Johann Heinrich Füssli, también conocido como Henry Fuseli (1741-1828), iniciaría la senda del Romanticismo más innovador mucho antes, quizás, que cualquier otro creador artístico lo hiciera. Se adelantaría a los simbolistas, a los expresionistas e, incluso, a los surrealistas. Pero, sobre todo, plasmaría en sus obras el espíritu más onírico y fabuloso que creaciones no místicas, sin embargo, llegaran como ninguna otras a poseer. ¿Qué mejor lenguaje expresado ahora para no llegar a entender nada más -ni siquiera con sus obras- que con la propia imagen tan sólo de estas extraordinarias creaciones? Porque ellas nos sorprenderán, nos abrumarán y nos sobrecogerán, también nos emocionarán; algunas hasta nos encantarán con su belleza, otras, nos dejarán sin forma alguna de expresar ya nada con palabras para lograr entender, mínimamente, lo que traten de comunicarnos.
Es como el misticismo, una forma de comunicación sin palabras, de enlace inmaterial, de vínculo especial con otra cosa mucho más sofisticadamente inaccesible, como lo pueda ser también el Arte. En los místicos, por ejemplo, la visión que ellos tendrían en sus experiencias les producirían una especial sensación de gozo imposible de expresar con palabras. Algunos lo hicieron, no obstante. En mí yo no vivo ya, / y sin Dios vivir no puedo; / pues sin él y sin mí quedo, / este vivir ¿qué será?, dejaría escrito el poeta Juan de la Cruz en el siglo XVI. En otra ocasión, trataría él de explicar con palabras lo que sus ojos interiores tan sólo acaso verían: El efecto que hacen en el alma estas visiones es de quietud, iluminación y alegría a manera de gloria, de suavidad, de limpieza y de amor, de humildad e inclinación, o de una elevación del espíritu en Dios.
Porque uno de los rasgos que definirán una experiencia mística, según el filósofo norteamericano William James (1842-1910), será la inefabilidad, es decir, la incapacidad para expresarlo con palabras. Dirá James: El sujeto místico afirma que desafía la expresión, que no puede darse en palabras ninguna información que explique el contenido. Por ello no puede más que experimentarse individualmente, no será algo posible de transmitir o comunicarlo a los demás. Ya en el Paleolítico medio (130.000 años aprox.) el hombre consiguió balbucear experiencias místicas mucho antes de que pudiera transmitirlas de algún otro modo inteligible. El cerebro humano desarrollaría mucho antes el mecanismo de la consciencia de la incomprensión de lo anhelado, de lo imaginado, de lo fantaseado, en imágenes interiormente ya visionadas.
El lenguaje humano estructurado fue posterior, fue la manera luego en que se pudo ya transponerle al otro, a un tercero, lo que íntimamente habría podido tan sólo el sujeto inspirado ya sentir antes. Y es así como tratar, a veces, de describir la explicación de lo que vemos ahora -cualquier imagen creada en el Arte-, algo que es, sin embargo, lo que ya otro tan solo vió antes. A pesar de que es precisamente lo que hago, reconozco que huelga hacerlo a veces. Y hoy, de este modo, quiero hacerlo, justo ahora sin palabras, tan sólo mostrando ya las maravillosas -en su acepción más genuina- creaciones de este fascinante pintor y artista romántico. En su inenarrable obra estará todo dicho. Disfrútenla como se disfruta de un mundo diferente y atractivo, de un mundo que sólo con mirarlo, tal vez, se consiga aquello que el gran poeta místico español dejara escrito: Vivo sin vivir en mí / y de tal manera espero / que muero porque no muero.
(Obra de Henry Fuseli, El íncubo abandona a las bellas durmientes, 1793.)