La Lírica como un manifiesto individual, subjetivo, poderoso y permanente.

Por Artepoesia


El cambio social y económico producido en la Grecia antigua durante el siglo VII a.C. motivó que una clase comercial y artesanal urbana ascendiera socialmente y, de este modo, accediera, incluso, a un cierto poder social. Esto provocó además un individualismo que llevó a que estos mismos miembros, socialmente favorecidos, se plantearan un interés especial por todo lo que les rodeaba, por el conocimiento y la belleza de una naturaleza más amable que la que, injustamente, pudieran disfrutar los otros, los marginados, los campesinos, los esclavos, los parias. Así prosperó la Filosofía y la Lírica
En la costa de Jonia, tanto en sus islas -Lesbos-, como en el litoral de Asia Menor -Teos-, surgieron unos líricos griegos que fueron famosos por sus cantos personales, a los dioses, a la vida placentera, y al amor. De aquí procedieron los contemporáneos Safo y Alceo y, algo después, el famoso Anacreonte.  Pasaron, junto con otros, a ser los llamados Poetas Mélicos, de Melos, Canción, aunque también, al utilizar la Lira para acompañarse de su música, acabaron denominándose Lyrikos -Líricos-. Sus creaciones Mélicas fueron denominadas monódicas, ya que, a diferencia de las corales, se ejecutaban por una sola persona y glosaban el Amor, el Placer, el Vino. Estos tres poetas jonios, Safo, Alceo y Anacreonte, llegaron a ser sus más importantes y conocidos representantes.
Fue Anacreonte, nacido a la muerte de Safo, quien propagó el rumor de que esta poetisa de Lesbos había llegado a tener relaciones con otras de las mujeres líricas de su escuela, y por lo que los términos sáfico y lésbico se dieron a conocer. Sin embargo, sí se relacionó con Alceo, el otro poeta de Lesbos, aunque no se sabe cuál tipo de relación mantuvieron. Éste menciona a Safo en sus versos, y llegó a intercambiar canciones y odas con ella. Una muestra de las creaciones de estos tres líricos griegos son éstas:
Ya se ocultó la Luna
y las Pléyades. Promedia
la noche. Pasa la hora.
Y aún yo duermo sola.
(Safo)
No acierto saber de dónde sopla el viento;
rueda la ola gigante unas veces de este lado
y otras de aquél; nosotros por el medio
somos llevados en la negra nave.
(Alceo)
De nuevo amo y no amo,
deliro y no deliro.
(Anacreonte)
En 1912 terminó el pintor español Francisco Pradilla y Ortiz (1848-1921) una obra encargada por un industrial vasco aficionado y coleccionista, Mal de amores. En ella describe una escena renacentista castellana de finales del siglo XV. La pintura consigue mostrar una representación poética medieval, en dos mitades claramente distinguibles. Por un lado, una  parte construida, una galería románica, oscura, fría, pesimista y mayestática; de otra, un paisaje libre, una naturaleza  feraz, colorida, lejana y venturosa. La narración cuenta la historia de una joven herida de amor que es atendida, cercana,  por su dueña -su servidora-, y también, a la vez protegida, por la figura, distante, de un padre adusto, desconfiado y curioso. Frente a ella, la dulce desengañada, se sitúa el trovador, el poeta, el cancionero. Ataviado con su laúd barroco, también conocido como chitarrone romano -laúd de largo tamaño-, se dispone, seguro y agradecido, a calmar la angustia, irreverente y solitaria, del desamor
(Cuadro del pintor Francisco Pradilla, Mal de amores, 1912, Particular, donde se aprecia, al fondo, una ría de Galicia (España); Óleo de Francisco Pradilla, Lectura de Anacreonte, 1904, Museo de Buenos Aires; Cuadro del pintor británico Alma-Tadema, Safo y Alceo, 1881.)