El único problema de llamarte Martin Scorsese es que van a mirar con lupa todo lo que haces, van a buscar obsesivamente en lo que haces reminiscencias del pasado, cuando ayudaste a cimentar el cine moderno, recetando dosis perfectas de todo lo que, en definitiva, alimenta hermosamente nuestro alma.
Nunca hemos querido tanto ser boxeadores que se desploman, trompetistas, sociópatas, mafiosos, corruptos; porque eran elegantes, tenían principios y lloraban. Nunca nadie nos dio una mejor versión de Robert De Niro. Nunca nadie nos habló tan bien de nuestros dioses, nuestras miserias, nuestra maldad, nuestra locura. Y esa bella cadencia que tiene el cine, que domestica nuestra forma de mirar y de sentir; y por tanto enseña a nuestro cerebro otras velocidades, otras luces.
Van a decir que ya no eres el de antes, poco les va a importar que tú intentes contarnos historias más actuales, que seas coherente; porque los chicos de "Uno de los nuestros" son ahora los que entran en las fincas y matan a una familia por un puñado de dinero. Van a decir que ya vives de las rentas, que eres una caricatura de ti mismo y que De Niro es ahora DiCaprio.
Y yo digo, juicio crítico sí, cinismo no. Respeto a los maestros. Voy a ver, como un niño, tu "Shutter Island", como quien come por enésima vez ese menú del día que le encantó antaño, en pro de "más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer".
Los primeros minutos no me oriento, no me pareces tú, DiCaprio está extraño, los planos con extraños, la música no me parece en consonancia con la trama, con las imágenes; exagerado, fingido. Veo detalles de videoclip, otros tiempos, otra esencia. Luego pierdo un poco la noción del tiempo, casi del espacio, ni siquiera caigo en la cuenta de que estoy dentro. Me aflora el sentimiento en los flashbacks que el protagonista vive o produce, con imágenes bellísimas de amor, tristísimas de pérdida. Me va ganando por su verdad, porque es simplemente un hombre, fuerte y débil, auténtico. Empieza a ser DiCaprio en su mejor versión, no falla un plano, los andares, el cigarro. Ben Kingsley (Oscar en 1982 por Gandhi) sigue demostrando en cada película que es muy difícil superar su mirada, llena de matices, nunca sobre actuada.
Del resto, de lo que acontece, del argumento, del guión basado en una novela, no hablaré, porque es el gran atractivo de la película. Diré tan solo que la última parte de la película es magistral, con detalles y cruces psicológicos que merecen futuras repeticiones. Me quedé petrificado al final, con los pelos, literalmente, de punta. Después debatí largas horas con mis acompañantes las posibilidades argumentales, buceamos en internet, nos creímos inteligentes por un rato. Más tarde, y siete horas después de un desestructurado sueño, comprendo. Poco importa qué pasó, antes y después del "tiempo" que narra la película. De lo más bonito del cine es imaginar cómo eran antes, cómo serán después...
Y me rindo, y sé que dirán que no soy más que una cabeza del ganado que llena las salas de cine, en mi inmensa ignorancia a la inteligencia de un hombre feo, contrahecho, con enormes gafas y voz de pato, que desde un lugar remoto que me es totalmente ajeno, me lleva y me sigue llevando a otros lugares, a otras vidas.