra en cuestiones dispersas. Kant propone una ética del deber, el acto moral se fundamenta en la voluntad, buena en sí misma. No puede el hombre actuar moralmente desde los sentimientos, ya que éstos son involuntario

“El amor es un asunto de sentimiento y no de voluntad; no puedo amar porque quiera, y aún menos porque deba; de ello se sigue que un deber de amar sea un sinsentido”. (Kant)

Ya no se trata de ser feliz sino de actuar conforme a la razón, por deber, en la convicción de sacrificar nuestros deseos para lograr la civilización. Mientras que para Aristóteles la polis es el lugar de los amigos, los ciudadanos libres e iguales, conformada por hombres virtuosos y felices; para Kant no es la figura del amigo lo que importa sino cómo debemos actuar con el enemigo, ya que al controlar nuestras pasiones, deseos y sentimientos, entendemos que al enemigo no debemos darle un tratamiento inhumano, porque -como afirma el imperativo categórico- el otro es un fin en sí mismo, un sujeto, y debe ser tratado en consecuencia con este principio universal (a priori) y universalizable (a posteriori).

Para Aristóteles la felicidad como bien supremo es un fin en sí mismo; para Kant el deber se sostiene en la voluntad que es un fin en sí mismo. Por no ser un medio, tanto una como la otra aseguran la virtud o el deber ser.

Fragmento de “La felicidad desde el punto de vista filosófico” Publicado en Topía