Cuenta una leyenda pictórica que cuando el genial paisajista -y precursor impresionista- romántico inglés Turner estuvo en su querida Roma, pintaría en 1828 su cuadro Jessica, basado en el personaje de la hija del judío usurero en la obra de Shakespeare El Mercader de Venecia. Y que, años después, ya muy mayor, contaría el famoso pintor la anécdota de la causa de haberlo pintado. Por entonces discutiría con algún otro pintor sobre su predilección por el color amarillo. Le dijo el crítico pintor a Turner: Un fondo amarillo está muy bien en los paisajes, pero no en un retrato. Él contestaría: Los retratos no son mi estilo, pero me comprometo a pintar el retrato de una mujer con un fondo amarillo si Lord Egremont le ofrece un lugar en su galería.
Sin embargo, el gran artista romántico inglés ya se habría inspirado en Rembrandt y su genial Muchacha apoyada en la ventana, 1645. El extraordinario pintor holandés del barroco compuso esta sencilla obra con los elementos propios de su claroscuro militante, pero, ahora, reflejando muchas cosas más que en algunas de sus grandiosas escenas barrocas y maestras. Aquí, consigue Rembrandt crear la inconfundible emoción de la timidez más inocente en el semblante y en los gestos de la muchacha. Aun resguardada tras su ventana, no podrá evitar una sensación sobrecogida, y el pintor alcanzará la genialidad más grande al obtener así ese instante retratado.
Turner lo sabía, lo admiraba, y lo utilizó para inspirarse, no para copiarlo, ni para representarlo de otra forma parecida, no, sino para hacer, con esa misma inspiración, otra cosa. Esta es la particularidad específica de la genialidad artística. Y lo consigue el creador romántico en su retrato de la deseosa Jessica. Conseguirá Turner hacérnosla ver ahora así, con el gesto preocupado por la espera ansiosa de su amante, y, sin embargo, toda ella rodeada de amarillo, de un amarillo resplandeciente, luminoso, espectacular y paisajístico, propio de sus escenarios románticos. El personaje se situará en la ventana, pero entonces su padre se ausentará de la casa y le dirá: Ve adentro hija mía. No olvides lo que te he mandado. Cierra puertas y ventanas, que nunca está más segura la joya que cuando bien se guarda. Ella, pensativa, se dirá después: Mala ha de ser mi fortuna para que pronto no nos encontremos yo sin padre y tu sin hija. Y cómo mejor no la pintaría así Turner, con el gesto sombrío del autoengaño.
Otros creadores pictóricos, de audacia y factura artística demostrada, no conseguirían a cambio llegar a la genialidad más deseada. Hans von Aachen, pintor alemán manierista (1552-1616), alcanzará a brillar con su magnífica composición -entre manierista y barroca- de su obra Baco, Venus y el Amor. Pero, como buen seguidor de sus tendencias, compondrá ahora sus obras del mismo modo, seguidas por la misma forma de crear que sus antecesores. Tratará de ser original y muy audaz con su obra Los cinco sentidos, el tacto. Pero, no obtendrá lo que el Arte sólo ofrece a sus genios más inspirados. El pintor Jan van Bylert (1598-1671), representante del barroco tardío holandés, fue capaz también de lograr efectos de luz y de miradas, pero sobre todo sería un magnífico seguidor de la escuela caravaggista de su tiempo, y no encontraría su propio lugar en lo que hizo; aunque lo que hizo lo hizo muy bien, correctamente imitado de lo que aprendió, muy bien, de su tendencia.
(Óleo de Rembrandt, Muchacha en la ventana, 1645; Obra Jessica, 1830, de William Turner, Tate Gallery, Londres; Lienzo Baco, Venus y el Amor, 1600, de Hans von Aachen, Museo de Finas Artes, Viena; Obra El tacto, de su serie Los Cinco Sentidos, ignoro fecha, del pintor alemán Hans von Aachen; Óleo La cortesana, ignoro fecha, del pintor holandés Jan van Bylert.)