La figura iconográfica de la Madonna ha sido un motivo artístico creado a lo largo de toda la historia del Arte. No es sólo algo sagrado, es además la representación de la vida en su ejemplo más significativo o más revelador del inicio y continuación de ella misma. En la figura de esa representación hay un vínculo, hay una relación del creador, en este caso creadora, y de lo creado. ¿Tendría que ver esta metáfora vinculadora con la querencia artística de los pintores por representarla compulsivamente? En la muestra de obras he incluido desde el Renacimiento de Rafael hasta el Modernismo de Picasso. Cinco autores que han compuesto la imagen de la madre y el hijo en el Arte. Esa vinculación se ha hecho con el paso de los años más acentuada. Si nos fijamos bien observaremos como lo creado, el niño, es desde los inicios de la historia del Arte una representación que se expresa interactuando con otros seres, o con otro niño (el pequeño san Juan) o con otra mujer (santa Catalina en ocasiones). El creador, la creadora, se muestra satisfecha así en su sentido participador de vida, belleza...y de Arte con el mundo. No se posesiona de lo creado, no hace suyo en exclusiva el sentido creador de lo que su existencia artística haya podido componer con algo nuevo. Hay como una especie de magnanimidad, de conmiseración, de agradecimiento, incluso, al mundo; un mundo que, por otra parte, está ahí, en la obra completa, representado claramente. En el Modernismo de Picasso eso se diluye, se transforma completamente entre las formas innovadoras de una revolución absoluta en la manera en que se representa lo creado y el creador. Ya no hay intermediarios, ya no existe un mundo que importe; ahora, lo creado está posesionado totalmente por el creador. Este expresa ahora su voluntad absoluta de ser reivindicado unido a su creación, sin fisuras, sin interpretaciones, sin necesidad de satisfacer otra cosa que su propio sentido...artístico.
Cuando Tiziano alcanzase su vejez creativa, llegaría casi a los noventa años, empezaría a pintar de una forma diferente, muy desgarradora. Ya no se preocuparía tanto de la Belleza, ese concepto que él había logrado llevar a las más altas cotas de sublimación, representación, expresión y sentido. No, ahora, al finalizar su larga, decepcionante y brillante vida, el pintor veneciano más grande de la historia empezaría a mostrar un rasgo de innovación expresionista que el Manierismo le permitiría en un momento, finales del siglo XVI, en el que el Arte entraría en cuestión, dado cierto decadentismo artístico, algo propio de las tendencias que alcanzarán su culminación y no conseguirán ir más allá sin perder en el camino algún sentido y alguna dignidad... Para entonces el Arte no querría saber nada de narración ni de composición ni de gestos... El momento, el paso del siglo XVI al XVII, fue revulsivo y crearía una vuelta a la Belleza per se, sin saber los creadores entonces que la expresión artística no puede eliminar el componente de lo creado del hecho de que el Arte es una forma de vinculación, sea la que sea, para poder transmitir algo más que belleza. Hay tres participantes en el hecho artístico: el creador, lo creado y el observante. En el inicio de la historia del Arte, siglos XIII, XIV, el observante importaba poco. Con el Renacimiento empezó a importar, se embelleció todo aditamento compositivo y se esforzaron los creadores por fascinar con su creación a los observadores del Arte. Con Tiziano se alcanzaría la máxima relación artística entre lo creado y el mundo. Luego, esa narración iniciada exitosamente por Tiziano llevaría en el Barroco a su expresión más polpular, más terrenal, más naturalista. Tiempo después, cuando el Romanticismo y el Academicismo del siglo XIX quisieron encontrar su sentido artístico, el creador se fue acercando, tímidamente aún, a lo creado de un modo definitivo. El salto final lo llevaría a cabo la Modernidad de principios del siglo XX. Para entonces el creador necesitaba identificarse con lo creado, hacerlo suyo, desposeer al mundo de su creación. En la obra del período azul de Picasso, Madre e Hijo, el creador español romperá por completo con la composición anterior donde lo creado interactuaba con el mundo. Ahora no, ahora la figura creadora, la madre, está unida palpablemente con la figura de su creación, y el mundo no aparece ya por ningún lado. Así cambiaría una cosmovisión del mundo, una que aún sigue y que ha llevado, inconscientemente y sin querer, a que el egoísmo artístico, también social y antropológico, se haya posesionado de lo creado y no desee participar a éste ni con el mundo ni con los demás ni con la vida. Ejemplo claro, posiblemente, de una sociedad insolidaria, ensimismada y limitante.
(Óleo La Madonna de Aldobrandini, 1531, del pintor Tiziano, National Gallery, Londres; Pintura del Manierismo, Sagrada Familia con Catalina y San Juan, 1552, del pintor veneciano Andrea Schiavone, Museo de Bellas Artes de Viena, Austria; Óleo del Renacimiento La Madonna de Aldobrandini, 1510, del pintor Rafael Sanzio, National Gallery, Londres; Cuadro academicista Amor fraternal, 1851, del pintor francés William Adolphe Bouguereau, Colección Privada; Obra de Arte Modernista de Picasso, Período Azul, Madre e Hijo, 1901, Museo de Arte de Harvard, EE.UU.)