Y viéndose reflejado en el espejo de los ejemplos y haciéndose Franklin consciente de este comportamiento decidió imponerse como “ley abstenerme de toda contradicción directa de las opiniones de los demás, o toda aserción positiva a favor de las mías.” Y decidió desterrar de su lenguaje las formas fijas y decisivas o definitivas de opinar como “ciertamente, sin duda alguna, etc.,” sustituyéndolas por “presumo, imagino, me parece que […] por ahora esto me parece así.”
Y cuenta que, privándose del placer de contradecir a su interlocutor cuando escuchaba cosas que le parecían absurdas, empezó a tener conversaciones más placenteras, encontraba menos resistencias a sus ideas y lograba convencer con más facilidad a los otros. “El tono modesto con que proponía mis opiniones les daba una acogida más pronta y con menos contradicciones. Experimentaba menor mortificación cuando me equivocaba, y conducía con más facilidad a los otros a abandonar sus faltas y a hermanarse conmigo cuando tenía razón.”
Por último, Franklin nos avisa de que en esta pelea con el orgullo personal “quizá la más difícil de domar” no caigamos en la falsa humildad, ya que teme que en sus Memorias “quizá me ensoberbecerá la humildad.”
No es esta libro pensado para orientar a nadie en la L.·., ni para instruir en masonería pero bien pudiera servir para guiarnos a muchos en nuestro comportamiento como masones dentro y fuera; para ver cómo un masón lleva a su vida profana su vida masónica y viceversa. Cómo lo trabajado en la L.·. aporta luz a lo que sucede fuera y al comportamiento social del masón en su entorno.
Ricardo C.M.