Sufren su problema en silencio, y no es una metáfora.
Si las personas que escuchamos bien nos imaginamos el mundo de las personas que escuchan peor, seguramente pensaremos en una realidad en la que los sonidos suenan más débiles, como si bajáramos el volumen del televisor hasta hacerlo difícilmente audible.
Pero no es completamente así. Las personas que escuchan mal, llamadas técnicamente hipoacúsicos, no sólo escuchan el día a día más débilmente, sino que en bastantes ocasiones asocian tres problemas graves a su audición:
1. Falta de inteligibilidad: "A un determinado volumen ya soy capaz de oír, pero entonces ya no entiendo qué me dicen".
2. Algiacusia: "Cuando el volumen es lo suficientemente alto para que pueda oír, me duelen los oídos".
3. Acúfenos: "No sólo oigo menos, sino que siento como un ruido, rugido o pitido de fondo".
El tratamiento de la hipoacusia es demasiado largo como para explicarlo por aquí, dado que esta falta de audición puede ser debida a diferentes enfermedades. A pesar de esto, muchas de las veces el único tratamiento posible son las audioprótesis: los popularmente llamados "audífonos".
Los audífonos son herramientas increíblemente útiles cuando la persona no ha perdido demasiada audición. Es algo así como las gafas: dan mejor visión a alguien con pocas dioptrías; mientras que a un ciego de poco le sirven. Éste es el primer problema: al igual que ocurre con las gafas del ciego, cuando un paciente presenta una hipoacusia severa o profunda, el audífono no proporciona una audición confortable en bastantes ocasiones.
A este primer problema se le añade un segundo. Mientras que las gafas se han convertido en un artilugio de moda y no suelen avergonzar al que las lleva (se lo dice un servidor, que es usuario de las mismas desde los siete años), el audífono no corre la misma suerte y no es raro que el uso de uno de ellos sea rechazado por el paciente por cuestiones estéticas.
Este rechazo ocurre mientras que la hipoacusia se mantiene en un nivel que permite que la persona desarrolle una vida más o menos normal. En los casos en la que la sordera progresa y el uso de audífonos se hace realmente necesario, nos encontramos con el problema anterior: el audífono no otorga una audición que suela satisfacer al usuario.
Y como colofón a todo esto, el audífono tiene una gran desventaja respecto a sus compañeras las gafas, su precio, que puede fácilmente sobrepasar al de unas gafas en diez veces para los audífonos de gama media. Y desafortunadamente, los audífonos no entran dentro de las prestaciones de la Seguridad Social para los adultos.
En resumen, éstos son los motivos por los cuales parte de nuestra población no escucha bien. Mientras que los sanitarios nos estrujamos nuestras neuronas para solucionar este problema, nuestro deber como ciudadanos es ser conscientes de que la hipoacusia afecta a bastantes más personas de las que creemos y de que no perciben la vida como nosotros.
Foto: Auriculares colgados.