Los niños de Gaza han sido muerte de las bombas hebreas y escudo humano de los yihadistas y nacionalistas de Hamás, Movimiento de Resistencia Islámico, que no duda nunca en poner a su gente de parapeto en las trincheras. Judíos y palestinos son y han de ser declarados criminales de guerra.
El 90% de los israelíes respalda la descomunal ofensiva a Gaza; eso no se explica por el propósito de erradicar a Hamás, sino por la identificación absoluta del pueblo con su ejército; la población está entroncada con su ejército y sometida a una disciplina de entrenamiento para prevención de agresiones, en el contexto de un sevicio militar intensivo; los israelíes son en cierto modo el ejército y el ejército es el Estado, el ejército de Israel antecede incluso a la creación del propio Estado. Israel se basa en el arquetipo de líder, estratega y táctico, no para guiar el éxodo, sino para defender como sea la tierra prometida; por eso y por los sucios manejos de Hamás de esconder los depósitos de armas en escuelas, hospitales y mezquitas y esconderse tras las mujeres y los niños, ataca con tan inusitada ferocidad.
Al tratar de Israel y Palestina, lo habitual es el maniqueísmo. A parte de las opiniones pagadas por una de las partes, ya no sorprende comprobar las pétreas convicciones: de un lado están los buenos y del otro los malos. Al vivir en la región y hablar con ellos, apenas se puede afirmar que hay ocupantes y ocupados; unos y otros tienen ciertas razones de peso, aunque prefieran los reflejos propagandísticos. La gente se asombra, asiste consternada al baño de sangre; son largos días y son muchos los muertos y los heridos. La situación se ha agravado y se agrava más cada día por la obtusa cerrazón de las dos fuerzas tan dispares enfrentadas: la banda terrorista Hamás y el estado de Israel, que no ven más allá de su odio y el mutuo lanzamiento de misiles. No se vislumbra una solución, el enfrentamiento es muy hondo.
A los Palestinos, en 1948, también se les ofreció la creación de su Estado, pero ellos y la Liga Árabe lo rechzaron de plano. Hamás tampoco quiere un Estado, sólo vive su odio en sus túneles y escondido entre la población civil. Israel tiene motivos y derecho para defenderse de los ataques contra su población, pero eso no le faculta ni le da carta blanca para acometer una matanza indiscriminada de civiles; es cierto que Hamás, que es un grupo terrorista y como tal está catalogado, utiliza los colegios, mezquitas y hospitales como despósitos de sus arsenales (¿y quién los abascetece?), pero el empleo de la fuerza para responder a sus atentados no puede ser de tal ferocidad y desproporción; la matanza de su incursión en Gaza le va restando credibilidad a su causa y hunde en un gran foso de desprestigio a sus mandos. Esa es una consecuencia que Netanyahu no debe desdeñar. La ONU acusó tanto a israelíes, como a palestinos de violar la legislación y perpetrar crímenes de guerra, pero es hora de hacer algo más que criticar y auspiciar treguas; la situación ha degenerado y llegado a un extremo insostenible e insoportable. La comunidad internacional ha de buscar una solución al conflicto, tiene que implicarse directamente para lograr tres objetivos: Israel debe retirar su Ejército de la Franja de Gaza; Hamás dejará de instigar y hostigar el territorio israelí y, al a vez, destruir los túneles por los que los terroristas atacan a Israel; hay que silenciar las armas de los dos contendientes, un desarme total.
La zona necesita paz, es vital, una paz duradera que de estabilidad y lleve cordura a aquella tierra. La solución puede que esté en separarlos, alejar al uno del otro; los dos tienen aquella sagrada tierra como suya; es necesario el diálogo ante Abraham, Patriarca de las tres relogiones semíticas, judíos, cristianos y musulmanes; deben llegar a un acuerdo y alcanzar el perdón y la convivencia. Allí mismo, aún resuena la voz de Jesucristo que pide “amor de unos a otros, incluso a los enemigos”. “Poned amor y habrá amor”, dice S. Agustín.
C. Mudarra