La invasión de los puntos

Por Bill Jimenez @billjimenez

Cuando los mayas hablaban de un supuesto fin del mundo en el año 2012 quizá hicieran referencia al bombardeo de puntos que Damien Hirst nos tiene preparado para el próximo año, una iniciativa tan desproporcionada como la mayoría de sus proyectos y que cuenta con el beneplácito, o más bien la complicidad, de otro genio de la industria artística, el marchante Larry Gagosian. La idea, perseguida durante años por el propio Hirst, es exponer la colección completa de obras de “puntos” que el artista lleva produciendo desde 1986, una cifra que, según muchas especulaciones, rondaría las 1.000 obras. Y si con eso no fuera suficiente, el objetivo final pasa por presentarlas simultáneamente en las 11 galerías Gagosian, repartidas por medio mundo, y en algunos casos, como Londres y New York, por partida doble y triple respectivamente.

La primera lectura tras la noticia es que Hirst es un tipo que no ha perdido su habilidad para venderse. Pocas veces una exposición de la Gagosian ha ocupado más de una galería, y siempre ha sido visto como un mega evento. Aparte, en abril se celebrará una retrospectiva de Hirst en Tate Modern, dando más sentido a un año que, como va siendo habitual en él cada vez que mueve un dedo, le hará ganarse muchos titulares.

Pero, ¿cómo de saludable es para el mercado que un artista lo inunde con una serie de pinturas tan similares? ¿Y para su carrera? El mundo sabe que los cuadros de puntos de Hirst se producen en masa y aún así se pagan por ellos cifras que rondan el millón de dólares. Febrero pasado, “Arginine Decarboxylase”, una de sus punteadas obras de 1994, fue vendida en Christie’s por 1.4 millones de dólares (curiosamente, 50% por encima de lo estimado). La parte sana del asunto es que sólo se pondrá a la venta la mitad de la colección, así que aún estáis a tiempo de haceros con vuestro propio Hirst.