En mitad de esta tesitura y con el objetivo en mente de apaciguar a los granjeros holandeses por un lado, a la opinión pública británica por otra, tal había sido el revuelo causado por al revelación de los métodos que se estaban empleando, al gobierno alemán, simpatizante de los bóer y que podría usar la muerte del misionero compatriota como excusa para entrar en el conflicto con el objetivo de apartar a los británicos de las minas y la riqueza. Finalmente, el ejemplo de aplicación de la justicia (una de esas “condenas ejemplares”) estaba enfocado a lograr un tratado duradero que propiciase la vuelta a la explotación de los diamantes que alimentasen a la metrópoli, se celebró una corte marcial contra tres soldados que servían bajo pabellón australiano (con la aprobación del gobierno del país, deseoso así de congraciarse con la Corona y mantener su estatus independiente) en uno de estos comandos
Las acusaciones fueron el fusilamiento del soldado afrikaner Visser durante la represalia por la muerte del Capitán Hunt, la ejecución de seis prisioneros. Los dos primeros, además, estaban acusados del asesinato del reverendo alemán Heese. De este último cargo fueron exonerados, aunque paradójicamente sí cometieron el asesinato, Handcock lo hizo bajo órdenes de Morant y con la excusa de que, sospechaba, era un espía. Por los dos primeros condenados a muerte. En febrero de 1902 Morant y Handcock fueron fusilados por unos soldados escoceses, a Witton se le conmutó la condena a cadena perpetua, aunque fue
El auténtico Harry "Breaker Morant
liberado solo tres años después. Tras salir de la cárcel escribió unas memorias sobre el juicio y las circunstancias que condujeron al mismo, titulado Scapegoats of the Empire, es decir “Cabezas de turco del Imperio”, la última frase que Morant le dirige en el film momentos antes de su ejecución. Lord Kitchener en persona, máxima autoridad para Sudáfrica en aquel momento, firmó todos los documentos. Según BreakerMorant, del mismo Lord Kitchener habían partido las órdenes secretas para las actuaciones de los comandos. Como tales órdenes directas no tenían porque cuestionarlas, de hecho seguramente habrían sido apartados de sus unidades o algo peor. Aún así Beresford no se escuda en esto, Witton le hace confesar a Morant que las órdenes le asquean y que otras circunstancias se negaría a cumplirlas, pero la salvaje muerte mutilado de su amigo Hunt le hace actuar con la venganza en la mente. De igual manera el film (algo probablemete presente en la obra teatral original)
Durante una de las sesiones que muestra la película el abogado de los australianos, australiano él mismo, expone los peligros de juzgar asesinatos en tiempos de guerra como si se estuvieran tratando asuntos civiles y lo finísima que es la línea que los separa de las acciones propias de la brutalidad del momento, especialmente en aquel contexto de guerrillas y contra-guerrillas. En una declaración hace explicar a uno de los testigos del fiscal, muy gráficamente, como el teniente Handcok evitó que los bóer sabotearan las líneas férreas a través de las cuales se transportaban materiales y prisioneros: decidió colocar el vagón de prisioneros delante de la máquina. Fue amonestado, pero la práctica continuó realizándose.
Si bien era cierto que los Bushvelt Carbineers estaban formados en su mayoría por australianos, no lo es menos que la decisión de focalizar el juicio en los soldados de esta nacionalidad obedecía a unas razones que se mezclaban, hasta casi confundirse con las de sus crímenes reales. La corte debía de servir también como un aviso a los australianos y hacia su manera de hacer las cosas en el ejército británico. La soldadesca australiana acumulaba una serie de peculiaridades contradictorias excelentemente expuestas en el film y que molestaban particularmente a los mandos y rasos ingleses. Por una parte una familiaridad que ignoraba las graduaciones se confrontaba con un altísimo sentido de la lealtad, la informalidad aparente encontraba su opuesto e una sorprendente atención al reglamento que les llevaba a prohibir una práctica muy común entre los soldados ingleses, el expolio de granjas o incluso su ocupación y el robo de su ganado. Todo esto les había cosechado una animadversión importante que, llegados a este punto, no favoreció un trato precisamente elástico.
Harry “The Breaker” Morant, no era Australiano, se alistó con las fuerzas irregulares del país porque en ese momento trabajaba como domador de caballos, de ahí su apelativo de “el rompedor” y porque ya tenía experiencia como soldado de fortuna (“Escape, vea mundo”, le dice el oficial de inteligencia Taylor la noche antes de la ejecución. “Ya lo he visto”, replica Morant). Era, básicamente, un aventurero. Su figura rotunda, contradictora, de poeta y asesino, de soldado y romántico se convirtió tras su ejecución y con la venida de las ansias de independencia y afirmación nacional de Australia (tras la calamitosa actuación en Gallipoli durante la Primera Guerra Mundial, por ejemplo. Hechos reflejados en 1981 por Peter Weir en el notable film homónimo, siguiente paso en el revisionismo histórico en el cual se embarcó el cine australiano en aquella gran época entre los 70 y los primeros 80) en una figura legendaria.
Bruce Beresford solo se deja seducir en parte por este perfil del personaje, ese que, ante el pelotón de fusilamiento es capaz de gritar a los tiradores “Disparad recto cabrones. No lo convirtáis en una chapuza”, sabe filtrarlo bien gracias a una narrativa seca y una puesta en escena que es implacable para con los personajes, muestra lo que hacen sin gloria alguna. Al logro del retrato ambiguo del personaje, fascinante siempre, colabora de manera esencial la elección de Edward Woodward para encarnarlo. Actor de talento superlativo e imponente presencia, nunca tuvo la suerte que mereció, aunque se ganó el estatus de culto gracias a su sargento Howie en The Wicker Man (1973, Robin Hardy) y a su protagonismo en la serie The Equalizer, emitida en cuatro temporadas desde 1985 y sobre el presente de un espía retirado decidido a purgar su pasado, siendo esta, además, una variante sobre otro show televisivo, Callan, en este caso emitido entre el 67 y el 72 para las cadenas británicas e igualmente sobre un asesino y espía, David Callan, siendo el nombre de El ecualizador Robert McCall.
Su perfil rocoso, su parque
Hombres del 2º de South Australia con Morant el tercero por la izquierda
Un anacronismo a caballo entre siglos, en muchos aspectos destruido por la modernidad, que representaba lo exactamente opuesto a su personalidad. Todo comenzó con la publicación de una novela en 1973 por parte del autor Kit Denton y titulada solamente The Breaker y que ficcionalizaba la vida del personaje. Pero la película de Beresford no se basa en esta primera aproximación sino en una revisión teatral de esta poderosa, evocadora, figura central acometida con gran éxito en 1978 por el dramaturgo Kenneth Graham Ross, él mismo encargado de adaptar el texto para la pantalla, donde, todo hay que decirlo, no queda rastro alguno de teatralidad merced tanto a la cantidad de exteriores (hasta se incluye un discutible escena de acción, una breve asalto a la fortaleza donde se encuentran presos los protagonistas, que es despachada por un “Irrelevante” en el diálogo inmediatamente posterior a su conclusión, en una transición que tiene algo de autojustificación irónica), a su estructura de saltos en el tiempo como a la rotunda planificación del
Hace bien poco Bruce Beresford ha estrenado su (pen)última película, el biopic El último bailarín de Mao, una entrega que se prevé tan correcta y aséptica como el grueso de su filmografía. No hay que permitir que, bajo ese peso de lo anodino sea imposible de encontrar al que fue uno de los más rotundos directores de los primerísimos 80, irreconocible, es cierto, por más de veinte años de carrera hacia la nada. Merece la pena buscar, merece la pena por encontrar la ya recomendada Asalto al furgón blindado o su título generacional de 1981 Puberty Blues, incluso ese honesto americana que fue Gracias y favores, donde su estilo aun no se había diluido en el océano de la uniformidad que termina por ser el cine hollywoodiense. Y desde luego merece la pena pararse en Breaker Morant.
Director: Bruce Beresford
1980
Australia
107 min.
Fotografía: Donald McAlpine
Música: Phil Cunneen
Montaje: William M. Anderson
Guión: Jonathan Hardy, Bruce Beresford y David Stevens según la obra teatral de Kenneth Graham Ross, Breaker Morant: A Play in Two Acts (1978)
Reparto: Edward Woodward, Jack Thompson, Bryan Brown, Lewis Fitz-Gerald, John Waters, Charles Tingwell, Terence Donovan, Allan Cassell, Vincent Ball, Rod Mullinar