La función de las emociones

Por Centro Psiconet

Aprender a aceptar e integrar la forma en la que nos sentimos (por desagradable que nos parezca la emoción de turno) es el talón de Aquiles de la mayoría de nosotros.

Con los artículos sobre la ansiedad que publicamos hace unos meses ya nos adentramos un poco en el mundo de la aceptación de nuestras emociones sin ponerles una etiqueta negativa que nos lleve a reprimirla solo porque no es “socialmente aceptable”.

Para contribuir a desterrar el mito sobre las emociones “buenas” y “malas” dedicamos el post de hoy.

¿Para qué sirven las emociones?

Son el reflejo de nuestras necesidades más básicas, o lo que es lo mismo:

  • Necesidad de sentirnos aceptados (tanto por nosotros mismos como

por otros)

  • Necesidad de sentirnos útiles
  • Necesidad de sentirnos autónomos, que podemos dirigir nuestra

vida

  • Necesidad de sentirnos seguros o protegidos
  • Necesidad de sentirnos vinculados, pertenecientes a algo o a alguien

Esto quiere decir que todas las emociones son necesarias, pues todas tienen un mensaje adaptativo cuya única misión es ayudarnos a sentirnos bien. En el caso de las mal llamadas emociones negativas (desde ahora, emociones desagradables), su mensaje es el de avisarnos de que algo no va bien, que no se está cubriendo alguna de nuestras necesidades básicas.

Por ejemplo, la tristeza tras romper una relación con alguien querido afecta a nuestra necesidad de sentirnos vinculados. Habla de la pérdida de algo o alguien importante para nosotros y aunque no sea plato de buen gusto, sentir esto indica que apreciábamos lo que teníamos y que tenemos que sentirnos así, puesto que si no sintiésemos tristeza querría decir que esa persona no nos importaba demasiado…

Además, cada emoción tiene un mensaje concreto, una pregunta que nos plantea si realmente está sucediendo algo que hace inevitable sentirnos así. Veamos algunos ejemplos:

  • Incompetencia: Esta sensación nos plantea “¿tengo las herramientas necesarias para hacer frente a ese problema/situación?” Si la respuesta es un sí, puede que sea normal sentirnos un poco incompetentes (además de frustrados o tristes, por ejemplo).
  • Miedo: ¿Percibo una amenaza que puede afectarme a mí o a mis necesidades de forma negativa?
  • Alegría: ¿Ha sucedido algo que me gusta?
  • Duda: ¿Estoy eligiendo lo más adecuado?
  • Enfado: ¿Ha sucedido algo que no me parece correcto?
  • Decepción: ¿Lo que ha pasado ha sido peor de lo que me hubiera esperado?
  • Envidia: ¿Estoy viendo algo que me gustaría tener?

Hacernos estas preguntas y reflexionar sobre su mensaje nos ayuda a mantener el equilibrio. Si esa envidia por un logro profesional ajeno nos motiva para entrenar las habilidades necesarias para conseguir la meta deseada es un mensaje totalmente adaptativo.

El problema viene cuando nos dejamos arrastrar por la emoción de forma gratuita e inútil.

Pero las emociones no son infalibles, del mismo modo que no todo pensamiento es necesariamente lógico. Por eso es tan importante escucharnos y buscar la razón por la que nos sentimos así, para aceptarla o bien modificarla, igual que cambiamos nuestros pensamientos irracionales.