La lingüística de la segunda mitad del siglo XIX

Por Lasnuevemusas @semanario9musas
Si la lingüística de la primera mitad del siglo XIX estuvo fuertemente influida por el pensamiento romántico, la de la segunda mitad lo estuvo de igual modo por el pensamiento positivista.

En este artículo echaremos un vistazo a las obras y a los autores más representativos del período.

    El Compendium de Schleicher y el Diccionario de Fick: dos obras cardinales

La llegada del positivismo a la lingüística, allá por la segunda mitad del siglo XIX, fue fructífera en todo sentido. De hecho, es difícil imaginar esta disciplina sin los avances que se cosecharon en aquel momento, por muy alejados de él que hoy en día nos sintamos.

August Schleicher fue uno de los pioneros de esta nueva forma de entender la lingüística indoeuropea. Además de sus trabajos sobre el lituano, ya mencionados en otro artículo[1], Schleicher desarrolló un trabajo importantísimo en cuanto a la fijación de una doctrina general, como lo demuestra su Compendium, publicado en 1861. Este vasto trabajo no era otra cosa que una gramática comparada, aunque distinta a la de Bopp, pues se cimentaba principalmente en la fonética, rama que aquí obtuvo por primera vez un desarrollo sistemático.

El Compendium de Schleicher fue un hito en su época, a tal punto que, aún en nuestros días, muchos la consideran la obra central de la lingüística decimonónica. Con él, la gramática comparada conseguía un prontuario más completo, fijado y delimitado. La fonética y la morfología quedaban completamente establecidas. Solo faltaba la sintaxis, pero de ella se ocuparía la generación siguiente.

Friedrich Conrad August Fick llevó a cabo, en lexicología, una tarea similar a la que Schleicher promovió en gramática. Su Diccionario etimológico de la lengua indoeuropea, publicado en 1868, se basó en los mismos principios y representó la misma actitud inaugural. Esto le valió algunas críticas, sobre todo, en relación con la "interpretación enteramente literal del modelo del árbol"[2], que explicaba que "las divisiones dialectales son el rasgo más reciente de la historia lingüística, ya que los dialectos aparecen en los extremos del árbol"[3]. Pero Fick sobrevivió a la época de Schleicher y, por lo tanto, no permaneció ajeno a las conquistas de la nueva generación.

    Curtius y su intento de acercar la lingüística a la filología

A todo esto, la influencia de la lingüística no había penetrado todavía en los dominios de la filología clásica. Sucede que este campo del saber mantenía sus tradiciones y, habiendo llegado a un nivel de perfeccionamiento para nada censurable, se dio el lujo de desestimar las inciertas deducciones de una ciencia en formación. Que Bopp, por ejemplo, fuera un no muy experimentado latinista, que la sintaxis tardara muchísimo en interesar a los lingüistas, que toda la gramática clásica -habiendo alcanzado ya un gran conocimiento descriptivo de sus propios elementos- mirara con menoscabo los tanteos de la lingüística, no podía sino aplazar el momento en que la gramática de las lenguas clásicas se pusiera a revisar con interés los resultados alcanzados por la nueva disciplina.

El paso decisivo lo dio Georg Curtius, cuya Gramática griega, publicada en 1852, tuvo la suerte de ser traducida a las principales lenguas europeas, e incluso en algunas sobrevivir a su propio original.[4] Sin embargo, la tarea conciliadora de Curtius no se circunscribió a sus propios trabajos, sino que también se dio en su enseñanza, especialmente, a la que impartió al círculo de estudiantes que lo rodeó en Leipzig, que muy pronto se encargó de difundir sus lecciones. A través de él entraba en la filología clásica la nueva ciencia de la lingüística.

No obstante, la influencia fue recíproca. La precisión con que se trabajaba en la filología clásica se convirtió rápidamente en un paradigma de excelencia para los lingüistas, quienes, una vez en contacto con ella, afinaron sus propios métodos exigiéndose un rigor mayor.

Ahora bien, sería un desatino pensar que la iniciativa de Curtius consiguió una inmediata convivencia entre la lingüística y la filología. La idea de que la interpretación de los textos griegos y latinos podía recibir una luz mayor con la ayuda de la gramática comparada, por evidente que hoy nos parezca, tardó mucho en abrirse camino. De hecho, en muchos terrenos donde la colaboración entre ambas disciplinas hubiera podido ser muy útil, el contacto no se produjo, y solo en el siglo siguiente se intentó aplicar esta suerte de asociación a áreas de la cultura tan diversas como la mitología, la etnología o la prehistoria.[5]

En definitiva, las sustanciales transformaciones que experimentó la lingüística en los años setenta y ochenta del siglo XIX tuvieron en gran parte su origen en el ambiente creado por Georg Curtius, ambiente que, como veremos enseguida, no se iba a conformar con seguir los postulados esgrimidos por su maestro, sino que iba a producir un fértil movimiento de renovación que le daría a la lingüística indoeuropea una nueva configuración.

    El vocalismo de Brugmann y la aparición de los neogramáticos

El ingreso del positivismo en la lingüística, tal como se ha visto hasta aquí, produjo una serie de descubrimientos capitales. Karl Brugmann, por ejemplo, estudió el vocalismo. Por los años setenta del siglo XIX se creía todavía que el vocalismo indoario era el primitivo indoeuropeo, pero esta idea era muy enrevesada (la tríada *a, *i, *u había de interpretarse con gran dificultad para de ella deducirlo todo) y muy pronto se descubrió que, además, era falsa. Sin duda, era el momento de matizar de otra manera las cuestiones relacionadas con el vocalismo, y a Brugmann le tocó la ardua tarea de hacerlo.

En 1876, Brugmann escribió un artículo en el que demostraba la existencia de las nasales sonantes ( n y m silábicas) junto a la sonante líquida r ( l) y señalaba las correspondencias entre el latino, el griego, el serbio, el gótico y el lituano. A pesar de la resistencia inicial, este descubrimiento fue admitido pronto por los demás lingüistas, pues muchas de las complicaciones que presentaba el sistema vocálico indoeuropeo fueron de una vez resueltas y explicadas.

Este descubrimiento volvía a situar a la filología clásica en un lugar de privilegio, pues en lo concerniente al vocalismo, el griego, junto con el osco, representaba lo más primitivo e inalterado del tronco indoeuropeo. Por otra parte, al perder su jerarquía el indoiranio, ya no era necesario suponer un período de unidad europea de todas las otras lenguas, y con esto recibía otro golpe la doctrina de Schleicher.

Como era de esperarse, Curtius se opuso a esta corriente renovadora. Recordemos que el artículo de Brugmann al que nos referimos se publicó en el volumen IX de los Studien zur griech und lateinischen Grammatik, revista fundada y dirigida por Curtius, en la que Brugmann había llegado a ser codirector. Este incluyó su artículo en ausencia de Curtius, quien en el número siguiente no dudó en desautorizar a su colega. La escisión entre ambos no tardaría en confirmarse.

Brugmann, con su amigo Hermann Osthoff, comenzó a publicar en 1878 una especie de revista llamada Morphologische Untersuchungen, cuyo editorial bien podía entenderse como el programa de una nueva escuela, la de los neogramáticos. Si quisiéramos ubicar esta escuela en su tiempo, advertiríamos que si, por una parte, continuaba las tendencias positivistas de Schleicher, por la otra, extremaba todavía más el carácter empírico, prescindiendo por completo de las formas indoeuropeas y ateniéndose más a los datos existentes y a la propia realidad.

Las ideas de los neogramáticos, que de alguna manera anticipan las de la lingüística del siglo XX, bien pueden resumirse en los siguientes cuatro puntos:

  • El objeto de la investigación lingüística no es el sistema de la lengua, sino "en la actividad de los sujetos hablantes, que transforman la lengua al utilizarla"[6], pues es en ellos es donde realmente pueden verificarse los fenómenos lingüísticos.
  • Siendo el aspecto más observable del lenguaje, el nivel fonético es visto como el más importante para la descripción y, por lo tanto, se supone que cuenta con una autonomía absoluta respecto del resto de los niveles (morfológico, sintáctico y semántico).
  • La meta principal de la investigación lingüística es la descripción del cambio histórico de una lengua.
  • Si el principio de inviolabilidad de las leyes fonéticas falla, la analogía puede aplicarse como explicación siempre que sea plausible. Por lo tanto, se entiende que las excepciones son una adaptación (desde luego, regular) a una forma relacionada.

Además de Brugmann y Osthoff, integraban esta escuela Otto Behaghel, Wilhelm Braune, Berthold Delbrück, August Leskien, Adolf Noreen, Hermann Paul y Eduard Sievers.

El célebre lingüista ginebrino Ferdinand de Saussure fue otra figura emblemática dentro del gran movimiento renovador del último tercio del siglo XIX. Su Mémoire sur le systéme primitif de voyelles dans les langues indoeuropéennes, obra publicada en 1878 (cuando solo tenía 21 años), fijó la doctrina del vocalismo indoeuropeo iniciada por Brugmann y determinó la manera de entender las alternancias, manera que aún en la actualidad es admitida.

En 1879 publicó su tesis doctoral De l'emploi du génitif absolu en sanscrit, trabajo que le ayudó a obtener el puesto de profesor de Gramática Comparada en la Escuela de Estudios Superiores de París, donde enseñó durante varios años.[7]

La escuela lingüística de París halló en Saussure un maestro, y las personalidades más respetadas de esta escuela, un Bréal, un Meillet, reconocieron el magisterio del gran suizo. Sin embargo, este Saussure no era todavía el que todos conocemos, es decir, el padre de la lingüística estructural. Para ello faltará todavía algo de tiempo y, sobre todo, la publicación póstuma de su obra más significativa, el Curso de lingüística general, de la que con seguridad hablaremos en un próximo artículo.

[1] Me refiero a "El descubrimiento de las lenguas indoeuropeas y el nacimiento de la lingüística moderna".

[2] R. H. Robins. Breve historia de la lingüística, Madrid, Cátedra, 2000.

[4] Menéndez Pelayo prologó la traducción española que en 1887 publicó Soms y Castelín.

[5] En la actualidad, más allá de que sigan existiendo filólogos puros -esto es, aquellos cuyo campo de acción se centra en la historia literaria, la crítica textual o la historia antigua-, la mutua colaboración entre lingüística y filología ya no se discute.

[6] Oswald Ducrot, Tzvetan Todorov. Diccionario enciclopédico de las ciencias del lenguaje, Buenos Aires, Siglo XXI, 2000.

[7] Véase Georges Mounin. Historia de la lingüística (Desde los orígenes hasta al siglo XX), Madrid, Gredos, 1967.