A todo ello, habría que unir el retrato social y político de la España de 1980 visto desde la perspectiva de un pueblo perdido de la marisma andaluza y sus gentes. Un visionado de situaciones y personajes magistral, pero igualmente contenido, y a las órdenes de un guión en el que también resalta sobremanera la música de Julio de la Rosa, que en su vertiente de compositor de bandas sonoras, y alejado de las estridencias del mundo indie musical español, da esa pátina de suspense y tensión a las imágenes sin que apenas se note o moleste, lo que unido a las grandes interpretaciones de los dos policías con pasados escabrosos, encarnados por Javier Gutiérrez en el papel de Juan, un salvador de la patria que representa el pasado más oscuro de la ley y el orden; y Raúl Arévalo como Pedro, que nos hace imaginar los nuevos tiempos que están por venir, pero al que no le faltan erratas en su devenir profesional, convierten a esta película es una de las favoritas en la carrera de los próximos premios Goya.
La isla mínima tiene mucho que cortar y contar, y Juan y Pedro, Pedro y Juan conforman el perfecto hilo conductor que nos traslada sin apenas enterarnos a lo largo de la película hasta su final. Ellos son una singular pareja de agentes del orden que, con diferentes técnicas y formas de ver e interpretar la vida, nos llevan del mano por la ruta más oscura de las perversiones humanas. Estridentes y malsanos sentimientos que nos alojan en un compartimento en el que las miserias se agolpan unas sobre otras, por mucho que en el viaje contemplemos imágenes bellas en sí mismas, pero que son incapaces de vencer el silencio de los espacios idílicos.
Ángel Silvelo Gabriel.