En el amor sucede algo parecido, existe una gran incoherencia con lo que se dice, se siente y se hace. Me dices que me quieres pero solo son palabras, los hechos no manifiestan el supuesto amor. Me dices que sientes hacerme daño pero vuelves a hacérmelo ante cualquier situación que no es de tu agrado. Ante los demás me tratas con total y absoluta devoción pero en nuestra intimidad me faltas al respeto y desautorizas mis palabras delante de los niños.
¿Cómo es posible llevar una relación de pareja madura cuando los miembros de la misma no tienen ni idea de gestión emocional?
La coherencia del “yo” significa pensar, sentir y actuar en la misma dirección. Hay personas que se pasan media vida diciendo a todo que “sí” a los demás y dejan de ser ellos mismos. Lo único que quieren es agradar a los demás, formar parte de su vida, evitar perder algo o a alguien. El verdadero afecto tiene como nexo implícito el ser coherente, pero para lograrlo se ha de tener claro qué tipo de relación queremos, con quién y hacia dónde soy capaz de comprometerme.
Muchas personas no saben por qué han elegido la vida que llevan, y, lo peor, no saben por qué eligieron a la pareja que tienen en la actualidad! La peor respuesta es cuando te dicen que: “no he elegido nada, las circunstancias me han llevado a esta situación casi sin darme cuenta”. Es imposible ser una persona coherente en todos los aspectos de la vida, cuando ni tan siquiera se es consciente de ser dueño de tus propias decisiones. Para estos casos es importante recurrir y revisar a los sabios filósofos de la antigüedad que sí plasmaban un modo de vida acorde a sus pensamientos. Una de las premisas que invitan a una gran reflexión sobre uno mismo, las capacidades, los deseos y la valoración personal nos la proporcionó Epicteto con gran concreción –“Eres tú quién debe decidir lo que es digno de ti, nadie más. Eres tú quién te conoces a ti mismo, quien sabe cuánto vales para ti mismo y por cuánto te vendes: cada uno tiene un precio”.