La ley de la jungla: El criminal

Publicado el 10 septiembre 2010 por 39escalones

Joseph Losey fue otro de los cineastas norteamericanos damnificados por la “caza de brujas” impulsada por el senador McCarthy. Emigrado al Reino Unido, Losey desarrolló una carrera versátil y prolífica caracterizada tanto por el mantenimiento de un sello propio fundamentado en su gusto por la profundización psicológica en los personajes que protagonizan sus historias, como por la absorción de nuevos estilos y vanguardias nacidas en el cine europeo, especialmente la nouvelle vague francesa y el free cinema británico. Consigue así un estilo híbrido entre la narrativa más convencional del cine americano y unas técnicas más cercanas a la experimentación y a la libertad formal de las nuevas corrientes europeas que cistaliza, como uno de sus mejores exponentes, en El criminal (The concrete jungle, 1960).

Protagonizada por Stanley Baker, la película se divide en cuatro fases episódicas que relatan el último golpe de Johnny Bannion, un recluso de una prisión británica que ha pasado los tres años previos a su salida ideando un atraco que pueda retirarlo definitivamente. La primera fase nos presenta la vida en las prisiones inglesas de los años cincuenta, centra la historia en los personajes clave dentro de la prisión, y pone de manifiesto el carácter ambivalente tanto de los reclusos como de sus guardianes. Los primeros se manejan con estrictos códigos de comportamiento que excluyen la traición y la delación, y así se lo hacen pagar a los infractores siempre y cuando los guardianes lo permitan. Éstos no lo harán, salvo que reciban el oportuno estipendio por mirar hacia otro lado o si existen últimas razones de política penitenciaria que aconsejen prescindir de tal o cual preso. Una vez que Johnny, un tipo duro, individualista, egoísta, cruel y vengativo, que maneja a su antojo lo que ocurre entre rejas siempre con la mirada depositada de reojo sobre los capos que también controlan lo que ocurre fuera, sale a la calle, no deja pasar un instante para empezar a organizar el golpe sobre el terreno. Sin embargo, una vez realizado con éxito y oculto el dinero enterrado en un campo, vuelve a ser capturado por la policía antes de poder revelar el lugar a sus compinches, los cuales piensan que han sido traicionados.

El tercer segmento de la película supone el retorno a la cárcel, a un Johnny que allí dentro ha perdido su hegemonía por el reparto de poder posterior a su marcha pero que aún es capaz de gestionar a su favor, o eso cree, el motín que se inicia contra la dirección. Convertido ante los ojos de los demás presos en todo aquello que ellos odian, Johnny, ya en la calle de nuevo, comienza una loca carrera para rescatar a su amante de manos de sus antiguos cómplices y hacerse con el dinero para escapar. Sin embargo, su fuga no va más allá del campo donde enterró el dinero.

Más que una historia que bien pudieran haber firmado otros cineastas como John Huston, lo reseñable de la película es verdaderamente la forma de contarla, especialmente la apuesta de Losey por los encuadres arriesgados y las tomas desde ángulos imposibles, tanto en los exteriores (la filmación del campo en las escenas finales) como en el interior, por ejemplo, de las celdas, que incluyen desde picados y contrapicados que inducen a sentir la atmósfera opresiva de la cárcel como el monólogo que uno de los presos pronuncia mirando directamente a la cámara. Estas connotaciones, unidas a la filmación cámara en mano en plena calle y el uso de una banda sonora protagonizada por el jazz, ligan la película a los nuevos movimientos cinematográficos franceses y británicos, así como algunos aspectos narrativos que huyen de los esperables convencionalismos. Por ejemplo, la antipatía desnuda con la que es presentado el personaje de Johnny, que lejos de buscar la empatía del público, se hace odioso, repulsivo, a su vista, pero que en parte también parece depositario de esas notas de malditismo que el propio Losey conocía muy bien tras su experiencia con el Comité de Actividades Antiamericanas. Por otro lado, el carácter desvaído con el que se retrata la relación amorosa, sostenida en muy pocas escenas y diálogos, e incluso la rapidez y relativa poca atención que la película vuelca en el propio desarrollo del golpe en comparación con los efectos que desencadena.

La narración, que camina a empujones y golpes visuales, se erige igualmente como metáfora de la lucha individual frente a la fuerza de un grupo organizado, tanto dentro de la cárcel, donde la dictadura de Johnny se ha esfumado cuando regresa a prisión y se ha convertido en un arma colectiva (el motín), como fuera de ella, con el enfrentamiento entre Bannion y sus antiguos camaradas. Varias son las secuencias estimables, como la visita que los dos matones hacen a Bannion dentro de la prisión, la fiesta de recepción cuando sale a la calle, o la escena de la búsqueda del botín en el campo nevado, pero es el soberbio plano que acompaña la conclusión del relato el que utiliza Losey para imponer un final pesimista y trágico como respuesta a una conducta autoritaria y despótica, a la codicia, la venganza, la envidia y la violencia que ha ejercido el personaje durante toda la película. Losey identifica la tragedia final de Johnny con la justicia de la que se ha hecho merecedor, la misma que ha aplicado a los otros sin remordimiento alguno.

En última instancia, el final de la historia de Johnny bien puede leerse como la asunción por el propio Losey del destino que le obligó a cruzar el charco, como la voluntaria confesión de sus pecados.