Han desatado guerras, alimentado odios y marcado diferencias irreconciliables. Son capaces de movilizar a millones de personas por una causa común, y bajo su influencia se cometen las mayores hazañas y las peores destrucciones. La mayoría aparecen en nuestra vida como parte de nuestra herencia familiar y social, y echan profundas raíces en nuestra mente. No en vano, condicionan manera de comprender el mundo: son el filtro mental a través del cual interpretamos la realidad.
Disfrazadas de verdades absolutas, en demasiadas ocasiones limitan nuestro aprendizaje, nuestro potencial y nuestra creatividad. Se generan a partir de ideas que confirmamos, de un modo u otro, a través nuestra experiencia personal. No admiten ser cuestionadas, de ahí que su mayor enemigo sea la siempre preguntona curiosidad. Y marcan nuestras decisiones, actitudes y acciones en nuestro día a día. No en vano, "somos lo que pensamos que somos". Todas aquellas afirmaciones personales –por nimias que sean- que consideramos verdaderas, desde "soy muy patosa" hasta "si mi pareja se pone celosa es porque me quiere", pasando por "no me gustan los cambios" determinan la concepción que tenemos de nosotros mismos y de nuestras relaciones. Definen cómo sentimos, qué está bien o mal, qué resulta tolerable e intolerable y qué es lo verdaderamente importante. De ahí que, en última instancia, nuestras creencias determinen cómo experimentamos nuestra vida. Sin embargo, no son estáticas ni inamovibles. Está en nuestras manos verificar si son válidas y, sobretodo, útiles para gestionar nuestra vida de forma eficiente, feliz y sostenible. "Detrás de cualquier experiencia de malestar se esconde una creencia falsa y limitadora", Byron Katie Cuenta una historia que hace muchos años, un hombre muy sabio llegó a una gran ciudad para difundir sus enseñanzas. Viajaba acompañado por sus fieles seguidores, y al atravesar las enormes puertas de la muralla, se le acercó un discípulo que vivía en aquella localidad. - "Maestro, debes tener cuidado. En esta ciudad te van a perseguir, insultar y demonizar", le advirtió, con cara de preocupación. "Los habitantes de este lugar son arrogantes, y no tienen ningún interés en aprender nada nuevo. Sus corazones están llenos de desconfianza y egoísmo".El sabio asintió, sonriente, y le respondió con tranquilidad:
- "Tienes razón".
Al cabo de unas horas, apareció otro discípulo del sabio que también vivía en aquella ciudad. Se acercó a él, radiante de alegría, y le dijo:
- "Maestro, en esta comunidad te van a acoger con los brazos abiertos. Los habitantes de este lugar son humildes y anhelan escuchar tus palabras. Sus corazones están limpios y dispuestos a nutrirse con tu sabiduría".
El sabio asintió de nuevo, sonriente, y de nuevo afirmó:
- "Tienes razón".
Sorprendido por sus respuestas, uno de los discípulos se plantó delante del maestro y le preguntó:
- "¿Cómo puede ser que les hayas dado la razón a los dos si te están diciendo exactamente lo contrario?"
Y el sabio maestro, impasible, le contestó: - "No vemos el mundo como es, sino como somos nosotros. Cada uno de ellos ve a los habitantes de esta ciudad según sus creencias. ¿Por qué tendría yo que contradecirles? Uno ve lo negativo y el otro ve lo positivo. ¿Dirías tú que alguno de los dos ve algo errado? No me han dicho nada que sea falso. Solamente han dicho algo incompleto". "Si crees que puedes, estás en lo cierto. Si por el contrario crees que no puedes, también estás en lo cierto" Anthony de Mello
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