Dicen que, si un libro no nos provoca ningún rasguño en el alma, es mejor deshacerse de él y, quizá, en una sociedad que ha sustituido las relaciones por las conexiones, se haga más certera esta afirmación, pues el concepto del otro cobra un nuevo significado. Una de las funciones de la literatura, aparte de la de conmover es, sin duda, la de reclamar ese tercer lugar del que nadie nos puede sacar y, una de las formas de hacerlo es a través de la pasión por la literatura. La literatura y los libros, en ciertas ocasiones, nos proporcionan esa última decisión que sin ellos no tendríamos, pues esa fuerza que no pesa y, que se asemeja tanto a la del alma, es la que nos hace arremeter contra todo y contra todos en aras de perfilar el sueño que a cada uno de nosotros nos lleva a sentirnos vivos, aunque sólo seamos capaces de lograrlo una vez en nuestras vidas. A fuerza de perder se acaba ganando, dicen, y eso a pesar de que nuestro logro sea tan humilde como el de conseguir que otra persona lea el libro que le hemos regalado. Esa es la mayor victoria de Florence Green en la película La librería, una historia de pasiones ocultas que, en el momento que sumergen del interior ya no pueden pararse. Esta mujer coraje es un ejemplo, de que las pulsiones internas, merece la pena expulsarlas, aunque en ello nos vaya el esfuerzo de toda una vida.
Las sutil mirada con la que Isabel Coixet maneja la cámara y la narración de La librería, se asemejan mucho a esa caricia inesperada que te logra poner los pelos de punta y, lo consigue, desde la sencillez y la frágil textura de un lienzo transparentes que nos permite disfrutar de la belleza sin otra transición que la de la pasión por la literatura como eje de la vida. Los cauces en los que confluyen esta épica y sencilla historia de pasiones ocultas, donde se enfrentan el amor y el odio, o la bondad y la venganza, se multiplican en un sinfín de detalles que los espectadores no deberían pasar por alto. Por ejemplo, la elegancia de las transiciones que nos propone Coixet entre unas escenas y otras, es una nueva muestra de su especial sensibilidad hacia intrínsecamente bello, en este caso el poder de esa revelación se sustenta en las imágenes del mar, el cielo, los campos, o los paisajes británicos teñidos de una ligera herrumbre gris, lo que convierten la luz de la película en un soporte mágico y único y, sobre, todo, en un valor añadido cuando el que mira y observa nada más que se conforma con un producto bien elaborado. Esta forma de mirar el mundo y la vida tan peculiar que tiene Isabel Coixet también se traslada al montaje, proporcionándonos con él, un lenguaje fílmico prolífico de pequeños detalles que nos hacen saborear más intensamente aquello que se nos muestra. Es en esa forma de mostrarnos las manos de los actores, o los espacios donde éstos viven —memorable es por ejemplo la escena de amor contenido en la playa entre un magnífico Bill Nighy y Emily Mortimer—, lo que provoca la íntima unión entre el espectador y la película, pues ambas se funden en una aleación inalterable al paso del tiempo.
Los primeros planos de Emily Mortimer —un signo distintivo del cine de Coixet y sus actrices—, nos revelan la capa de autenticidad de una actriz tocada por un halo especial a la hora de hacernos presente la pasión de su vida: los libros. Florence nos deja visualizar esa otra capa que habita bajo su piel de una forma conmovedora. Sus miradas, los movimientos de los pies o la forma de abrir o tocar un libro, nos trasladan al lenguaje mudo y universal de las imágenes que nos hablan por sí solas. Esa ausencia de las palabras, su personaje logra dotar a la película de un proceso de intuición y sutileza que alcanza su cenit en la imagen que Mortimeryace tendida en el suelo de su librería mientras abraza un libro. Aquí, la literatura se convierte en un todo que nos atrapa más allá de lo imaginable. Esa escena es una muestra más de la fuerza de esta película, que se comporta igual que una fuerza invisible que consigue mover las ruedas de nuestras vidas. Y, no, nos las mueve de una forma arbitraria, sino que lo hace en un sentido u otro, de tal forma que, dependiendo de la opción elegida, nos convertiremos en ángeles o demonios, creadores o destructores, generosos o villanos. Aquí, las fuerzas del bien y el mal se enfrentan sin espadas láser ni guerreros ninja, pues su fuerza está basada en las imágenes y las palabras. Palabras escritas y filmadas con la pasión por la literatura como eje de la vida.
Ángel Silvelo Gabriel.