No resulta infrecuente estar en un turno donde eres de los pocos hombres que está en ese momento en activo. Sin embargo, cuando hay mayoría de "tíos", surgen cierta complicidad y algunas conversaciones imposibles de oír cuando hay presencia del "bello sexo" por delante. Una relativamente típica, por la cantidad de bromas y de risas asociadas, es la de los bares de alterne o de chicas, también conocidos vulgarmente como "puticlubs".
La salud sexual de una población es un tema delicado. En la consulta médica tenemos una visión bastante sesgada acerca de los hábitos de tu cupo. Si lo que yo veo día a día en consulta fuera extensible a la población general, casi la mitad de los hombres tendrían impotencia sexual o alteraciones de la concepción; y hasta las maniquíes de las tiendas de moda llevarían puesto el Nuvaring (por cierto, método anticonceptivo interesante dentro de una pareja estable y bastante extendido).
Los salones de citas sí pueden llegar a ser un referente indirecto acerca del comportamiento de la población. Sobre todo si pudiéramos hacer una extrapolación en base a número de habitantes y la calidad del servicio ofrecido, aunque sería un estudio difícil para hacer de forma seria por las dificultades logísticas asociadas. Un local cutre puede ser un reflejo de una falta de demanda de dichos servicios por un volumen escaso de población usuaria, o que las jienensas se bastan solas para contentar la voracidad de los hombres de la ciudad.
En Jaén hay dos clubes bastante conocidos por sus habitantes. Uno de ellos es el "Fantasía", localizado en uno de los polígonos industriales de la capital. El otro, "Studio 99" se encuentra cerca de Mengíbar, un municipio cercano a la ciudad de Jaén que no llega a diez mil habitantes.
El "Studio 99" es el que tiene mejor fama de los dos, pero también tiene una anécdota asociada a su construcción que me comentaron el otro día en la consulta. Hace muchos años, los terrenos donde se edifica en la actualidad el negocio pertenecían a un médico de la zona. En Jaén, cuando alguien tiene suficiente dinero se suele comprar un terreno donde plantar olivos. Dicho médico había conseguido hacerse con suficientes "perras" como para comprar el terreno y edificar un cortijo.
Por diversos motivos de la vida, ese cortijo fue cambiando de manos y alguien intentó reconvertirlo a un restaurante, sin excesivo éxito. Nuevamente se intentó sacar rendimiento de la propiedad y donde otrora se sirviera carne a la brasa para toda la familia pasó a convertirse en un establecimiento donde saciar otro tipo de apetitos.
La gente no olvida si no quiere. Muchos habitantes habían conocido la zona como "la casa del médico". Como socialmente queda un poco feo decir en voz alta: "me voy de putas", a no ser que haya litros de güisqui de garrafón de por medio, se comenzó a extender la expresión "me voy a la casa del médico" cuando querían hacer referencia al local.
Con los años la frase ha perdido popularidad y ha pasado a convertirse en una anécdota más del breviario popular. Sin embargo, durante un tiempo, hace ya algunos años, no era infrecuente oír las bromas de los médicos más jóvenes de la zona despidiéndose de sus compañeros al final de la jornada laboral con al coletilla: "me voy a la casa del médico". En realidad se referían a su propia casa, pero se dejaba la puerta abierta de forma sugerente a la existencia de formas de ocio más alternativas. Más si tenían fama de juerguistas.
Curiosa la historia local que se puede llegar a aprender en un rato de asueto.
Fotografía: una de las actrices de True Blood, ahora mismo no recuerdo el nombre.