La historia de la RAM

Por Emilienko

Mi padrino sacó dos placas del bolsillo y las dejó en el escritorio de mi padre. Yo no llegaba al escritorio y pedí que me las enseñara.
-Pero no las toques, que son muy delicadas. ¿Las ves?
-¿Qué son?

-Cada una de ellas tiene un mega de RAM. Tu ordenador ya tiene dos megas. A partir de ahora tendrá cuatro megas.


Entre mi padre y mi padrino cogieron el ordenador, desmontaron la carcasa y, en unas ranuras escondidas entre los cables planos de conexión de discos, introdujeron las placas. El ordenador se volvió a encender y, en la mitad del tiempo que normalmente necesitaba para el arranque, apareció el característico símbolo que indicaba que estaba preparado para recibir órdenes.
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Siempre hace frío en diciembre cuando acaban los quirófanos de la tarde y entré en la tienda de informática del barrio encogido en mi viejo abrigo de pana marrón.
-Lo que me pides es esto, pero no las toques, que son muy delicadas.

-¿Son compatibles las de la marca Kingston con un ordenador Mac?

-Sí. Cada una de ellas tiene dos gigas de RAM. Tu ordenador ya tiene dos gigas. A partir de ahora tendrá cuatro gigas.
Yo solo cogí el ordenador, lo apoyé en el suelo y desatornillé la lengüeta estratégicamente escondida en la base de la pantalla y planificada para una posible ampliación de memoria. El ordenador se volvió a encender y, tras esperar el escaso tiempo que normalmente necesita para arrancar, fue capaz de ejecutar el doble de programas a la vez.
No será dentro de mucho tiempo cuando mi nuevo ordenador me informe de que he recibido un paquete en el buzón y leeré las instrucciones del paquete:
"No toque las placas de RAM, pues son muy delicadas. (...) Cada una de ellas tiene dos teras de RAM, su ordenador ya tiene dos teras. A partir de ahora tendrá cuatro teras."