Para nosotros Jorge Oteiza es un maestro. Yo estuve un par de veces a punto de conocerlo, pero finalmente la cosa no salió porque... porque patatas. (No removamos el asunto, que aún me resulta muy doloroso). Sin embargo, ese Oteiza mayor, con barba apostólica y gesto impresionante, fue también una vez un joven tímido en busca de maestros.
Se había ido a Sudamérica en 1934 (con veinticinco o veintiséis años(1)) y allí le sobrevino la guerra civil española y se quedó. Malvivió entre Bolivia, Colombia, Argentina y Chile.
En el año 1937 (con veintiocho o veintinueve años(1)), el joven escultor estaba en Buenos Aires muy desanimado y muy perdido: La guerra en España, su impotencia allí, sin dinero, con muchas dudas como creador... Estaba realmente en unos momentos muy bajos.
En ese momento llegaba Pau Casals a Buenos Aires para dar un concierto benéfico para los niños que habían salido de España. El maestro tenía sesenta años(2) y estaba en la cumbre de su carrera.
Oteiza no era muy aficionado a la música clásica ni tampoco especialmente al arte de Casals, pero este gran artista, en ese preciso lugar y en ese momento, era una referencia para el joven desorientado.
Casals, además de como artista, era admirable por su valor político y cívico y por su generosidad.
Oteiza lo llamó al Hotel Plaza y él le concedió una cita.
Tal como lo cuenta el escultor se nota su nerviosismo al llegar al hotel, su timidez y también el valor trascendental que le daba a ese encuentro. Nos habla de cómo desde recepción llamaron al maestro para anunciarle la visita, y que él dijo que podía subir. Lo veo paleto, cohibido, bruto (se sorprende y admira por la mullida alfombra). Subió callado con el ascensorista hasta uno de los pisos más altos. Al llegar, este le dijo lacónicamente: "Al final", y lo dejó solo. (Sí: Oteiza nos dice que el ascensorista lo dejó solo. ¿Qué quería, que saliera con él del ascensor y lo acompañara hasta el final del pasillo?)
Avanzó tímidamente por el corredor, en silencio (nos vuelve a decir que iba solo) y muy despacio. Comenzó a oír el violonchelo, que le condujo hasta la puerta de la habitación. Ante ella no se atrevió a llamar. El maestro estaba tocando y él no podía interrumpirlo. Se quedó escuchando, extasiado y con los ojos cerrados.
Cuando Casals terminó, Oteiza aún permaneció unos momentos sin atreverse a llamar. Por fin lo hizo y el músico le abrió la puerta, sonriente.
-Pase, joven.
Fue hasta un sillón en el que había apoyado el chelo. Lo tomó, lo cogió en brazos ("como a una novia", dice Oteiza) y lo acostó en la cama más alejada. (Había dos).
Oteiza se deshizo en elogios y en ignorancias. Le manifestó su emoción por haber oído esa música, que era como para él solo, y le preguntó qué era. El maestro le contestó que las variaciones para motivos de una flauta, de Mozart. (Así lo dice Oteiza. Yo supongo que serían las doce variaciones en Fa Mayor para violonchelo y piano que hizo Beethoven sobre La Flauta Mágica de Mozart, que Casals tiene en su repertorio).
Se sentaron en dos sillones, uno enfrente del otro, y Oteiza le contó que le preocupaban los problemas de la creación como escultor, y además como escultor comprometido con su pueblo, y con la guerra por medio. ¿Qué podía hacer él, tan derrotado, tan angustiado? ¿Cómo podría crear algo valioso para su gente, tan alejado como estaba de ella? Necesitaba saber cómo vivía el gran artista esos problemas, cómo los resolvía.
Casals le contestó en voz muy baja. Le dijo que sentía una gran paz. Como intérprete él no sufría esos problemas. Él era como la prolongación de su instrumento. Pero, aunque el ejecutor no tiene las angustias del creador, sí quería decirle algo muy importante. Oteiza levantó las cejas, las orejas y el ánimo, ansioso de escuchar lo que el gran hombre tenía que decirle, ávido de absorber cada palabra y cada gesto de Casals.
Este habló por fin, y Oteiza sintió que le iba a hablar un profeta:
-Joven, la sífilis es lo peor. Sobre todo, no contraiga usted la sífilis. -¿Eh? -La sífilis acaba con la salud y por lo tanto con el trabajo del artista. Huya de ella. Es una enfermedad terrible.
Imaginaos cómo se quedó Oteiza. Ese fue el gran consejo, el oráculo, la voz de los dioses: que evitara la sífilis.
Verdaderamente no le sirvió de mucho. Sus problemas, sus obsesiones, sus dudas, sus temores, quedaron exactamente igual.
¿Por qué os cuento esto? Pues realmente no lo sé. Porque el otro día escuché por la radio a Pau Casals, me pareció muy hermoso lo que tocaba y me acordé de esta vieja historia. Y porque me gustaría deciros que aprendáis siempre todo lo que podáis, y que absorbáis todo lo que veáis y escuchéis. Aprovechad a vuestros maestros y estrujadlos y exprimidlos, pero tened en cuenta también que casi siempre vosotros pretenderéis saber una cosa, resolver un problema, una angustia o una obsesión muy vuestra y los maestros os saldrán por los cerros de Úbeda, mostrándoos las suyas.
Y es que saber escuchar y ponerse en el pellejo (o en los zapatos) del otro es muy difícil, casi imposible: Le dices a una persona admirable que te preocupa enormemente tu futuro y te contesta que no cojas la sífilis.
Muchas veces los maestros enseñan cuando no se dan cuenta de que están enseñando. Muchas veces lo que más nos sirve de un maestro es su actitud, no sus doctrinas.
Ser ejemplar no consiste en subirse a un estrado a dar un discurso, uno es ejemplar cuando se ata los cordones de los zapatos, cuando coge un lápiz, cuando habla sin pretensiones pero de corazón, cuando se ríe, cuando discute, cuando toma en brazos el violonchelo como si fuera una novia... Pero casi nunca lo es cuando se pone estupendo, cuando perora.
Cuando un gran maestro os diga: "Escuche, joven" pensad siempre, por si las moscas, que os va a hablar de la sífilis.
(1).- Depende del mes.
(2).- Casals nació un 29 de diciembre, así que, a no ser que la entrevista fuera el 29, el 30 o el 31, acierto seguro.
(3).- Por más que intento leer la dedicatoria del maestro, su pésima letra no me deja enterarme de nada. Quizá le diera consejos para evitar la sífilis: "Para Oteitza, para que recuerde: los castos..."